A pesar de que como progresista las tesis conservadoras no me han convencido nunca, siempre he creído que un país civilizado necesita
disponer de un partido de derechas que sirva de contrapunto a las veleidades de
algunas izquierdas propensas a la demagogia y al populismo. Pero lo que
tenemos en este momento como oposición, esa especie de coalición “antisanchista”, más
preocupada en remover el fango que en hacer política, no cumple con su responsabilidad constitucional y, en consecuencia, no sólo envalentona a los radicales del otro lado, sino que además pierde toda su fuerza por la boca.
Pero como no creo que nadie se atreva a refundar la
derecha, no tendré más remedio que confiar en que en algún momento la dinámica
política corrija esta debacle del PP de Feijóo, que parece no haber
entendido cuál es su lugar en el juego democrático. Da la sensación de que no
pretenden ganar elecciones, sino asaltar el poder, caiga quien caiga. Lo
que está haciendo no es oposición, sino pelea barriobajera con muy mal estilo.
La convocatoria de un congreso del PP en el próximo mes
de julio me hace pensar que ya existe en las filas populares alguna inquietud
respecto a su futuro inmediato, pero tengo la sospecha de que no va a ser más
que un montaje para seguir adelante con los mismos planteamientos, aunque para
disimular se vean obligados a cambiar algunos nombres de la ejecutiva. Atentos a Esteban González Pons.
Ojalá se produzcan cambios, porque estoy convencido de que así no se
puede continuar. España, vuelvo a decirlo, necesita una derecha civilizada, una
formación conservadora que haga crítica política y que presente propuestas
alternativas. El gobierno actual, al no recibir críticas sobre su gestión, sigue su línea programática sin demasiadas dificultades, sólo preocupado por desmentir
acusaciones de carácter personal no probadas, lo que desde un punto de vista democrático no es
bueno para el país. En el parlamento hay que debatir soluciones, en vez de utilizar
los escaños para lanzar dardos envenenados de carácter personal y no político.
Mucho me temo que mi pretensión de recuperar una derecha civilizada y no una tendencia política heredera del franquismo
sociológico no sea más que una quimera, una ensoñación utópica. Durante unos años
funcionó la alternancia entre dos modelos diferentes, a los que por simplificar
se denominaba centro derecha y centro izquierda. Había diferencias sustanciales
entre sus propuestas, pero eran de carácter político, no se basaban en acusaciones
judiciales. Para lo primero está el parlamento, para lo segundo los tribunales
de justicia. Pero ahora todo se confunde, la derecha se ha echado al monte y la
izquierda, cada vez más dividida, navega por mares procelosos, algo desorientada.
No, España no se merece esto.