Según el diccionario de la Academia, se entiende por tic el movimiento convulsivo, que se repite con frecuencia, producido por la contracción involuntaria de uno o varios músculos. De ahí que, en sentido figurado, a veces nos refiramos con esta palabra a ciertos comportamientos. Cuando algo se repite con frecuencia, y aparentemente fuera del control consciente de quien ejercita la acción, podemos hablar de tic. Pues bien: para mí, la ausencia deliberada de los diputados de Podemos del hemiciclo del congreso, cuando iba a guardarse un minuto de silencio en recuerdo de la recién fallecida Rita Barberá, responde a un tic de sus dirigentes, que parecen incapaces de reprimir determinadas convulsiones. Pero allá ellos con sus actitudes, que por cierto no creo que apruebe la mayoría de los españoles. Muchos de éstos se hubieran quedado de pie en su sitio y se hubiera mantenido en respetuoso silencio, porque puede compatibilizarse perfectamente el respeto a los demás con la defensa de las ideas propias.
Por otro lado, hace unos días pudimos ver a la senadora –en esos momentos del grupo mixto- en el patio del congreso, a la salida de la apertura de la legislatura recién inaugurada, llamar a gritos al ex ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo: “Margui, Margui…no me has saludado” . No sé a los demás, pero a mí la escena me sorprendió y sobre todo me dejó un regusto de tristeza; y no por el ridículo apelativo cariñoso –que también-, sino por la soledad que desprendía la escena. Rita Barberá estaba completamente sola, en medio de sus antiguos compañeros de partido, y ninguno se dignaba acercarse a ella. Era como si hacerlo les fuera a contagiar.
El Partido Popular no tiene ahora la conciencia tranquila por el trato que dispensó a Rita Barberá en los últimos meses. No hay más que oír las declaraciones de sus líderes para comprender que lo que acabo de decir es cierto. Pero si alguien tiene dudas, que revise las hemerotecas, que compare lo que muchos de sus dirigentes decían cuando les ayudaba a ganar elecciones y lo que empezaron a decir de ella cuando primero saltó el escándalo y después el juez la imputó. Tenían que separarse de su persona, porque volvían a estar en periodo electoral y no querían que la situación de su antigua compañera los manchase. Cosas veredes que farán hablar las piedras.
Lo que ha representado Rita Barberá en este país durante los últimos años ahí está, tan documentado que abundar sobre hechos y comportamientos pudiera resultar reiterativo. No son los mil euros de su generosa donación a las arcas del partido (no voy a entrar en si los recuperó o no) lo que la puso en evidencia ética y política, sino el fango maloliente que desde hace un tiempo se percibe en las filas del que fuera su partido, en la Comunidad Valenciana. Lo primero puede resultar una anécdota intrascendente por la cantidad (aunque no por la naturaleza de la misma), pero lo segundo demuestra un estado de cosas de las que la ex alcaldesa era responsable. Ella fue “la jefa” política de los populares en esta región durante un cuarto de siglo, de manera que por sus manos pasaron decisiones, controversias y conflictos, que resolvió como su mejor saber y entender le dictaba. Alguna responsabilidad tendría, digo yo.
Dejemos descansar en paz a Rita Barberá, pero extraigamos conclusiones de los comportamientos, a mi juicio inaceptables, que se produjeron a raíz de su muerte. Tanto los líderes de Podemos como los del PP deberían revisar sus escalas de valores, para no confundir como en esta ocasión el culo con las témporas.