5 de octubre de 2023

Entre todos la mataron y ella sola se murió

Una cosa es cómo cada uno de los españoles quisiéramos que fuera España y otra muy distinta cómo es en realidad. Me refiero a los llamados nacionalismos periféricos, un asunto difícil de abordar porque despierta pasiones en unos y en otros. Pasiones, por cierto, provenientes unas veces de prejuicios, otras de intereses y la mayoría de la no aceptación de la realidad de nuestro complejo y diverso origen como nación. Si esto último no sucediera, es muy posible que se hubiera encontrado una solución política a este espinoso asunto hace ya mucho tiempo.

Como se trata de una problemática enrevesada y confusa, lo más fácil para muchos es adoptar una posición basada en algunos criterios sencillos y mantenerla contra viento y marea. Si el razonamiento utilizado consiste en algo así como que todos juntos somos más fuertes, la conclusión será unidad y uniformidad a toda costa. Si por el contrario se concluye que el legado histórico, la cultura y las costumbres diferencian significativamente a los unos de los otros, se defenderá el nacionalismo centrifugo. Por supuesto, tanto unos como otros lo harán con distintas dosis de componentes, lo que traerá como consecuencia también distintos grados de centralismo o de separatismo, desde la negación de las autonomías hasta el independentismo

A mí siempre me ha parecido que tratar este asunto al dictado de criterios simples es un auténtico disparate, mejor dicho, que sólo conduce a mantener abierto el conflicto social y, en consecuencia, cada vez más agravado. Porque, siguiendo el esquema del párrafo anterior, es tan cierto lo de que la unidad hace la fuerza como que no se pueden obviar los hechos diferenciales. De manera que, desde mi punto de vista, la única manera de resolver el problema es mediante el diálogo, no ya entre centralistas y separatistas, sino entre las maneras de defender cada una de estas posiciones. Se puede mantener la unidad de España como nación y al mismo tiempo hacer un reconocimiento explícito de los hechos diferenciales mediante fórmulas políticas. Eso es lo que pretendieron los padres de la Constitución al definir las autonomías y eso es lo que ahora hay que poner sobre la mesa una vez más, porque la dejadez política ha permitido que unos y otros hayan adulterado los principios que inspiraron a los constituyentes.

No es fácil, ya lo sé, porque hay muchos en un lado y en el otro del tablero que utilizan la pugna para sus fines políticos, para sus luchas particulares por el poder. Una utilización que les resulta por cierto muy rentable, porque es más fácil  recurrir a esquemas simplistas, a planteamientos populistas y demagogos, que hacer pedagogía política y decir con valentía que esto es algo que hay que resolver de una vez por todas, antes de que intereses foráneos metan mano y lo estropeen todavía más.

Yo siempre aplaudiré los intentos de conciliación por la vía del diálogo y estaré en contra de los planteamientos maximalistas, tanto de los centralistas de viejo cuño como de los separatistas recalcitrantes. Ni unos ni otros por su cuenta van a resolver un conflicto tan antiguo como la existencia de España. Hace falta entendimiento y altura de miras, pero sobre todo pedagogía para deshacer prejuicios, intereses y desconocimiento, y para lograr que se acepte la realidad de nuestro complejo y diverso origen como nación.

Si hubiera voluntad  política, si nadie tratara de arrimar el ascua a su sardina, podría lograrse un "entente cordiale" satisfactorio para todas las partes. 

Así lo veo yo y por eso lo digo aquí.

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