No me lo había propuesto, pero al final ha sido así. La pereza me ha vencido y he sido incapaz durante varias semanas de abrir el ordenador y ponerme a escribir. No es que no haya habido situaciones que me llamaran la atención, porque éstas han sido muchas, variadas y llamativas. Ha ocurrido, simplemente, que la vagancia veraniega ha podido conmigo. Pero ya va siendo hora de empezar a dar un poco la murga.
He oído últimamente que algunos dicen que para qué perder el tiempo exhumando los restos de Franco, habiendo tantas cosas importantes por hacer. No aclaran que les gustaría que siguieran allí, porque a tanto no se atreven. Sería algo así como reclamar que continúe abierto un mausoleo dedicado a la memoria de un dictador, al recuerdo del vencedor de una guerra civil que enfrentó a la mitad de los españoles con la otra mitad. Y eso sería reconocer una estrechez de miras democráticas poco acorde con los tiempos que corren. Con los votos no se juega.
Según parece, otros -¿quizá los mismos?- proponen la promulgación de una ley de concordia y reconciliación entre los españoles, para sustituir a la que se refiere a la memoria histórica. Deben de considerar que esta última hurga demasiado en hechos poco confesables y que mejor sería “firmar la paz” de una vez y dejarse de monsergas. Los muertos muertos están y para qué localizarlos y enterrarlos con dignidad. Reconciliémonos y olvidemos el pasado. Además –recalcan-, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Es decir, reconocen el pasado pecaminoso, pero lo reparten por igual, como si los represaliados al finalizar de la contienda civil hubieran pertenecido a los dos bandos y no sólo al de los vencidos.
Lo de la inmigración desbocada por no dejar que se ahoguen los emigrantes que intentan llegar a Europa es culpa, según proclaman otros, -¿los de antes?- de un gobierno oportunista al que le gustan más los gestos que los hechos. Dicen que no deberíamos andarnos con tantas contemplaciones. Aquí no cabemos todos –explican- y el Estado no puede ni debe convertirse en una ONG caritativa. Mano dura, pelotazo y tente en pie. Que se queden en su país que aquí no pintan nada.
Hay también -¿serán los mismos?– los que consideran que las proclamas incendiarias que lanzan Carles, Quim y compañía son la consecuencia inmediata de unos pactos secretos e inconfensables acordados para llevar adelante la moción de censura que arrebato el poder a los conservadores. Tanto diálogo, tanta contemplación, tanta llamada a la cordura y a la sensatez –repiten hasta la saciedad- terminará quebrando la convivencia, provocando males irreversibles. Con el 155 y con las cargas del 1 de octubre se estaba arreglando el desaguisado y ahora vienen éstos a estropearlo todo con su afición al dialogo, con su afán de oír al adversario, con su manía de buscar puntos de encuentro.
Lo que no sé, me pregunto a la vista de lo anterior, es cómo con todas estas lindezas he sido incapaz de vencer la galbana veraniega durante tanto tiempo. Quizá sea porque los años causan estragos, me guste o no admitirlo. Aunque, pensándolo bien, nunca es tarde si la dicha es buena.
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