28 de noviembre de 2024

No maltratemos nuestro idioma, por favor

Alguna vez me he atrevido a escribir aquí alguna reflexión sobre lo que yo considero una constante degradación del idioma español por parte de los hablantes. No busco culpables -Fuenteovejuna todos a una- porque creo que la responsabilidad está muy repartida. Simplemente pretendo dar rienda suelta a una de mis tantas inquietudes.

Desde hace ya varios años estoy observando el mal uso que se hace de la palabra efectivos cuando se utiliza como sustantivo. Los efectivos son un conjunto de medios disponibles para desempeñar un cometido a las órdenes de un determinado mando, sea militar o no. Se puede decir, por ejemplo, los efectivos de bomberos enviados al incendio consistían en dos coches bomba, una escalera desplegable y veinte bomberos. O, también, aquellos efectivos incluían dos carros de combate y treinta y cinco infantes. Sin embargo, no es correcto en el primer ejemplo hablar de veinte efectivos al referirse a los bomberos, ni en el segundo citar treinta y cinco efectivos para nombrar a los militares. Los bomberos y los militares están incluidos en los efectivos de los ejemplos.

La confusión procede de considerar que un hombre o una mujer individualmente constituye un efectivo, es decir, considerar esta palabra como unidad de medida. Se podría decir que como efectivos sólo se contaba con un vigilante en la obra, pero nunca que sólo había un efectivo para vigilar la obra. No sé si queda claro.

La palabra efectivos es equivalente en cierto modo a la de recursos. Nadie dice, por ejemplo, en mi departamento hay diez recursos, sino diez administrativos o diez personas o diez dependientes. Porque los recursos, igual que los efectivos, son un conjunto de medios.

Desde lo de la DANA de Valencia, se oye en los medios de comunicación noticias tales como la UME ya cuenta con siete mil efectivos en la zona. Lo correcto sería decir que los efectivos enviados por la UME incluyen un número de siete mil militares o siete mil hombres y mujeres. Porque un militar no es un efectivo, sino que está incluido en algún efectivo.

Supongo que este asunto de la utilización correcta de la palabra efectivos le interesa a muy poca gente; pero como a mí me quema, aquí queda mi opinión. En cualquier caso, recomiendo que se le eche un vistazo a lo que dice el diccionario de la academia, porque al fin y al cabo es la “autoridad competente” en estos pormenores. Yo no soy más que un aprendiz de nuestro idioma.

23 de noviembre de 2024

Recuerdos olvidados 28. El incendio de los graneros

 

No sé por qué me ha venido a la memoria de repente este recuerdo tan perdido en el túnel de los tiempos. No lo sé, aunque no descarto que haya sido como consecuencia de observar el comportamiento solidario de la ciudadanía en la catástrofe medioambiental de Valencia. Lo que voy a contar sucedió en Castellote, en el verano de 1957 o quizá en el de 1958. Me resulta imposible precisar el mes, porque los veraneos escolares de aquella época se iniciaban a finales de junio y concluían a principios de octubre. 

Un día, a la caída del sol, puede que hacia las 7 o las 8 de la tarde, empezaron a sonar las campanas de la iglesia de la Virgen del Agua, con una insistencia y una cadencia que yo nunca había oído antes. Se trataba, como no tardé en saber, de una llamada de arrebato, señal inequívoca de que algo grave debía de estar sucediendo.

Alguien dijo que posiblemente se tratara de un incendio y que mediante el toque de campanas se estaba pidiendo la colaboración ciudadana. Yo debía andar por los 15 o los 16 años, esa edad en la que uno es capaz de comerse el mundo. Le dije a mi madre que iba a bajar a la plaza para enterarme de lo que sucedía y echar una mano si fuera preciso; ella me contestó que de acuerdo pero que no cometiera temeridades.

