En una reciente entrada en este blog, denominaba yo lindezas a determinadas actitudes de algunos políticos, extrañas, fuera de tono o simplemente extravagantes. Pero utilizar esta palabra en lo que pretendo expresar a continuación, resultaría del todo inadecuado. Para sustituirla se me ocurren muchas otras, casi todas malsonantes y groseras, y por tanto poco apropiadas para estas deslavazadas impresiones blogueras, que aunque no sean virtuosas, pretendo que al menos resulten dignas. Por eso, después de darle muchas vueltas al diccionario, me limitaré a decir que hay algunos políticos que cuando hablan o actuan exudan inquina, rencor o frustración -o todo ello entremezclado-, por los numerosos poros de su piel.
Hace unos días, el ministro de Asuntos Exteriores en funciones, José Manuel García-Margallo, comunicaba a la prensa que se había visto obligado a informar a sus colegas extranjeros de que, si Podemos accedía al gobierno, la participación de España en la lucha “antiyihadista” correría peligro. A preguntas de los periodistas, el saliente -que no silente- estadista aclaraba que lo había hecho así por lealtad a nuestros socios, ya que su deber era mantenerlos al corriente de los riesgos que en estos momentos acechan a la política exterior de nuestro país y, por tanto, a la de sus aliados internacionales.
Se comprende, don José Manuel, que a usted no le apetezca dejar de disfrutar del representativo cargo que ahora ostenta. Sin embargo, que recurra a artimañas como ésta para conservarlo me parece indigno, no ya de un ministro de Asuntos Exteriores de un gobierno democrático, sino de cualquier español cabal. Con estas palabras, pronunciadas en un foro internacional, demuestra usted el poco sentido de estado que le queda, además de poner de manifiesto el rencor que profesa a sus rivales políticos, a los que por sus palabras parece considerar enemigos de la patria y no oponentes ideológicos.
En otro orden de cosas, y para cambiar de bando, la concejala de Cultura del Ayuntamiento de Madrid, Celia Mayer, ha vulnerado últimamente nuestro sentido del decoro con algunas iniciativas que podrían figurar en el libro de los Guiness, quizá dentro de la categoría de los disparates, si es que existe un casillero con tal nombre. La retirada de la lápida de los carmelitas fusilados, homenaje a unas víctimas de la guerra civil con independencia de quién fuera su verdugo, no deja de ser una traición de su subconsciente. O el espectáculo de los titiriteros encarcelados, que abstracción hecha de las acusaciones de apología del terrorismo –con las que no estoy de acuerdo-, nunca debió de ser programado para un público infantil.
Doña Celia, da la sensación de que usted ha confundido la memoria histórica con el rencor partidista y la difusión del arte con el activismo reivindicativo, y por eso debería dimitir. Lo único que está consiguiendo con sus torpezas es salpicar a la alcaldesa de Madrid, manchas que los numerosos enemigos de su jefa de filas, la señora Carmena, restregarán por su piel hasta hacerle sangre. Se le ha notado demasiado el ansia de desquite que llevaba oculto, el peor de los consejeros en política.
Por último, y con esto acabo por hoy. Hace sólo unos días, el ministro de Interior en funciones, Jorge Fernández Díaz, lanzó a los cuatro vientos de la estratosfera mediática el siguiente mensaje: los terroristas de ETA están esperando, como agua de mayo, que Podemos llegue al poder. Qué barbaridad, señor ministro, pero no ya por la falsedad de su afirmación, a todas luces carente de rigor intelectual, sino porque una vez más practique usted la vieja estrategia de utilizar la lucha antiterrorista como arma política. De verdad, se lo aseguro, creía que ustedes habían abandonado hacía tiempo esas burdas estratagemas, que ya no engañan a nadie y sólo favorecen a los terroristas.
¿Se comprende ahora por qué decía al principio que la palabra lindeza no es en algunos casos la más indicada? A veces se queda corta, pero que muy corta.
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