No soy ni mucho menos un experto en gestión de catástrofes
medioambientales. No lo soy, pero tengo el sentido común suficiente como para
darme cuenta de que lo que sucedió en los primeros momentos con la gestión de las ayudas a la población afectada por el paso de la mortífera y destructiva DANA por Valencia fue un auténtico esperpento, imágenes nada dignas de un
país como España que presume de pertenecer al primer mundo. Voluntarios escoba casera al hombro, deambulando por las calles embarradas, mirando a
las cámaras con desconcierto, unos en una dirección y los otros en
la contraria. De vez en cuando algún grupo de ciudadanos voluntariosos moviendo el barro de un lado a otro,
pero no sacándolo de allí para dejar las vías transitables. Los coches
amontonados en las calles, ni una excavadora, ni una grúa, ni una pala
mecánica, ni una bomba de achique, ni un miembro de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, ni un militar, nada de nada, sólo buena voluntad de los afectados y ninguna dirección institucional.
Habrá que preguntarse qué sucedió para que las
ayudas empezaran a llegar tan tarde. Posiblemente una de las causas fuera el mal funcionamiento de los protocolos de coordinación entre las distintas
administraciones, o porque están mal definidos o porque la incompetencia de los
políticos los paralizó o por las dos cosas a la vez En las situaciones
complicadas, y ésta lo fue y mucho, lo primero que se precisa es tener muy claro quién tiene el mando, porque si no los voluntarios no sabrán qué tienen que hacer, y no
sólo correrán el riesgo de ser inútiles, sino que además estorbarán.
Desde que se creó la UME aplaudí la idea. Pero la colaboración de la UME hay que cuantificarla y solicitarla. Son las autonomías, como primeras responsables de hacer frente a las catástrofes, las que deben medir los recursos necesarios y poner la cifra en conocimiento del gobierno central, lo que en ningún caso disculpa la pasividad de éste. Pero se actuó con una lentitud inexplicable, no se sabe si por remilgos a la hora de pedir ayuda o por desconocimiento de la situación o porque el Estado en su conjunto se quedó paralizado. Pero sea por H o por B, resultó un espectáculo muy difícil de entender por la ciudadanía.
Declaraciones como las de Feijóo el otro día, pidiendo en plena tragedia responsabilidades al gobierno de Sánchez, son inaceptables, impropias de un líder que pretende gobernar. La cara de su compañero de partido, el presidente de la Comunidad de Valencia, era el vivo reflejo del desconcierto. Debía de estar dándose cuenta de que las palabras de su jefe eran totalmente inapropiadas para el momento tan complicado que se estaba viviendo. Se notaba además que Manzón estaba aturdido, porque la envergadura de la situación lo sobrepasaba.
Después ha venido un carrusel de declaraciones exculpatorias inadmisibles, contradicciones entre lo que se dijo y lo que se dice, mentiras sobre la responsabilidad de las alarmas, acusaciones a la UME de no actuar con prontitud, tirar chinas al de enfrente en vez de establecer entre todos juntos un plan viable para paliar en la medida de lo posible la catastrófica situación de una población sumida en la indignación, cuya máxima expresión se alcanzó con la violencia ejercida contra las autoridades, que aunque manejada por extremistas de la ultraderecha, mostraba con claridad el caldo de cultivo que se había formado.
Los colectivos humanos sin dirección, y en este caso no la había, no sólo son incapaces
de resolver los asuntos de gestión complicada, sino que además su
desorientación aumenta la ineficacia del esfuerzo. Y eso fue exactamente lo que sucedió en Valencia al principio, muchos voluntarios aficionados con ganas de ayudar, pero sin saber qué hacer, y ninguna cabeza rectora dando instrucciones claras.
Ahora el jefe de la oposición le solicita al gobierno central que tome las riendas de la situación, petición que deja en muy mal lugar a su compañero de filas, el presidente de la comunidad. Se le ha contestado que no, que en un estado de corte federal hay que cogobernar, cada uno en su nivel de responsabilidad. Lo demás es marear la perdiz y no entender el mandato constitucional.
Espero que de este desconcierto nacional se saquen conclusiones.
Habrá que pedir responsabilidades a los ineptos, pero sobre todo será preciso poner en marcha un auténtico plan de emergencias que no deje
hilos sueltos y que defina con claridad quien está
al mando. Porque sin cadenas de mando bien estructuradas nada funciona.