Ha pasado ya algún tiempo desde que
me convencí de que la unión de los partidos de izquierdas en torno a ideales
progresistas moderados, sin pretensiones revolucionarias y sin aspiraciones de
redención de la las desigualdades a costa de la estabilidad y del progreso, es una auténtica
utopía. Las diferencias de pensamiento entre los distintos grupos que la
componen son tan grandes que resulta prácticamente imposible llegar a acuerdos en lo fundamental. Además, si a
las diferencias ideológicas o de objetivos se le añade las discrepancias sobre
los tiempos para alcanzarlos, resulta casi una ingenuidad pensar que puedan gobernar en
alianza. Todo lo anterior sin olvidar los temperamentos de los líderes y su afán
de protagonismo, que, celosos de la posición relativa que ocupan respecto a sus
aliados coyunturales, arriman con frecuencia el ascua a su sardina, en detrimento de los objetivos para lo que les han votado sus electores.
Estoy pensando por supuesto en la actual
alianza entre el PSOE y Unidas Podemos. Las discordancias que observamos todos los
días entre los ministros procedentes de los dos partidos ilustran unas
diferencias de consideración, sin olvidar lo que acabo de decir
respecto a los líderes. Pablo Iglesias, que empezó la legislatura con
comedimiento y transmitiendo la sensación de que entendía perfectamente las reglas del
juego de una alianza como la que había acordado con Pedro Sánchez, lleva una
temporada intentando de manera descarada apuntarse unos logros que no son sólo
suyos sino del gobierno en su conjunto. Me da la sensación de que a veces
actúa bajo el convencimiento de que si no hace aspavientos corre el riesgo de
pasar inadvertido. O, lo que para él sería más grave, que muchos de los suyos regresen a sus orígenes socialistas.
Pero lo peor de todo está por venir, porque, cuando dentro de unos años se aproximen las elecciones generales, mucho me temo que el ruido de fondo se convierta en estruendo y las diferencias ideológicas en barreras insalvables. Lo cual, no hay que ser demasiado avispado para deducirlo, perjudicará los resultados de los dos partidos que componen la alianza, con el consiguiente regodeo de las fuerzas conservadoras, que necesitan muy pocos estímulos para descuartizar al adversario, al que ahora tachan, nada más y nada menos, que de enemigo de España.
A pesar de todo, había que intentarlo. Confieso que yo, que desde mi pensamiento socialdemócrata llevo años otorgando mi confianza al PSOE, soy de los que consideraban que aliarse con Unidas Podemos era una decisión muy peligrosa. Lo que sucede es que a la vista del panorama poselectoral me convencí de que o se cerraba este acuerdo o se corría el riesgo de que la derecha -la más reaccionaria que ha conocido España en los últimos años- volviera a decidir los destinos de nuestro país, con el consiguiente retraso en las mejoras sociales, que al fin y al cabo es lo que debe interesar a un progresista. Frente a la desconfianza que me producía la izquierda radical, tuve en cuenta, como tantos otros, que había que detener el avance de la extrema derecha.
Lo que sucede ahora es que las gesticulaciones de Iglesias y las alharacas de Garzón me tienen más que preocupado, porque transmiten la sensación de que se hubieran olvidado de que forman parte de una alianza con reglas del juego predeterminadas. No me parecía así al principio, quizá porque estuvieran tentando el terreno o porque no se les hubiera despertado todavía el instinto partidista. Pero llevan una temporada desentonado, obligando al gobierno a hacer juegos malabares para contrarrestar la sensación de desunión que transmiten, lo que me hace temer que las cosas no acaben bien.
Lo que en su momento quizá fuera necesario como revulsivo para contener la deriva conservadora del partido socialista, se ha convertido con el tiempo en un lastre para los progresistas moderados, aquellos que, sin necesidad de asaltar los palacios y las bastillas, quieren transformar la sociedad española, sacándola de la mediocridad intelectual en la que la historia de los siglos XIX y XX la había sumido.
Vamos a ver cómo acaba esta legislatura. Pero o los radicales reprimen sus actitudes o la alianza coyuntural que nació como solución in extremis se va a ir al garete antes de tiempo. Y en las próximas elecciones que el cielo nos asista.
Algunos pensamos que pudieron hacerse mejor las cosas, pero eso no tiene ya importancia y de cara al futuro, que es lo que importa, la situación es difícil de enderezar. Los actuales aliados del PSOE seguirán exigiendo actuaciones del Gobierno alejadas de lo que puede esperarse de una socialdemocracia y el Gobierno no podrá oponerse a muchas de ellas. Por otra parte, por mucha ayudas de UE que se reciban - que ya veremos - la economía no va a evolucionar como sería de desear y el paro aumentará, lo que producirá seguramente un notable desgaste del Gobierno, que sus actuales aliados aprovecharán para debilitarlo pensando en las siguientes elecciones. Y claro, con la polarización que se masca en el ambiente, no es realista esperar ayuda alguna de la Oposición. Lo único optimista que se me ocurre es que, a lo mejor, el Presidente Sánchez tiene diseñada alguna estrategia que algunos no alcanzamos a ver.
ResponderEliminarEs evidente que nos esperan turbulencias económicas por culpa de la pandemia. Pero, según algunos analistas, nuestra estructura empresarial,con todos sus defectos, dispone de suficientes puntos fuertes para salir de la crisis con bastante rapidez. Si fuera así, podría ser la barita mágica de Pedro Sánchez, la estrategia que señalas.
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