Nada más salir a la calle, me topé con un gentío inusual en un pueblo tan pequeño y a aquellas horas de la tarde. Había hombres y mujeres de todas las edades, algunos con cubos caseros en la mano, algo que me sorprendió, y con expresiones en las caras de todos en las que se adivinaba la preocupación, por no decir el miedo. Ya se sabía perfectamente lo que estaba sucediendo, un incendio en los graneros de los Buñuel, situados en el desván de un edificio que hoy ya no existe y cuya demolición dio lugar a la placita hoy conocida como Planillo de la Virgen. Los incendios en un pueblo como Castellote pueden convertirse en auténticas tragedias, porque la proximidad de los edificios facilita la propagación de las llamas con mucha rapidez.

Nada más llegar a la plaza de la iglesia, me di de bruces con mosén Adolfo, el párroco del pueblo, una auténtica institución en el Castellote de entonces, a quien recuerdo con cariño, posiblemente porque el paso del tiempo borre de la memoria los aspectos más ásperos del carácter de las personas. Me vio, me obligó a que cogiera un cubo de entre los que había almacenados enfrente de la casa parroquial y me ordenó que me colocara en la larga cadena humana que se había formado entre la fuente más cercana y el edificio en llamas, la única manera de acarrear el agua cubo a cubo hasta el pie de la escalera que la Guardia Civil había colocado para acceder al granero incendiado. Recuerdo perfectamente que desde mi posición en la cadena veía a los guardias subir los cubos uno a uno y no se me olvidará nunca que el cabo primero jefe del puesto era quien desde arriba los introducía en el ático y arrojaba el agua sobre el fuego, sin duda jugándose la vida.

No sé cuánto duró aquello, supongo que un par de horas o algo más, pero sí que volví a casa, henchido de orgullo y satisfacción, para contarles con todo detalle a mi madre y a mis hermanos pequeños la "heroicidad" que acababa de protagonizar. No todos los días se convierte uno en miembro de protección civil, aunque entonces nadie utilizara esta expresión.

Por cierto, aquella improvisada colaboración ciudadana funcionó perfectamente gracias a que quienes tenían la responsabilidad y el mando, es decir las autoridades locales, alcalde y concejales, supieron desde el primer momento qué tenían que hacer. Si esto hubiera sido así en las inundaciones de Valencia, posiblemente se habrían evitado muchas muertes. Son situaciones muy distintas, ya lo sé, pero la moraleja es válida.


19 de noviembre de 2024

La educación ciudadana y la mentalidad de cada uno

 

Escribo este artículo para expresar la teoría de que el optimismo o el pesimismo respecto a la evolución de los comportamientos sociales y de la educación ciudadana están directamente relacionados con la ideología de cada uno. Siempre lo he sospechado, pero es que desde hace un tiempo, después de haber observado con cierto detenimiento alguno de los entornos que me rodean, me quedan muy pocas dudas. Los conservadores ponen el grito en el cielo ante lo que ellos consideran un galopante deterioro de las costumbres sociales, mientras que los progresistas sostienen que la evolución del comportamiento social en su conjunto no es más que la adaptación a los tiempos que corren, y no sólo se mantiene dentro de unos parámetros aceptables, sino que además mejora. Curioso fenómeno, el de la percepción según ideologías, del que quizá pocos sean conscientes.

Supongo que detrás de esta dicotomía se ocultan los propios valores del progresismo y del conservadurismo. Mientras que para los progresistas las variaciones del comportamiento ciudadano no son más que consecuencia de la propia evolución de la sociedad, para los conservadores cualquier cambio se convierte en ruptura del estatus quo establecido y por tanto lo interpretan como un deterioro de la educación ciudadana.

Yo tengo la sensación de que lo que de verdad ha cambiado en el mundo y sigue cambiando día a día es el aumento de lo que me gusta llamar permeabilidad social, es decir el incremento de la capacidad de relacionarnos cada día con un mayor número de personas procedentes de entornos distintos al nuestro. Mientras que hace años nos movíamos en un estrecho círculo de amistades, casi todas pertenecientes al “ambiente social” de cada uno, ahora lo hacemos con multitud de personas que proceden de distintas capas sociales y con distintos grados de formación. Antes, me refiero para no ir más lejos a la primera mitad del siglo XX, era raro que alguien interactuara fuera de su entorno social más allá de lo imprescindible. Como consecuencia, convivía sólo con individuos procedentes del suyo y, si se salía de él, era por lo general bajo el prisma de la sumisión de unas clases frente a otras. Lo que en sociología se conoce como síndrome del amo o del siervo, según sea el caso.

