Alguien dijo que posiblemente se tratara de un incendio y
que mediante el toque de campanas se estaba pidiendo la colaboración ciudadana.
Yo debía andar por los 15 o los 16 años, esa edad en la que uno es capaz de comerse el mundo. Le dije a mi madre que iba a bajar a la
plaza para enterarme de lo que sucedía y echar una mano si fuera preciso; ella me contestó que de acuerdo pero
que no cometiera temeridades.
Nada más salir a la calle, me topé con un gentío inusual en un pueblo tan pequeño y a aquellas horas de la tarde. Había hombres y mujeres de todas las edades, algunos con cubos caseros en la mano, algo que me sorprendió, y con expresiones en las caras de todos en las que se adivinaba la preocupación, por no decir el miedo. Ya se sabía perfectamente lo que estaba sucediendo, un incendio en los graneros de los Buñuel, situados en el desván de un edificio que hoy ya no existe y cuya demolición dio lugar a la placita hoy conocida como Planillo de la Virgen. Los incendios en un pueblo como Castellote pueden convertirse en auténticas tragedias, porque la proximidad de los edificios facilita la propagación de las llamas con mucha rapidez.
Nada más llegar a la plaza de la iglesia, me di de bruces
con mosén Adolfo, el párroco del pueblo, una auténtica institución en el Castellote de entonces, a quien recuerdo con cariño, posiblemente porque el paso del tiempo
borre de la memoria los aspectos más ásperos del carácter de las personas. Me vio, me obligó a que cogiera
un cubo de entre los que había almacenados enfrente de la casa parroquial y me ordenó que
me colocara en la larga cadena humana que se había formado entre la fuente más
cercana y el edificio en llamas, la única manera de acarrear el agua cubo a cubo hasta el pie de la escalera que la Guardia Civil había colocado para acceder al
granero incendiado. Recuerdo perfectamente que desde mi posición en la cadena
veía a los guardias subir los cubos uno a uno y no se me olvidará nunca que el
cabo primero jefe del puesto era quien desde arriba los introducía en el ático y arrojaba el agua sobre el fuego, sin duda jugándose la vida.
No sé cuánto duró aquello, supongo que un par de horas o algo más, pero
sí que volví a casa, henchido de orgullo y satisfacción, para contarles con
todo detalle a mi madre y a mis hermanos pequeños la "heroicidad" que acababa de
protagonizar. No todos los días se convierte uno en miembro de protección civil, aunque entonces nadie utilizara esta expresión.
Por cierto, aquella improvisada colaboración ciudadana funcionó perfectamente gracias a que quienes tenían la responsabilidad y el mando, es decir las autoridades locales, alcalde y concejales, supieron desde el primer momento qué tenían que hacer. Si esto hubiera sido así en las inundaciones de Valencia, posiblemente se habrían evitado muchas muertes. Son situaciones muy distintas, ya lo sé, pero la moraleja es válida.
La moraleja es muy válida.
ResponderEliminarFernando
Fernando, estoy pensando en sugerirle a la actual alcaldesa de Castellote que organice unas charlas divulgativas de las medidas que hay que tomar en caso de incendios. Los tiempos han cambiado y mucho me temo que ahora haya menos conciencia de colaboración ciudadana que había entonces.
ResponderEliminarAdemás, que con tu espalda no te veo acarreando agua.
EliminarAngel
Pero sí asesorando. A la cabeza todavía le puedo sacar algún partido.
EliminarMira, con tu experiencia en desastres como el descrito te podrías postular ante el Sr. Mazón.
EliminarAngel