El otro día, paseando por Madrid, leí no sé dónde, quizá en el escaparate de alguna librería -porque las tiendas de libros me hipnotizan como la miel a las moscas-, una reflexión de Confucio, o al menos al conocido pensador chino se le atribuía la autoría. Decía algo así como “Lo que oigo lo olvido / lo que leo lo entiendo / lo que hago lo aprendo”. Dado que me pareció todo un compendio de sabia pedagogía, lo apunté en mi cuaderno de notas urgentes y hoy lo traigo a colación.
En cualquier proceso que implique asimilar algún conocimiento se suelen dar estas tres etapas, a no ser, claro está, que se decida estancarse en una de ellas y no pasar a las siguientes. Oímos muchos conceptos, que almacenamos en la memoria de forma transitoria y que olvidamos antes o después si no hacemos nada por retenerlos. Pero si sentimos interés por ellos y queremos asimilar la sabiduría que incluyen, es decir, si pretendemos entenderlos, será preciso buscar documentación y leer con detenimiento lo que esté a nuestro alcance y trate sobre el asunto. Si además una vez entendidas las ideas las ponemos en práctica, las ejercitamos o las utilizamos, es muy posible que nuestra mente las retenga, o sea, las aprenda. De otra forma, haberlo oído y leído no habrá servido para nada en absoluto.
Esta recomendación, que a mí me parece indiscutible, debería enseñarse en las escuelas desde parvulitos. Oíd, niños, con atención lo que se os explica en clase; leed luego lo que figura en vuestros libros, y practicad a continuación las enseñanzas recibidas hasta que dominéis el tema. Si de matemáticas se trata, escuchad las explicaciones, poneos a descifrar el texto y haced cuantos problemas o ejercicios podáis. Si de lengua, no os limitéis a distinguir la diferencia que hay entre un complemento directo y un indirecto, entre la voz activa y la pasiva, oíd las explicaciones, estudiadlas para entenderlas e incorporadlas a vuestro lenguaje cotidiano para aprenderlas. Si de arte, poned empeño en diferenciar el románico del gótico, pero luego visitad cuantos monumentos estén a vuestro alcance. Sólo así podréis llegar a dominar las materias que estudiáis.
Mucho se está hablando estos días sobre una nueva reforma educativa y sobre la necesidad de un pacto de estado para llevarla a cabo. No sé si se trata una vez más de escaramuzas políticas que luego se queden en nada, pero si de verdad se pretende sacar al alumnado de la mediocridad que los expertos apuntan, sería preciso tener en cuenta estos principios tan básicos. Nuestra educación adolece de excesiva teoría frente a escasa práctica. Mientras los alumnos teoricen y no practiquen, de nada servirán las leyes educativas de turno, porque lo oído y leído no se retendrá si no se ejercita a continuación. Aunque se haya entendido el concepto, pronto desaparecerá de la mente del estudiante.
Pero mucho me temo que la discusión vaya a centrarse una vez más entre religión sí o religión no (la Iglesia siempre presente en el epicentro de los debates), entre una reválida más o una reválida menos, y se olvide lo fundamental, el camino que se debe transitar para conseguir que nuestros alumnos mejoren de manera significativa su nivel de conocimientos y estén preparados para contribuir con lo aprendido a su desarrollo personal y al de la sociedad a la que pertenecen.
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