Los populismos de uno u otro signo, de izquierdas o de derechas, suelen utilizar eslóganes de carácter político, breves y contundentes. Son mensajes acuñados en sus laboratorios de propaganda, con la intención de que lleguen a convertirse, a través de la insistencia, en una especie de contraseña identificativa del pensamiento que representan. No contienen demasiadas palabras y suelen incurrir en una demagogia ramplona y de mal gusto. Pero como están destinados a personas que no quieren pensar demasiado en su contenido, pero sí en su intencionalidad, a veces resultan efectivos. Por poner unos ejemplos que ayuden a entender lo que pretendo explicar, recordaré el viejo Patria o muerte del castrismo y el recién salido del horno de la ultraderecha, Socialismo o libertad, que en los últimos días se ha convertido en el todavía más categórico Comunismo o libertad. El primero nació en tiempos de la guerrilla de Fidel Castro en Sierra Maestra y los segundos acaban de ser presentados en sociedad por Isabel Díaz Ayuso, como lema de su particular combate para hacerse con el mando de la ultraderecha en España.
Es curioso observar cómo los dos extremos, ultraizquierda y ultraderecha, coinciden en tantas cosas. Quizá sea porque el radicalismo consiste precisamente en despojarse de cualquier atavío que pueda retrasar la consecución de los objetivos que se persiguen, de tal manera que, libre de las trabas que la prudencia impone, liberado de cualquier tipo de complejos se lanza a pecho descubierto sobre el adversario político, caiga quien caiga. A los radicales no les importa lo que salga de sus bocas, ni los procedimientos que haya que utilizar, todos valen si ayudan a conseguir el poder. La mentira, el soborno, las prebendas, las malas artes no tienen importancia si allanan el terreno. Cuando dentro de los cánones propios de la ética política no se avanza, se utilizan caminos tortuosos que, a pesar de algunos riesgos, son los únicos que les permiten continuar hacia el objetivo.
Los siglos XIX y XX en España han sido ricos en asaltos al poder de manera fraudulenta. Falsas elecciones democráticas manipuladas por los caciques, golpes de fuerza propiciados por las oligarquías, levantamientos militares auspiciados por las clases privilegiadas, golpes de estado financiados por los poderes económicos o guerras civiles capitaneadas por ambiciosos sin escrúpulos. De todo esto y mucho más hemos tenido en nuestro largo y espinoso camino hasta alcanzar la democracia. Forma parte de la Historia de nuestro país, un relato que documenta con precisión la inagotable resistencia de los poderes fácticos al avance de la sociedad hacia la libertad y el progreso.
Ahora, cuando llevabamos un tiempo en el que los resultados en las urnas no parecían favorecer a los que siempre han manejado los hilos de la política, descartada la posibilidad de utilizar aquellos viejos recursos para conseguir el poder, acuden a una nueva modalidad, la del populismo ultraderechista despojado de complejos. Es lo único que les queda, porque el espacio geopolítico en el que España está incluida no permite ni vulnerar los procedimientos democráticos ni mucho menos el uso de la fuerza. Pero como las adulteraciones del juego limpio son difíciles de denunciar, se ofrecen cargos a cambio de apoyo político, sin pudor de ningún tipo, con la mayor desfachatez.
Frente a esta realidad, una izquierda dividida, por no decir atomizada. En vez de aunar esfuerzos para crear un muro de contención firme, consistente y despojado de demagogia, capaz de frenar el empuje de la cada vez más pujante ultraderecha, los personalismos y las ambiciones individuales actúan de disgregante, debilitan al conjunto y dejan el campo abierto para que los de siempre terminen haciéndose con el poder.
Veremos que sucede el 4 de mayo en las elecciones de Madrid. Sus resultados pueden condicionar el futuro a medio plazo de la política española, mucho más de lo que algunos se imaginan.
Todos los políticos deberían manifestarse como Angel Gabilondo. Me refiero a las formas; el contenido de los mensajes, según las ideas de cada uno. Pero estoy seguro de que no va a ser así, al menos por ahora.
ResponderEliminarEstoy totalmente de acuerdo contigo. Supongo que entre las varias izaquierdas que concurren a estas elecciones la suya será la lsta más votada. Pero cuando llegue el momento de las alianzas postelectorales empezarán los problemas, porque su moderación casa mal con la radicalidad de otros. Ojala tuviera mayoría suficiente para no necesitar apoyos. Pero eso es soñar despierto.
ResponderEliminarBueno, Gabilondo ya ha dicho que con Iglesias no. A ver qué pasará después.
ResponderEliminarGracias Fernando por regresar al blog. Respecto a lo que pueda suceder a partir del 4 de mayo, cualquiera sabe...
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