Yo no hubiera podido ser ministro del PSOE. A pesar de que hace muchos años que asumí que las inclinaciones sexuales de cada uno son un asunto tan personal que nadie tiene derecho a juzgar las de los demás, y aunque rechace cualquier manifestación de índole homófoba por considerarla poco inteligente al proceder de prejuicios ancestrales, alguna vez he utilizado la expresión “maricón”. No como insulto –que también- sino para referirme a algún homosexual en concreto. Siempre por supuesto en ambientes restringidos y en presencia de personas que me conocen y entienden perfectamente el trasfondo de mis palabras. No es que me sienta orgulloso de esta debilidad, pero sé perfectamente que mi escala de valores no se ha visto alterada por esta conducta.
Ahora bien, si me hubieran grabado alguna de esas licencias verbales y a continuación hecho públicas las grabaciones, no habría podido intentar desarrollar una carrera política. Mejor dicho, hubiera podido intentarlo, pero no en un gobierno socialista. Tendría que haberme refugiado en alguno de esos partidos que tapan las vergüenzas de los suyos hasta límites inconcebibles, que protegen a los de su manada aunque existan evidencias de delito o de falta de ética.
Lo que está sucediendo ya lo veíamos venir. Algunos líderes están soliviantados y decididos a acabar con el gobierno de Pedro Sánchez como sea. Les corre prisa, porque si no lo hunden rápidamente acabará convenciendo a una mayoría cualificada de que es posible sortear la crisis sin abandonar a los más débiles. Terminará arañando algo de los privilegios de los de siempre y demostrará que las ideas progresistas moderadas son una valiosa alternativa al neoconservadurismo desbocado.
Para eso vale todo, incluso utilizar las cloacas del estado, manipular las palabras o las intenciones que hubiera detrás de ellas o sacar a relucir los expedientes universitarios. De lo que se trata es de pedir dimisiones y socavar el prestigio de los ministros, aunque para ello haya que exigir unos niveles de comportamiento muy distantes de los que ellos acostumbraban. Cualquier tema les vale, incluso los asuntos de Estado, esos que requieren de lealtad institucional. La bestia a batir lo justifica todo. No se pueden permitir que siga creciendo, porque les va mucho en ello.
No, no lo tiene fácil el nuevo gobierno. Lo que sucede es que los ciudadanos en su conjunto no son tan estúpidos como para tragarse con facilidad las malas artes sin reaccionar. Las encuestas algo están diciendo al respecto. Las últimas, en plena crisis del caso Montón, demuestran que la brecha de intención de voto entre el PSOE y los partidos de derecha aumenta a favor de primero, al mismo tiempo que ponen de manifiesto que el electorado de derechas cada vez está más desconcertado.
Por eso viene a cuento recordar aquello de ladran luego cabalgamos.