Por tanto, la visión de lo que se consideraba educado o maleducado, refinado o chabacano, fino o grosero se percibía siempre en comparación con los estándares del grupo al que se pertenecía. Ahora, sin embargo, como consecuencia de la permeabilidad social se vive inmerso en una sociedad diversa, en la que las diferencias de educación entre capas sociales tienden a desaparecer. Debido a ello, comportamientos que siempre han existido se ven por algunos como nuevos, como signos del deterioro de las costumbres, cuando no son más que la manifestación exacta de la sociedad en su conjunto.

Dije yo el otro día en un determinado foro, muy uniforme en su extracción social y en su nivel educativo, que sigue habiendo gente bien educada en la sociedad como siempre ha habido. Alguien, de indudable mentalidad conservadora, me contestó: puede ser, pero deben de estar muy escondidos. Lo dicho, los hay que preferirían seguir encerrados en sus burbujas, en las que la mala educación, al menos como ellos la entienden, no tiene cabida. 

En lo que hay que confiar es en que la mejora de la permeabilidad social enriquezca el conjunto de la educación social y no lo deteriore, aunque ahora las varas de medirla sean distintas a las de antes.



15 de noviembre de 2024

Trump y el inalterable equilibrio cósmico

 

A mí me gusta creer en la existencia del llamado equilibrio cósmico, concepto que viene a explicar que la contraposición de fuerzas de carácter opuesto permite que el universo continúe inalterable a lo largo de los tiempos, a pesar de los cataclismos siderales. Prefiero pensar, además, que lo que es cierto en las inconmensurables dimensiones del universo, también lo es en el entorno que nos rodea. Yo no he visto a lo largo de mi vida grandes cambios en el mundo, más allá de los que se derivan del progreso de la tecnología y del lento y continuo avance de los derechos humanos. Pero en su conjunto, a pesar de que he vivido cambios políticos significativos a nivel nacional e internacional, tengo la sensación de que permanece inalterable.

Digo esto, porque estoy convencido de que Trump, a pesar de su verborrea y de sus amenazas, no va a cambiar el rumbo del mundo. Nos va a dar más de un disgusto, como nos lo dieron Hitler, Stalin, Mussolini y tantos otros, pero no serán más que tormentas pasajeras, porque la contraposición de intereses neutralizará muchas de sus intenciones. Es fácil decir que va a enfrentarse a la amenaza china y al mismo tiempo dejar de apoyar a Ucrania, es decir a Europa, porque son dos objetivos contrapuestos. No se puede amenazar a Irán y al mismo tiempo compadrear con su aliado Putin. Es totalmente imposible torpedear la economía europea mediante aranceles, sin temer que la repercusión en la economía de sus aliados se vuelva contra sus propios intereses.

De la personalidad del presidente electo de los EEUU no voy a hablar hoy, porque tengo la sensación de que ya está todo dicho. Yo, en mis modestas reflexiones en este blog, ya largué hace cuatro años algunas de mis impresiones. Creo que se trata de un personaje atípico, abrupto en sus expresiones y con la idea equivocada de que un país se dirige como una empresa. Un error garrafal, del que ya le debía de haber alertado su incapacidad de poner patas arriba todo durante su mandato anterior. Las urnas lo echaron y, aunque es cierto que también ellas lo han traído ahora, en su país existe un sistema de equilibrios capaz de frenar las grandes insensateces. Tribunales de justicia que no puede controlar la Casa Blanca, gobernadores que no son de la cuerda del presidente de turno, prensa independiente y un sinfín de mandos intermedios que no estarán dispuesto a jugar su juego con facilidad.

Pero es que, además, en este mundo globalizado, en el que el equilibrio entre bloques se mantiene a pesar de los constantes cambios de posición de alguno de sus peones, ninguna de las grandes potencias, ni siquiera USA, puede hacer lo que le venga en gana. Habrá amagos, intentos de mover piezas para mejorar posiciones en el tablero del juego internacional, pero con resultados muy limitados, porque, lo decía arriba, el equilibrio cósmico se mantiene.

