Me hablaban el otro día de un nuevo sustantivo, jipijo, contracción de las palabras hippi y pijo. Aunque intento ser bastante respetuoso con nuestro idioma y evito utilizar palabras no reconocidas por los diccionarios de prestigio, admito que algunos neologismos vengan a llenar el vacío que se produce cuando las ideas o los conceptos vuelan más rápido que el lenguaje, cuando en la sociedad se descubren actitudes hasta ahora no catalogadas y por tanto sin nombre. Éste quizá sea un ejemplo y voy a dedicarle unos párrafos veraniegos.
Si algún significado tuvo en su momento el movimiento hippie fue la rebeldía, el inconformismo y la ruptura de moldes. Hubo muchas variantes, claro que sí, y también su parafernalia fue utilizada con intenciones muy diversas, desde el pacifismo, pasando por la defensa del amor libre, hasta llegar a la contracultura más radical. Pero fuera como fuese, lo cierto es que nadie confundiría a un hippi con un burgués, ni en aspecto ni en modales ni en aspiraciones. Por lo menos aquellos que vivimos en su día muy de cerca la marea hippie.
Por el contrario, la palabra pijo, que nació con intenciones peyorativas como casi todas las que tienen relación con el órgano viril, hace tiempo que se convirtió en el sello de distinción de los que querían marcar distancias con la vulgaridad. Para ellos ser pijo significaba elegancia, distinción y buen estilo. Los ingleses tienen la palabra snob, cuyo origen procede del latín -sine nobile-, voz que se colocaba en las puertas de los dormitorios universitarios cuando el ocupante no poseía título nobiliario. Si no eras lord, eras snob.
Pero el mundo está lleno de falsos hippies y de falsos pijos. Son los jipijos, es decir aquellos que presumen de rupturistas, de contraculturales y de estar en desacuerdo con las costumbres y los convencionalismos de la sociedad en la que viven, pero se comportan como pijos, como snobs irreductibles. Viven una auténtica contradicción entre lo que les gustaría ser y lo que verdaderamente son. Visten con cierta informalidad pero con ropa de marcas, frecuentan restaurantes de vanguardia pero de factura alta y viven en casas decoradas con arte alternativo pero de firmas conocidas.
Si lo pensamos bien, casi todos somos, en mayor o menor medida, un poco jipijos, porque aunque abominemos de las anticuadas tradiciones, de los convencionalismos trasnochados, terminamos por lo general cayendo en muchos de los usos que rechazamos, a veces por conveniencia y en ocasiones por comodidad, ya que resulta más fácil dejarse arrastrar por la marea de lo establecido que cabalgar a lomos de lo incierto.
Pero seamos justos: también hay hippies hippies y pijos pijos, aunque no abunden tanto como los jipijos.
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