10 de marzo de 2017

¿Qué es la inteligencia?

Empezaré advirtiendo, para que nadie se lleve a engaño, que soy absolutamente lego en la materia que titula este artículo. Lo que no significa que no tenga interés en aproximarme a un concepto tan etéreo como es el de la inteligencia, aunque sólo sea con la intención de hacerme una idea aproximada de lo que significa. Aunque mucho me temo que mi pretensión sea inútil y que una vez más esté intentando la cuadratura del círculo.

He buscado y rebuscado entre los documentos a mi disposición definiciones que me dieran alguna pista sobre este concepto, pero ha sido un esfuerzo inútil. En el mejor de los casos no me han descubierto nada que no supiera de antemano, sólo ambigüedades sobre la capacidad de elegir lo mejor, de entender con clarividencia lo que nos rodea o de distinguir entre lo conveniente y lo nocivo para uno mismo. En el peor -o quizá también en el mejor por lo simpático-, hasta me han hecho reír a carcajadas, como aquella que afirma que inteligencia es lo que se puede medir con pruebas de inteligencia. Redonda definición donde las haya.

En realidad mi preocupación ni es etimológica ni es semántica. Lo que creo que me inquieta es no saber por qué hay personas a las que se les atribuye una gran inteligencia, cuando a mí me parecen más zotes que un tonto de pueblo, entrañable figura, por cierto, que adoro porque imprime carácter a su localidad natal. O cuando, por el contrario, me encuentro con personajes a los que considero sagaces, hábiles e intuitivos, y sin embargo se comportan con una credulidad, con una ingenuidad y con una falta de capacidad de discernimiento que llama la atención o que, al menos, a mí me la llama. Parece a veces que se hubieran dejado todo en la carrera, como decía aquel.

Mucho me temo que la inteligencia no sea más que un concepto filosófico, tan difuso e inconcreto como todo lo que pertenece a la metafísica, y que por tanto no tenga definición. O también puede que no sea más que la mezcla de muchos ingredientes, estos sí definibles, aunque no lo sea el resultado de la mixtura. Algunas de las definiciones que he consultado apuntan en este sentido, como aquellas que mencionan a la memoria, a la voluntad y al entendimiento, las tres potencias del alma que aparecían en el viejo catecismo de Ripalda poco después de lo de decid niño como os llamáis: Pedro, Juan, Francisco etcétera.

Sucede además que entre los reactivos que dan lugar al compuesto que algunos llaman inteligencia hay algunos de carácter nato o genético y otros adquiridos como consecuencia de la influencia del entorno. Por un lado neuronas de mejor o peor estructura y, por otro, educación o adoctrinamiento con distintos grados de intensidad. Y aunque como dice el proverbio lo que natura no da Salamanca no presta, una buena educación puede disimular en parte las disfunciones neuronales y una estructura mental bien amueblada puede fracasar si el individuo no la cultiva adecuadamente.

Mucho me temo por tanto que no podamos hablar con propiedad de personas inteligentes o no inteligentes, lo que no evita que nos formemos una idea subjetiva sobre la capacidad intelectual de cada uno de los que nos rodean. Pero ¡ojo!, porque además de subjetiva estará definida por la inteligencia de uno mismo, y esa sí que nadie es capaz de valorarla.

¡Qué complicado es todo esto! ¿No será que me falta inteligencia para entender qué es la inteligencia?

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