9 de octubre de 2023

Afectos recuperados

No es la primera vez que me refiero aquí a las comidas semestrales con mis antiguos compañeros de colegio -el Calasancio de Madrid- y confío en que ésta no vaya a ser la última. Hay situaciones en la vida que no debemos nunca pasar por alto, porque constituyen momentos entrañables en la existencia, hitos que piden a gritos detenerse unos instantes y dedicarles algún pensamiento. Cuando han pasado cerca de setenta años desde que nos sentábamos juntos en aquellas aulas donde compartíamos pequeñas inquietudes y preocupaciones, pero sobre todo grandes ilusiones, a la memoria le cuesta mucho recuperar las figuras de unos niños ahora convertidos en octogenarios. Sin embargo, basta con unos minutos de conversación, con un breve intercambio de recuerdos, con rememorar viejas anécdotas medio olvidadas, para revivir unos años que sin duda fueron decisivos en la constitución de lo que luego han sido y siguen siendo nuestras vidas.

Estos encuentros son algo así como una válvula de escape de las vivencias acumuladas por cada uno de nosotros, un laboratorio donde se analizan experiencias vividas, una sala de operaciones en la que se diseccionan trayectorias vitales. Porque, aunque las conversaciones son desenfadadas y joviales, intrascendentes y sin mayores pretensiones, en el fondo de ellas asoma siempre la curiosidad por cómo les ha ido a los demás, a aquellos niños con los que jugábamos al futbol o al baloncesto o compartíamos tablas de gimnasia en el patio del colegio, o con los que sufríamos castigos en la sala de los sancionados. Una curiosidad sana, porque nuestras trayectorias han transcurrido por caminos muy distintos, por aquellos que las circunstancias de la vida nos han llevado a cada uno de nosotros.

Estas comidas, que nacieron con la intención de recuperar un pasado que ya creíamos perdido, no sólo han conseguido su objetivo, sino que además permiten recuperar amistades. En mayor o menor grado de intensidad, porque acabado el encuentro cada uno regresa a su entorno habitual, al escenario que ha ido creando a lo largo de su existencia. Son pequeños paréntesis en lo cotidiano, escapadas a un pasado que compartimos hace ya muchos años y que creíamos completamente perdido en el tiempo. Pero si una de las características de estos encuentros es la brevedad, la otra es la intensidad. Basta muchas veces con cuatro palabras, con sacar a la luz el nombre de un profesor que se nos hubiera olvidado, para convertir la charla intrascendente en efemérides, la anécdota infantil en epopeya.

Me decía alguien el otro día en la comida que es una pena que hubiéramos perdido el contacto nada más acabar la etapa escolar. No le quito la razón, por supuesto. Sin embargo, tengo la sensación de que este largo periodo sin vernos, sin saber los unos de los otros, le ha dado a la recuperación de los contactos mayor valor. Es algo así como si de repente hubiera surgido de entre las tinieblas un mundo que teníamos completamente olvidado, como si nunca hubiera existido.

Ahora a pensar en un nuevo encuentro, porque mientras podamos no debemos perder esta oportunidad de recuperar afectos olvidados que se le ha presentado de repente a nuestras ya longevas existencias. Porque, como decía el poeta clásico, "carpe diem", vivamos el momento.

 

3 comentarios:

  1. Felicidades, Luis. ¿Fuisteis muchos en esta ocasión?

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  2. Fernando, sigo con problemas de anonimato. Fuimos 11.
    Luis

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  3. Ya sois bastantes.
    Fernando

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