24 de marzo de 2017

El difícil y necesario equilibrio

Mis ideas políticas hace tiempo que se mueven dentro del espectro ideológico que se domina socialdemocracia, como ya he confesado en estas páginas en más de una ocasión. La palabra, de tan manida, a veces pierde concreción y su significado se difumina, aunque en realidad sus premisas sean pocas y concluyentes: respeto a la economía de mercado, intervención del Estado para evitar los abusos del sistema financiero cuando sea necesario, defensa de un modelo fiscal progresivo destinado a corregir la desigualdad de oportunidades entre las distintas capas sociales y agenda social enfocada a proteger con decisión a los más necesitados.  

Digo que son pocas y concluyentes, pero no afirmo que sean fáciles de poner en práctica. Cuando se navega por las aguas de la libertad de mercado y al mismo tiempo por las de la defensa de la justicia social, se corre el riesgo de confundir el rumbo, o bien porque prive más lo primero que lo segundo o por el contrario porque se escore hacia posiciones intervencionistas que ahoguen la economía productiva.  Dicho de otra manera, si no se mantiene el equilibrio que le es propio a la socialdemocracia, existe el peligro de caer en las garras de la derecha neoliberal, ávida de ganar aliados, o de bailar el agua a la izquierda utópica y demagógica, dispuesta a vender su alma al diablo con tal de acabar con el status quo.

Se dice con harta frecuencia que la socialdemocracia europea está en crisis. Pero nadie explica por qué, más allá de ciertas acusaciones de desgaste político después de tantos años de gobierno. Sin embargo, la causa de esta inestabilidad política, desde mi punto de vista, radica en la pérdida del equilibrio ideológico que sufren con frecuencia los partidos que la defienden, o porque deriven hacia posiciones que los votantes identifican con la derecha pura y dura, o como consecuencia del rechazo que produce en el electorado de centroizquierda los compadreos con la izquierda radical.

La socialdemocracia supone equilibrio, moderación y posibilismo, entendiendo con esta última palabra la tendencia a procurar con decisión sortear las dificultades que ofrece la realidad en la que ha de desenvolverse la actividad política, siempre con la vista puesta en conseguir una sociedad más justa. No forma parte del ideario socialdemócrata asaltar los cielos ni destruir lo existente para construir sobre sus cenizas. La cordura, la sensatez y la mesura, cuando el objetivo está claro, suelen ser muy buenas consejeras. Las precipitaciones, los atajos y el alboroto sólo consiguen retrasar la marcha de los avances sociales, como tantas veces ha demostrado la historia política de nuestro país y del mundo entero. No por mucho madrugar amanece más temprano.

El único partido que ha representado en España a la socialdemocracia, y puede seguir representándola en el futuro, es el PSOE, aunque algunos, que nunca han tenido nada que ver con esta ideología, pretendan apropiarse del nombre, por eso de a ver si cuela. Como consecuencia de lo primero, observo con verdadero interés los movimientos de los candidatos a la Secretaría General del partido socialista, sin que hasta ahora me haya inclinado por uno o por otro o por otra. Yo no voy a participar en estas primarias, porque no milito, pero como posible votante de la opción tengo que comprobar hasta qué punto sus mensajes responden a los cánones que apunto más arriba.

Sólo si el PSOE defiende sin tapujos los principios socialdemócratas contará con mi voto. No me valen ni compadreos con la derecha de Rajoy, que representa al liberalismo económico más rabioso, ni carantoñas con el anticapitalismo de Pablo Iglesias, obsesionado hasta la paranoia con el fantasma del IBEX 35.

La socialdemocracia existe y debe ocupar una vez más el lugar que le corresponde en nuestra sociedad.

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