Con este título no me refiero a uno de aquellos entrañables mapas murales que en mi época escolar decoraban las aulas de los colegios y en los que figuraban las provincia de España a todo color, sino a otro, mucho más difícil de dibujar, en el que se reflejaran los partidos, las plataformas, las alianzas y los pactos –y algunos chanchullos- que al final, después de tantas idas y venidas, de tantos quebraderos de cabeza, de tantos dimes y diretes y de tanta saliva gastada, han logrado hacerse con el poder en los Ayuntamientos de nuestro país. Yo me declaro incapaz de confeccionarlo, entre otras cosa porque mi estuche de lápices de colores, que no anda escaso de matices, no abarca tanta variedad. Sería preciso recurrir al rayado y a otros artificios gráficos para completarlo. Incluso debería ser tridimensional, para así reflejar los cambios de alcalde a mitad de legislatura. Dos años para mí y dos para ti, y aquí todos contentos o, como ahora dicen los castizos, así todos tocamos cacho.
Me considero un adicto al seguimiento del acontecer político, hasta el punto de que intento conocer con detalle los pormenores de lo que en cada momento sucede en el panorama que dibujan nuestras no siempre probas clases dirigentes. Reconozco que este rastreo nunca ha sido labor fácil, pero en estos momentos, recién acabada la fase de las negociaciones entre partidos, y a la vista de los enjuagues de todo tipo que se han producido, me declaro incapaz de continuar adelante con mi adición. Quizá sea bueno, porque las servidumbres adictivas nunca han dejado de ser un lastre para la libertad del individuo.
Cada vez entiendo más a aquellos que se declaran apolíticos, aunque con esta confesión quieran en realidad decir una cosa muy distinta de la que dicen, porque políticos lo son por el mero hecho de ser personas y por tanto tener opinión y criterio. Lo que quizá pretendan manifestar es que les cansa el comportamiento de sus líderes, que les aburren las descaradas falsedades y que les martirizan el desatino y la estupidez de los que deberían predicar con el ejemplo de la coherencia y a ser exponentes de la ética y del buen comportamiento social, cuando en realidad son unos marrulleros. No sólo a medida que pasa el tiempo les entiendo más, sino que me pregunto si toda esta farsa al servicio de sus intereses personales merece un minuto de atención.
Yo reconozco que el bipartidismo tenía inconvenientes, entre otros porque favorecía las formación de mayorías absolutas que nunca trajeron nada bueno. Pero de eso a esta amalgama amorfa de ideologías, si es que así se le puede llamar a los intereses especulativos de algunos políticos del momento, hay una gran distancia. Estamos pasando, sin darnos cuenta, de la hegemonía de dos partidos al frentismo, un sistema más nocivo que el anterior, entre otras cosas porque los aliados en cada frente nunca han sido de fiar, pendientes como están de defender su supremacía en la manada en vez de llevar adelante los programas políticos de la alianza circunstancial que hayan elegido.
A quien lea estas líneas le pido disculpas, porque hoy me he lanzado a escribir bajo la sensación de que los ciudadanos somos un cero a la izquierda, peones a los que se nos llama de vez en cuando para que dibujemos con nuestros votos el panorama político de nuestro país, pero a los que, una vez terminado el recuento, se nos daja a un lado para que sean ellos, los elegidos, los que hagan lo que les salga por el forro de sus intereses espurios. Quizá otro día, más calmadas mis inquietudes, menos alborotadas mis glándulas de secreción interna, vuelva a este tema.
Pero hoy no tengo más remedio que decir que así no hay quien dibuje un mapa político de España.
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