23 de febrero de 2016

Creyentes y no creyentes

Esto de la Fe –escrito con mayúscula para que todos sepamos a qué  me refiero- es un fenómeno muy curioso. Hace muchos años llegué a la conclusión de que existen tantas religiones como personas religiosas hay, porque ninguna cree exactamente en lo mismo que las demás. Si acaso las creencias de un individuo se parecerán  un poco más a las de unos que a las de otros, pero siempre encontraremos matices diferenciales, que se convierten en disparidades de pensamiento y que dan como resultado credos distintos. Por supuesto que estoy hablando de ideas espirituales y no de prácticas religiosas, porque si lo hiciera aumentaría aún más la diversidad de posiciones.

Por eso, cuando hablamos de cristianos, de budistas, de mahometanos, de judíos, de sintoístas, de hindúes o de los seguidores de cualquier otra de las religiones que en el mundo existen, sólo hacemos una primera aproximación clasificatoria. A partir de ahí habría que descender a las grandes subfamilias de cada credo, a las variedades cismáticas, a las adaptaciones locales, a las sectas, a las congregaciones, a las órdenes, a las cofradías y a tantas otras subdivisiones intermedias, hasta llegar a las convicciones y prácticas de cada persona. Toda una estructura arborescente que, partiendo de un tronco común -la creencia en la existencia de algo que ni se ve ni se entiende-, va ramificándose hasta llegar al individuo, que al final del entramado está sólo frente a sus propio ideario.

Pero hay una serie de características que comparten  muchos creyentes, sean éstos de la religión que sean. Una de ellas es el convencimiento de que su Fe es la única verdadera, que todas las demás son falsas. Además, como cada uno intenta convencerse de que su interpretación del dogma es la más acertada, la actitud de sus correligionarios les parecerá equivocada. No digamos la de los ateos, extraños y peligrosos seres para ellos, a los que mirarán con recelo cuando pasen por su lado. En este caso dirán que al menos los creyentes de otras religiones, aunque equivocados, creen en “algo”; y añadirán  que cómo se puede vivir sin creer en "nada".

Otra característica frecuente entre los adeptos a cualquier hecho religioso es la necesidad que sienten de considerarse incluidos en un colectivo -su iglesia-, que, aunque a veces no están de acuerdo con el funcionamiento de la institución, no deja de representar para ellos una especie de garantía de que no están solos frente al misterio. El ser humano necesita del grupo social en cualquier faceta de la vida, mucho más si ésta es de carácter espiritual, intangible y por tanto cargada de espinosas dudas.

Por otro lado, los creyentes de cualquiera de las numerosas ramas del frondoso árbol religioso tienden a la exclusión de los otros, a los que consideran enemigos de su Fe, sólo  porque no están inscritos en ella. Esto trae como consecuencia muchas veces la defensa beligerante de las posiciones terrenales de su iglesia, al fin y al cabo el sustrato material sobre el que se asienta. Se esfuerzan por tanto en incrementar el poder de ésta, garantía para ellos de su supervivencia. Como consecuencia no regatean esfuerzos en hacer proselitismo, en extender su influencia y en defender a ultranza las posiciones alcanzadas en la sociedad, a lo largo del tiempo, de lo que consideran suyo.

Hay que ver los circunloquios a los que me ha llevado el caso Rita Maestre, la concejala del Ayuntamiento de Madrid que, hace años, se desnudó durante el transcurso de una manifestación, cuando los estudiantes protestaban por la permanencia de una capilla en su universidad. La reacción provocada nada tiene que ver con las creencias religiosas de los que ahora cargan tintas contra ella, sino que es consecuencia directa de la defensa de las posiciones materiales de la insitución religiosa a la que pertenecen los detractores, en este caso la Iglesia Católica.

¡Qué avance habrá dado la sociedad el día en que lo religioso quede circunscrito al ámbito de lo privado y no al de lo social por imposición! Saldremos ganando todos, creyentes y no creyentes.

2 comentarios:

  1. Luis, si salimos ganando todos ¿por qué no se hace? ¿Quién perderá? ¿Y es tan poderoso ese que va a perder que no se hace?
    Angel

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  2. Ángel, yo, como soy un escéptico "convencido", no creo en manos negras ni en poderes ocultos. Por tanto, para contestar a tu pregunta te remito al párrafo de esta entrada en la que hablo de la defensa a ultranza de las posiciones terrenales alcanzadas por las iglesias. El proceso es de acción y reacción y los defensores de los privilegios son muchos y muy poderosos. Ya lo decía don Quijote: con la iglesia hemos topado, Sancho. Pero las iglesias no son sólo las jerarquías, también los fieles, que en muchas ocasiones confunden lo terrenal con su Fe.

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