En esas tarde de verano, de vinos largos y frases deshilvanadas, de risas fáciles y gestos amables, cuando los amigos que sólo se ven de vez en vez se reúnen con el único propósito de pasar un rato juntos y mantener encendida la llama del afecto, surgen en ocasiones temas interesantes, aunque sólo sea por lo que supone conocer las opiniones de personas con las que hay pocas ocasiones de intercambiar ideas. La situación de descanso, de tregua vacacional, propicia que cualquier cosa que se diga resulte fascinante. Son conversaciones que para mí tiene un gran atractivo, porque carecen de propósitos concretos, de intentos de persuasión y de afanes doctrinarios. Se dicen cosas, y que cada uno retenga lo que quiera o lo que pueda, porque las gambas frescas y el buen vino dejan poco espacio para asimilar ideas.
Con algunos de estos amigos he debatido estos días sobre lo material -y también sobre lo metafísico-, en largas peroratas sin solución de continuidad, de salto en salto y sin más pretensiones que, como decía antes, hablar y hablar. Pero en ellas siempre se descubre algo nuevo. Por ejemplo, aunque parezca mentira a estas alturas del siglo XXI, que Vox dispone de una amplia grey sobre la que lanzar sus redes. Los votante de la derecha ultraconservadora llevaban años bastante deprimidos, quizá porque se hubieran quedado huérfanos de caudillaje hace ya algún tiempo. En el fondo de su alma política seguía latiendo el desacuerdo con la democracia, una camisa que les queda demasiado ancha para sus gustos. Demócratas por aquí y por allá –pensaban-, de derechas o de izquierdas pero demócratas al fin y al cabo; demasiados derechos humanos enarbolados sin venir a cuento; machaconas lecciones de tolerancia muy difíciles de digerir. Y mientras tanto –continuaban meditando- los "moros" saltando las vallas de Ceuta y Melilla, los LGTBI luciendo transgresión ramplona y las feministas dando el coñazo con eso de la igualdad de derechos. Pero ahora, cuando creían que todo estaba perdido, han descubierto que ya hay quien los entiende, ya conocen a quien puede redimirlos de tanta desazón y de tanto caos, ya se acabó el desamparo en el que habían caído.
A través de estas conversaciones -insisto que desenfadadas- he descubierto que se trata de personas que ni siquiera se habían parado a pensar en por qué se sentían incómodas. Disponían de una opción conservadora –la del Partido Popular- que en mayor o menor medida colmaba sus inquietudes, aunque nunca lo hiciera por completo. Pero cuando miraban aún más a la derecha no encontraban nada. Sin embargo, de repente aparecieron unos señores muy serios, con voz engolada y de gran prestancia, bajo las siglas de Vox y enarbolando banderas a los cuatro vientos, que les han devuelto la esperanza perdida. Es la ultraderecha que nunca perdió garra del todo, aunque sus inquietudes estuvieran un tanto aletargadas. Son los que añoran unos tiempos pasados que para ellos no fueron tan malos como dicen. O sus hijos o sus nietos, porque hay sensaciones que se trasmiten de generación en generación, quizá porque se graben a fuego en los genes.
Pero como el verano no se ha acabado, estas conversaciones intrascendentes continuarán. De manera que quizá otro día hable de alguna otra, en las que siempre se descubre algo nuevo. O no tan nuevo.
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