La propuesta de Podemos para que se supriman las misas que transmiten los canales públicos de televisión no ha dejado indiferente a casi nadie. Por un lado se oyen voces de indignación religiosa, de signo integrista, y por otro se aplaude la idea como si se tratara de una medida revolucionaria de gran alcance. Las tertulias radiofónicas o televisivas no hacen otra cosa que hablar de este asunto, incluso he oído a un presentador exigir en directo a sus colaboradores habituales que se definieran sin tapujos sobre esta iniciativa. Las respuestas han sido de todo tipo, desde los que se oponían a la medida a pesar de ser ateos, pasando por los que entonaban la libertad religiosa como un derecho inalienable, hasta llegar a los que no saben/no contestan. De todo como en botica.
La Constitución Española de 1978, en su artículo 16 dice textualmente: Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y con las demás confesiones. Un texto que a mi juicio no deja dudas sobre su verdadero significado, que no es otro que separar la religión de la vida pública. Otra cosa es que algunos, al amparo de ese “tener en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española” y de la cita expresa a la Iglesia Católica, se aprovechen para tergiversar la intención del constituyente, o para defender sus creencias o para salvaguardar los interese de su organización, que de todo hay.
La verdad es que en esto de la laicidad del Estado hemos avanzado muy poco. Los poderes religiosos se resisten numantinamente a perder sus privilegios y una parte minoritaria de la sociedad les sirve de amplificador con sus proclamas religiosas. Y no me refiero a los católicos en general, muchos de los cuales acaban de enterarse de que se televisaba la misa en directo, sino a una minúscula facción, muy activa, eso sí, que profesa su religión como si se tratara de una cruzada de nuestro tiempo, de una lucha contra el infiel.
Desde mi punto de vista, hace tiempo que situaciones como la que ahora sirve de controversia deberían haber desaparecido de la escena pública, para quedar circunscritas al entorno de la privacidad, que es en el que se debe practicar la religión, con total libertad, por supuesto. La misa televisada por la cadena pública no es más que uno de los muchísimos ejemplos de invasión religiosa del espacio público, de incumplimiento de la Constitución que sufrimos los españoles. Desde los actos castrenses, en los que seas católico o no lo seas tienes que aceptar la liturgia religiosa en las paradas militares, hasta las procesiones que invaden las vías públicas, las ofrendas florales a docenas de vírgenes o los rosarios de la aurora. Pocos actos oficiales se salvan en España de la presencia, mayor o menor, del estamento religioso.
Siento un enorme respeto por los creyentes, pero no por las perseverantes maniobras de algunos por mantener la supremacía social de las instituciones religiosas, que demuestra que lo que les preocupa no es ser fieles a sus creencias, sino mantener los privilegios materiales que siempre, desde tiempos inmemoriales han disfrutado. Ese y no otro ha sido el detonante de tanta absurda confrontación religiosa, de tanto anticlericalismo ultramontano, de tanta falta de cordura.
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