20 de junio de 2016

Imitaciones, imitadores e imitados

En el mundo empresarial se conoce por crear una empresa paralela a otra ya existente el hecho de -a partir de esta última, aprovechando su cartera de clientes y mediante la deserción de alguno de los directivos- constituir una nueva a imitación de la que estaba en funcionamiento. El objetivo de tales iniciativas suele ser competir con la anterior, ocupar su espacio comercial y, a ser posible, sustituirla del todo. Se trata de una maniobra promovida por la ambición de aquellos que, con dificultades para hacer carrera directiva en la primera, deciden probar suerte en el universo de los negocios mediante esta artimaña. Por lo general no ofrecen nada nuevo, copian lo ya existente y se limitan a seguir los derroteros de la anterior, pero ahora con eslóganes de apariencia novedosa y, eso sí, bajo la dirección de los desertores.

En política, aunque no se utilice el nombre de partido paralelo, sucede a veces algo parecido, sobre todo en países con democracias poco consolidadas, como es el nuestro. Bajo el pretexto real o ficticio de que las formaciones políticas existentes han defraudado a sus electores, en vez de intentar mejorar las cosas desde dentro, se crea una nueva marca ideológica, cuyo principal enemigo es el grupo del que proceden, al que hay que batir para aprovechar de ellos hasta el tuétano. Al principio, como es preciso llamar la atención sobre las diferencias entre lo viejo y lo nuevo, los recién llegados recalcan la disparidad de sus ofertas programáticas con respecto a las de los que ya estaban. Aunque pronto, cuando toman conciencia de que la pólvora estaba inventada, y por consiguiente pocas novedades pueden introducir en el mercado electoral, cambian de estrategia para convertirse en burdos imitadores de los anteriores.

El caso de Podemos -ahora Unidos Podemos tras la anexión de Izquierda Unida- es paradigmático. Sus fundadores, a partir de posiciones de izquierda anticapitalista, intransigente y radical, crearon una nueva formación política que, según ellos, en nada se parecía a lo existente hasta entonces, ni ideológica ni funcionalmente. Lo suyo, decían, era novedoso, no cargaba con pasados inoperantes, estaba limpio de cualquier mácula sospechosa y, por tanto, se proponía asaltar los cielos gracias a la pureza y virginidad de sus ideólogos y dirigentes, pero sobre todo como consecuencia del entusiasmo que despertaría entre los descontentos, los ingenuos y los bienintencionados. Pero, pasado un cierto tiempo, cuando fueron conscientes de que el producto que vendían tenía un mercado limitado, empezaron a reivindicar los programas de aquellos que decían combatir. No sólo ahora son socialdemócratas, sino que proclaman con entusiasmo que José Luis Rodríguez Zapatero, el último presidente socialista, ha sido el mejor de todos los que ha tenido la España democrática.

Tal deriva programática resulta ridícula y suena tan falsa como los billetes de banco pintados a mano. Sin embargo parece ser aceptada de buen grado por una parte de su electorado, hasta el punto de que Podemos podría llegar a superar en número de votos al PSOE, la marca imitada. Sorprendente, sí, que sean tan pocos los que se den cuenta de la falsedad, o bien porque no quieran verla o puede que porque hayan comprometido demasiado a sus mentes con la nueva idea. Tendrá que pasar un cierto tiempo para que, vistos los resultados del fraude programático, comprobado el hipnotismo en el que habían caído, vuelvan a sus orígenes. No es fácil, ya lo he dicho en alguna ocasión, regresar desde la desbordante fantasía utópica a la razón en su exacta medida. El camino es largo.

Volviendo a las empresas paralelas, lo que no he mencionado hasta ahora es que, dados los esfuerzos que necesitan realizar suplantadores y suplantados en su lucha empresarial, los dos negocios, el antiguo y el recién llegado, suelen quedar esquilmados. Y como no son los únicos que están en el mercado, su debilidad es aprovechada por terceros para mejorar las posiciones que hasta entonces tenían frente a los consumidores.

Quizá sea ésta la peor de las consecuencias que comporta crear empresas paralelas y no aprovechar las ya existentes.

2 comentarios:

  1. Luis, no dices nada de que los "emprendedores" de las "empresas paralelas" suelen colocar a sus primas, novias y exnovias en puestos directivos.
    Angel

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  2. Es que no he querido ser exhaustivo. Me gusta dejar cosas en el tintero para utilizar en otra ocasión. Y eso del nepotismo puede dar mucho de sí.

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