Eso sí, nos va a hacer pasar malos ratos, a unos más que a otros. Porque los hay que están aplaudiendo con las orejas, convencidos de que la llegada de un nacionalista acérrimo como Trump sólo les puede traer fortuna. Pero ojo, porque a éstos les puede salir el tiro por la culata. Europa también avanza, aunque lo haga con lentitud, y no hay mayor estímulo para la cohesión que percibir un peligro exterior.  

Esperemos a que se ponga en marcha su mandato y ya habrá tiempo para hablar de Trump y del inalterable equilibrio cósmico.

9 de noviembre de 2024

La maldita logística

 

Las guerras se ganan o se pierden en función de la capacidad logística que se disponga. Los rusos hace tres años llegaron a Kiev en un día y sus columnas blindadas echaron el freno antes de entrar, viéndose obligadas a retroceder cuando parece que su capacidad militar era muy superior a la de los ucranianos. Se habían dado cuenta de que sus apoyos de mantenimiento y abastecimiento no eran los adecuados y tomaron la inevitable decisión de frenar sus  impulsos iniciales.

En el lamentable, triste y caótico episodio de la Dana, lo primero que falló fue la gestión de la logística. Tengo la sensación de que los servicios de protección civil disponen de medios, pero no de unos detallados planes de apoyo logístico. Cuando oigo decir que por qué la UME no envió más efectivos desde el primer momento, me doy cuenta de que quien se expresa así no tiene idea de lo que significa mover hombres y mujeres sobre un terreno totalmente destruido, sin más medios a su alcance que los que pudieran llevar al hombro en sus mochilas. ¿Dónde iban a pernoctar? ¿Qué iban a comer? ¿Cuál sería la responsabilidad de cada una de las unidades en la ingente tarea que tenían por delante?

Se habla, se habla y se habla sin tener en cuenta el contexto real. Los primeros auxilios tenían que haber surgido de los propios municipios, como conocedores de la realidad de la catástrofe, apoyados por una ciudadanía bien dirigida y aleccionada. Pero ese primer escalón falló por falta de preparación y de protocolos.

Como segundo escalón estaba la administración de la comunidad, que tardó mucho en reaccionar, supongo que por ineptitud de algunos de sus responsables y seguramente por no tener previstos planes de contingencia debidamente coordinados con los municipios afectados. Debería haber puesto en marcha un despliegue de primeros auxilios y otro de orden público, para evitar la patética escena de los ciudadanos barriendo el barro sin saber dónde ponerlo y para impedir los previsibles saqueos que podían producirse. Pero tampoco tenía planes establecidos y ensayados.

El tercero escalón es el Estado, con toda su capacidad de protección civil. Lo que sucede es que cuando fallan el primer y segundo escalón, el tercero tarda en movilizarse, eso sin tener en cuenta en este caso los remilgos del gobierno autonómico a la hora de pedir ayuda al central, un auténtico sinsentido. Que la petición de ayuda dependa del color político de unos y otros constituye un auténtico esperpento, cuando están en juego las vidas de los ciudadanos. Porque si no te dicen cuál es la situación exacta y por tanto qué hay que hacer y dónde, es imposible ayudar.

Supongo que los responsables a los tres niveles habrán sacado sus propias conclusiones, aunque mucho me temo que se pueda estar gastando pólvora en salvas de disculpas, en detrimento de la eficacia. Lo mínimo que debemos exigir ahora es que se definan inmediatamente unos planes de emergencia viables e indiscutibles. No creo que sea el momento de las acusaciones y sí el de prever el futuro. Aunque parece imposible evitar que la indignación ciudadana exija responsabilidades, como está ocurriendo en las calles de Valencia mientras escribo estas líneas.

