La expresión derecha alternativa -tan de moda ahora en Estados Unidos- hay que traducirla lisa y llanamente por ultraderecha o extrema derecha. Ya sé que dicho así suena peor, pero en política cuantos menos eufemismos se utilicen mejor se entienden las cosas. La tendencia que parece que a partir de ahora va a dirigir los destinos del coloso americano -y en cierta medida los del mundo entero-, es la derecha de siempre llevada al extremo de la intolerancia y la sinrazón. Otra cosa será lo que los del tea party y sus amigos del Ku Klux Klan sean capaces de hacer, porque, ya lo he dicho en alguna ocasión en este blog, el rumbo de la nave americana es difícil de alterar, quizá porque sus fundadores previeran desde el principio que alguien intentaría algún día modificarlo y ante tal contingencia tomaran las precauciones pertinentes.
En Europa no nos libramos de esta amenaza. Estemos muy atentos, porque la ultraderecha avanza sin que parezca que las fuerzas moderadas sean capaces de detener su progreso. El caso de Francia, con el Frente Nacional de Marine Le Pen, lo tenemos tan cerca que asusta pensar en lo que pudiera suceder en España si allí venciera la xenofobia y el racismo, porque el rechazo de lo distinto es más contagioso que la peor de las enfermedades infecciosas. Menos mal que la ley electoral de nuestros vecinos prevé una segunda vuelta, sistema que permite corregir los entuertos que se produzcan en la primera, gracias a la posibilidad de que se unan fuerzas antagónicas para derrotar a un adversario común.
Lo que habría que preguntarse es por qué está sucediendo este fenómeno, cuáles son las causas de que la extrema derecha avance a pasos agigantados en la Europa occidental. Desde mi punto de vista, la radicalización de cierta izquierda es una de ellas. Al electorado no le gusta ni la inestabilidad ni las aventuras de resultados inciertos, porque en definitiva estamos hablando de sociedades acomodadas que temen que la radicalidad acaben con su estatus ventajoso. Si las fuerzas moderadas desaparecen, acusadas de inoperancia, los electores se refugiarán en el lado opuesto al que temen, sin percibir que están saliendo de Málaga para meterse en Malagón.
En España no existe en realidad una extrema derecha organizada con representación en las Cortes, porque los votantes de esta tendencia han encontrado hasta ahora acomodo en el Partido Popular. No digo que el PP sea de ultraderecha, porque muchos de sus partidarios son simplemente conservadores, que creen de buena fe que las doctrinas neoliberales defienden mejor que las progresistas la mejora económica y social. Lo que digo es que los radicales de derechas están ahí, porque aunque les gustaría que se le diera más caña al mono, de momento se sienten satisfechos con la oferta política que les presentan los populares.
El problema en nuestro país está en que si el radicalismo de izquierdas sigue avanzando, cada vez serán más los que se refugien en la derecha y, por consiguiente, cada vez mayor la tendencia de los dirigentes de ésta a defender postulados ultraconservadores. El equilibrio que representaban los partidos moderados se ha roto o corre riesgo de romperse, como en los últimos meses se ha podido comprobar en urnas y en encuestas; y esa ruptura propicia el avance decidido de la extrema derecha en España.
A los de la izquierda radical, a esos que venían a redimir a los más necesitados, les está saliendo el tiro por la culata.
Totalmente de acuerdo.
ResponderEliminarPero, Antonio, seamos optimistas: en democracia, la sabiduría popular suele terminar corrigiendo los entuertos que a veces se producen. Estoy convencido de que la moderación acabará imponiéndose en EEUU, en Europa y aquí.
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