31 de octubre de 2025

Los circos de la mediocridad

Confieso que nunca había seguido en directo el desarrollo de un comité de investigación, hasta que hace unos días, motivado por las expectativas que su convocatoria había despertado en la opinión pública, me senté ante el televisor para no perderme ni un solo detalle de la comparecencia en el Senado de Pedro Sánchez. Perseguía dos objetivos, el primero observar cómo se desenvolvía el presidente del gobierno; el segundo analizar el funcionamiento de un procedimiento pensado para investigar responsabilidades políticas concretas. De lo primero no voy a hablar hoy, aunque por supuesto saqué mis propias conclusiones que puede que exponga en otro momento. De lo segundo sí, porque creo que merece una reflexión.

La primera conclusión es que se está utilizando el Senado para algo que no debería corresponder a sus competencias. La cámara alta está concebida para tratar asuntos de carácter territorial y no para investigar la posible implicación del presidente del gobierno en casos de corrupción que afectan a su partido. Lo que sucede es que, como el Partido Popular tiene mayoría absoluta, la utiliza para usarla en lo que le plazca. No digo que sea ilegal, pero supone una manifiesta violación del espíritu de la Constitución. Por tanto, creo que en este caso el escenario no era el adecuado desde un punto de vista institucional.

La segunda es la falta de rigor intelectual de los senadores que representaron a muchos de los partidos que intervinieron. No voy a señalar a ninguno, porque los hubo para todos los gustos y colores. Sólo alguno se libró desde mi punto de vista de caer en la vulgaridad. Preguntas que nada tenían que ver con el asunto investigado, atropello en el diálogo, falta de respeto parlamentario y actitudes ramplonas. Un malísimo ejemplo para la ciudadanía y un paso más hacia el desprestigio de la actual política en nuestro país.

La tercera es que a los comparecientes se les veía el plumero del lucimiento personal, muchos de ellos totalmente desconocidos por la opinión pública, con la oportunidad de darse a conocer. Algunos, además, poniendo de manifiesto que habían recibido la consignas de leña al mono, que no se te escape, que es muy hábil y no se puede desaprovechar una ocasión como ésta. Pero, a pesar de sus intenciones o quizá debido a ellas, casi todos dejaron la sensación de pobreza en el lenguaje y, sobre todo, de no haber entendido el verdadero asunto que se trataba en ese momento.

La cuarta, que el presidente de la comisión dejó muy clara su falta de imparcialidad. Cuando uno de los suyos se desviaba del asunto que los había llevado allí, guardaba silencio, nada tenía que objetar. Pero si el que se iba por los cerros de Úbeda era afín al gobierno, le faltaba tiempo para llamarlo al orden, en algún caso hasta tres veces, con la consiguiente retirada de la palabra. Un espectáculo bochornoso.

La quinta, como resumen y última por hoy, es que el conjunto se me antojó un espectáculo ramplón y me atrevería a decir que infantil, de patio de colegio. 

Como suele ocurrir en estos casos, todos los partidos se han considerado ganadores de esta apuesta parlamentaria, porque en política reza el principio de no reconocer los errores propios y magnificar los contrarios. Sin embargo, a mí me dio vergüenza, precisamente porque creo en la utilidad de las Comisiones de Investigación y, cuando éstas se convierten en una carnavalada, cuando en vez de investigar responsabilidades políticas sus señorías se dedican a hacer política de brocha gorda, tengo que hacer un esfuerzo para sobreponerme a la depresión.

Pero ya lo dijo aquél, el de las armas de destrucción masiva: “el que pueda hacer que haga”.


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