5 de noviembre de 2024

El desconcierto nacional

 

No soy ni mucho menos un experto en gestión de catástrofes medioambientales. No lo soy, pero tengo el sentido común suficiente como para darme cuenta de que lo que sucedió en los primeros momentos con la gestión de las ayudas a la población afectada por el paso de la mortífera y destructiva DANA por Valencia fue un auténtico esperpento, imágenes nada dignas de un país como España que presume de pertenecer al primer mundo. Voluntarios escoba casera al hombro, deambulando por las calles embarradas, mirando a las cámaras con desconcierto, unos en una dirección y los otros en la contraria. De vez en cuando algún grupo de ciudadanos voluntariosos moviendo el barro de un lado a otro, pero no sacándolo de allí para dejar las vías transitables. Los coches amontonados en las calles, ni una excavadora, ni una grúa, ni una pala mecánica, ni una bomba de achique, ni un miembro de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, ni un militar, nada de nada, sólo buena voluntad de los afectados y ninguna dirección institucional.

Habrá que preguntarse qué sucedió para que las ayudas empezaran a llegar tan tarde. Posiblemente una de las causas fuera el mal funcionamiento de los protocolos de coordinación entre las distintas administraciones, o porque están mal definidos o porque la incompetencia de los políticos los paralizó o por las dos cosas a la vez En las situaciones complicadas, y ésta lo fue y mucho, lo primero que se precisa es tener muy claro quién tiene el mando, porque si no los voluntarios no sabrán qué tienen que hacer, y no sólo correrán el riesgo de ser inútiles, sino que además estorbarán.

Desde que se creó la UME aplaudí la idea. Pero la colaboración de la UME hay que cuantificarla y solicitarla. Son las autonomías, como primeras responsables de hacer frente a las catástrofes, las que deben medir los recursos necesarios y poner la cifra en conocimiento del gobierno central, lo que en ningún caso disculpa la pasividad de éste. Pero se actuó con una lentitud inexplicable, no se sabe si por remilgos a la hora de pedir ayuda o por desconocimiento de la situación o porque el Estado en su conjunto se quedó paralizado. Pero sea por H o por B, resultó un espectáculo muy difícil de entender por la ciudadanía.

Declaraciones como las de Feijóo el otro día, pidiendo en plena tragedia responsabilidades al gobierno de Sánchez, son inaceptables, impropias de un líder que pretende gobernar. La cara de su compañero de partido, el presidente de la Comunidad de Valencia, era el vivo reflejo del desconcierto. Debía de estar dándose cuenta de que las palabras de su jefe eran totalmente inapropiadas para el momento tan complicado que se estaba viviendo. Se notaba además que Manzón estaba aturdido, porque la envergadura de la situación lo sobrepasaba. 

Después ha venido un carrusel de declaraciones exculpatorias inadmisibles, contradicciones entre lo que se dijo y lo que se dice, mentiras sobre la responsabilidad de las alarmas, acusaciones a la UME de no actuar con prontitud, tirar chinas al de enfrente en vez de establecer entre todos juntos un plan viable para paliar en la medida de lo posible la catastrófica situación de una población sumida en la indignación, cuya máxima expresión se alcanzó con la violencia ejercida contra las autoridades, que aunque manejada por extremistas de la ultraderecha, mostraba con claridad el caldo de cultivo que se había formado.

Los colectivos humanos sin dirección, y en este caso no la había, no sólo son incapaces de resolver los asuntos de gestión complicada, sino que además su desorientación aumenta la ineficacia del esfuerzo. Y eso fue exactamente lo que sucedió en Valencia al principio, muchos voluntarios aficionados con ganas de ayudar, pero sin saber qué hacer, y ninguna cabeza rectora dando instrucciones claras.

Ahora el jefe de la oposición le solicita al gobierno central que tome las riendas de la situación, petición que deja en muy mal lugar a su compañero de filas, el presidente de la comunidad. Se le ha contestado que no, que en un estado de corte federal hay que cogobernar, cada uno en su nivel de responsabilidad. Lo demás es marear la perdiz y no entender el mandato constitucional.

Espero que de este desconcierto nacional se saquen conclusiones. Habrá que pedir responsabilidades a los ineptos, pero sobre todo será preciso poner en marcha un auténtico plan de emergencias que no deje hilos sueltos y que defina con claridad quien está al mando. Porque sin cadenas de mando bien estructuradas nada funciona.