Siempre he pensado que las comparaciones, además de odiosas, son inútiles. Sin embargo, algunos de los datos que los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas aportan me sugieren algún parangón con la situación actual española, de manera que no soy capaz de resistirme a la tentación de escribir sobre ello. Sí advierto de antemano de que soy consciente de que los escenarios galo y español son muy distintos, aunque no tanto como al principio pudiera parecer. Nosotros como ellos contamos con unos partidos tradicionales en crisis, que pugnan por salir del agujero en el que los ha metido el descrédito, las luchas internas y la corrupción; los dos países disponen de partidos de nuevo cuño, que luchan por ganarse un lugar en la contienda política; y, cómo no, ni Francia ni España carecen de populistas, aunque sean de signo contrario. Más semejanza imposible.
La derecha tradicional, el partido de Fillon, se ha hundido como pronosticaban las encuestas. La corrupción del líder ha debido de tener mucho que ver con su catastrófico resultado, aunque es posible que el desgaste político, después de tantos años de ordenada alternancia con el partido socialista, haya pasado factura a los conservadores franceses. No tengo claro hacía dónde habrán dirigido el voto sus incondicionales de siempre, aunque supongo que de todo habrá, desde los que se hayan decantado hacia la extrema derecha de Le Pen, hasta los que prefieran el abrigo del centrista Macron.
La espectacular derrota del partido socialista se veía venir desde las primarias del PS, cuando el indómito Hamon derrotó al pragmático Valls. Al electorado de la izquierda moderada francesa no han debido de gustarle las proclamas radicales del primero y han vuelto su mirada a Macron, al fin y al cabo un ex ministro de Holland, con su mensaje reformista, moderado y sostenible, su inequívoca apuesta por la economía de mercado y su europeísmo decidido y sin tachas nacionalistas. En definitiva, un perfil muy del gusto de los progresistas de las amplias clases medias francesas. Y todo esto sin olvidar que Valls, el líder socialista derrotado en las primarias de su partido, lo apoyó decididamente. No creo que nadie tenga dudas a estas alturas de que la mayoría de los votantes de Macron proceden de las filas de los tradicionales electores del PS, no sé si de su militancia.
Ahora vienen la segunda vuelta, y tanto la derecha como la izquierda tradicionales se han apresurado a recomendar a los suyos que en éstas voten al líder emergente. Es cierto que en parte esta recomendación procede de la necesidad de hacer frente a la amenaza populista de extrema derecha que representa Marine Le Pen, pero no lo es menos que la posición centrada de Emmanuel Macron no suscita demasiados rechazos, como sin embargo suele ocurrir con los extremismos radicales.
Mientras tanto, no se sabe -cuando escribo estas líneas- que recomendación hará Jean-Luc Mèlenchon a los suyos, a los votantes del partido Francia Insumisa, la formación a la que apoyó Pablo Iglesias con su presencia puño en alto en algún mitin de la campaña electoral de nuestros vecinos. Aunque no creo que sus siete millones de votantes de izquierda radical vayan a dar apoyo a la extrema derecha de Le Pen, por mucho que, como algunos dicen, los extremos se toquen.
¿No se parecen las dos situaciones mucho? En nuestro país, más de uno, si no todos, deberían poner sus barbas a remojar, aunque se afeiten todos los días.