8 de noviembre de 2016

La balanza electoral se desequilibra

Las amplias clases medias de nuestro país han ido, desde la transición, inclinado la balanza electoral hacia la derecha o hacia la izquierda, otorgándole alternativamente el poder al PP o al PSOE, a los que, en una simplificación ideológica, identificaban respectivamente como el centro derecha y el centro izquierda del panorama político español. Desde la recuperación de la democracia, los votos se han ido deslizando en cada elección hacia una u otra alternativa, pero nunca hacia los extremos.

La última encuesta del CIS demuestra, una vez más, que ésta tendencia hacia las opciones que se perciben como moderadas continúa. La intención de voto al PSOE ha descendido, pero a favor del PP (y de la abstención), no de Podemos y de sus adláteres.  El “sorpasso”, de acuerdo con los resultados del sondeo, se debería más al movimiento del voto progresista moderado hacia la derecha, que al hecho de que algunos votantes socialistas estuvieran decididos a dar su apoyo a la “otra” izquierda, a la que muchos de ellos consideran radical, utópica y populista.

De este análisis se podrían sacar varias conclusiones. La primera sería que si hubiera habido que ir a unas terceras elecciones, como muchos pedían a gritos, es muy posible que el PP, con la ayuda de Ciudadanos, hubiera alcanzado la mayoría absoluta, es decir, volviera a estar en condiciones de manejar la tijera de los recortes a su antojo. Los de Podemos se relamerían de gusto por haberse convertido en la segunda fuerza del parlamento, pero los ciudadanos se encontrarían una vez más bajo el rodillo implacable de una derecha ultraconservadora y antisocial, con muy pocas trabas en el parlamento.

La segunda, y no menos importante, es que da la sensación de que el equilibrio de fuerzas se haya roto o, al menos, corriera el riesgo de romperse a favor del voto conservador. Al principio de los ochenta, el PSOE tuvo que moderar su discurso, abandonar el marxismo y adaptar su programa al perfil social de las clases medias, mayoritarias en el país. Si no lo hubiera hecho así, nunca habría sido una opción de gobierno, porque gran parte de sus votantes son progresistas, pero poco amigos de la inestabilidad social y de aventuras de incierto porvenir. En estos momentos, con un partido socialista que no acaba de encontrar el rumbo y una izquierda radical, anticapitalista y comunista intentando sustituirlo, el contrapunto de la izquierda moderada ha perdido peso, lo que, si se examina con objetividad, no es una buena noticia para los progresistas y sí magnífica para los conservadores.

Las declaraciones de Pedro Sánchez en el programa de Jordi Évole hace unos días no ayudan en absoluto a que el partido socialista recupere el pulso. Por el contrario, pareciera como si de repente al ex secretario general se le hubiera encendido la luz de la inspiración política y descubriera en Podemos todo lo contrario de lo que a lo largo de los meses ha estado sosteniendo. Se equivoca con ese extraño movimiento de aproximación a la formación de Pablo Iglesias, porque en su ingenuidad política no se da cuenta de que corre el riesgo de que lo fagoticen, como ya han hecho con otras formaciones de la izquierda. Por eso, creo que tienen razón los que desde el PSOE defienden que antes de resolver el asunto de los cargos hay que redefinir el partido, es necesario clarificar lo que se pretende alcanzar, se precisa marcar con nitidez las diferencias con otras opciones. Si no lo hacen así, si continúan con esa lucha intestina que los ha llevado a la peor situación desde que existen, acabarán entre todos con un partido que ya está moribundo.

Si esto sucede, millones de progresistas españoles se encontrarán huérfanos de opción política. Aunque siempre, triste consuelo, quedaría el voto en blanco.

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