21 de junio de 2017

Una vez creado el monstruo, ¿quién lo sujeta?

El terrorismo yihadista se comporta como uno de esos monstruos mitológicos de varias cabezas, que vomitan fuego por sus bocas y barren indiscriminadamente con sus colas la superficie del suelo que pisan. Una imagen apocalíptica que espanta al mundo occidental cada vez que hace acto de presencia en su territorio, pero que lo deja apático e insensible cuando ataca en suelo ajeno. Porque mientras que los infames atentados de Madrid, de Nueva York, de Londres, de Paris, de Bruselas o de tantos otros lugares de occidente nos hacen perder el aliento a los habitantes del primer mundo y nos dejan noqueados durante varios días, no sucede de igual forma cuando un camión cargado de explosivos revienta en un mercado de Bagdad y asesina a cien personas o cuando un terrorista suicida se inmola en un barrio de Kabul y deja el sangriento reguero de docenas de víctimas, como sucede un día sí y otro también. En nuestro acomodado mundo, la noticia en estos casos sólo ocupa media docena de líneas en los periódicos o poco más de un minuto en los telediarios.

Cuando en alguna ocasión he opinado sobre la negativa discriminación que ejerce nuestra opinión pública entre víctimas propias y víctimas ajenas, dependiendo éstas del color de su piel, de la religión que profese o de la nacionalidad que figure en su pasaporte, se me ha contestado algo así como que ellos se lo han buscado, porque al fin y al cabo son los inventores del terrorismo. Respuesta que me parece una manera de no querer entrar en el análisis de la cuestión, una evasiva destinada a eludir el hecho de que, aunque el foco del terrorismo no esté aquí, el mundo occidental no es del todo ajeno al origen de su existencia.

El terrorismo yihadista contra occidente es muy reciente, al menos con la intensidad que ha adquirido en los últimos años. Su causa no es otra que el convencimiento de los terroristas de que todos los males que sufren sus países tienen origen en las políticas occidentales, algo que, si no es cierto en su totalidad, sí lo es en parte. Por supuesto que cuando digo lo anterior me refiero a gobiernos, a poderes económicos o a espurios intereses geoestratégicos, y no a los ciudadanos de a pie, muchos de los cuales han estado y siguen estando en contra de los indiscriminados ataques de occidente contra los países musulmanes.

Yo sé que es un tema muy delicado, porque cuando uno ve amenazada la sociedad en la que vive debe defenderla, hacer causa común con sus afines y apoyar la lucha sin fisuras contra los atacantes. Lo contrario sería suicida e insolidario. Pero eso no significa que tengamos que olvidar las verdaderas causas del problema, sino todo lo contrario. Debemos exigir a nuestros gobernantes que actúen con inteligencia, no sólo combatiendo en la primera línea de ataque de los asesinos, sino además tendiendo puentes, eliminando agravios y colaborando en la pacificación de las zonas que en su momento contribuyeron a desestabilizar. Porque de lo contrario se logrará frenar en cierta medida el terrorismo, pero, mientras persistan las causas que incitan a los asesinos, el odio y la violencia continuarán sin tregua.

Una vez creado el monstruo hay que sujetarlo con inteligencia, porque de otra manera terminará acabando con nuestro estilo de vida, con nuestras libertades.

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