Leí hace poco una frase que me pareció muy interesante. Decía que una vez que te rindes a la esperanza, el camino a la razón se hace muy largo. No pertenece a ningún sesudo filósofo, sino es tan sólo la reflexión que hace, en un momento determinado, el narrador de la novela “El caso Eden Bellwether”, escrita por el inglés Benjamin Wood, que de paso recomiendo a mis amigos. Pero como creo que se trata de una idea que puede aplicarse perfectamente a lo que sucede hoy en nuestro entorno político, la traigo a colación. No es la primera vez que lo hago y es muy posible que no sea la última, porque tiene bastante enjundia.
Si entendemos por rendirse a la esperanza el estado de postración intelectual que en algunos provocan las proclamas de determinados líderes, aquellas que enardecen las mentes con promesas de redención del género humano, de liberación de las masas oprimidas y de disposición de soluciones para acabar con todas las injusticias que sufre la sociedad, se entenderá mejor lo que la cita quiere decir. Una vez aceptadas las bondades del objetivo a alcanzar -tan excelso que resulta muy difícil no asumirlo como propio-, y depositada la confianza en los guías políticos, desaparece la crítica racional, se da por bueno todo lo que éstos digan y se mantiene a ultranza la confianza en ellos, sin la menor vacilación. Los medios que haya que poner después para alcanzar la codiciada meta será cosa de los autores intelectuales de las ideas, de manera que para qué se les va a juzgar a priori. A partir de ahí, el camino de regreso a la razón será muy largo.
Resulta que Podemos ahora es socialdemócrata. Bueno, no ahora, de toda la vida. A Pablo Iglesias le preguntaron el otro día que cómo era posible que se considerara como tal, cuando hace un par de años proclamó con arrojo y frenesí en un programa de televisión que era comunista. La explicación que dio a la evidente contradicción fue que en aquella ocasión quería provocar a su contrincante en el debate, un reconocido facha, según dijo. Yo me sonrojé, pero no por la desfachatez, al fin y al cabo el pan nuestro de cada día, sino por la osadía. Pensé: ¿qué dirán los que le siguen?
Entre sus seguidores habrá, por un lado, quienes hayan reído su explicación, porque siempre han sabido que el líder de Podemos nunca ha hecho ascos al marxismo; y, por otro, los que acepten la aclaración sin someterla a juicio. Los primeros se relamerán de gusto ante las quiebras dialécticas del líder, y los segundos poco tendrán que decir, porque ya se han rendido a la esperanza.
En otro debate televisivo, a propósito de que Íñigo Errejón defendía que se celebrara el referéndum independentista en Cataluña, añadiendo, eso sí, que ellos defenderían la permanencia de los catalanes en España, alguien le preguntó que cómo podía asegurar esa defensa, con tantos subgrupos dentro de la coalición, algunos de ellos de clara tendencia separatista. En este caso no hubo contestación. A veces el silencio es la única respuesta posible. Supongo que los que se han rendido a la esperanza pensarán que explicación habrá, pero que no debía de ser el momento de darla.
Una cosa son las promesas incumplidas y otra, muy distinta, la incoherencia en los mensajes que acompañan a las promesas. Deploro lo primero, pero puedo llegar a entender que, cuando se gobierna, a veces sea preciso torear a miuras no previstos. Lamentable la imprevisión, criticable la frivolidad a la hora de prometer, pero al menos cabe una justificación de índole práctica. Pero cuando en las promesas no está claro lo que se pone sobre la mesa, ya que un día se es comunista, otro socialdemócrata y vaya usted a saber mañana qué, la cosa es grave, porque luego ni siquiera se podrá saber si se incumple o no lo prometido: entre la amplia colección de mensajes preelectorales siempre habrá alguno que encaje con la realidad poselectoral.
Sí, amigos, el camino a la razón se hace muy largo. Y mientras tanto es posible que, vistas las encuestas, la derecha neoliberal continúe gobernando.
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