24 de octubre de 2017

Calibre 155


Los artilleros conocen muy bien el calibre 155, de uso muy común en las unidades de artillería de campaña de nuestro ejército. Saben perfectamente que las consecuencias de sus disparos son demoledoras, de manera que tienen como norma restringir el empleo de estas piezas hasta que la situación del combate los obligue a ello. Además, si lo hacen, tendrán que poner mucho cuidado en no causar daños colaterales, porque la expansión de sus ondas puede alcanzar objetivos no deseados y causar destrozos irreparables.

Pido disculpas por iniciar este artículo con una mención bélica para referirme a la aplicación del artículo 155 de la Constitución en el llamado conflicto catalán, porque la confrontación en Cataluña es política y no violenta; pero la metáfora me viene a huevo para decir lo que quiero decir. Si las cosas se siguen desbordando como hasta ahora, si los independentistas persisten en decir que de lo único que están dispuestos a hablar es de la independencia de Cataluña y si la fractura social continúa agrandándose, aplíquese el 155 y póngase exquisito cuidado en no provocar daños colaterales irreparables.

Dentro de muy poco sabremos cuál es la posición del presidente de la Generalitat y de los separatistas que lo secundan ante el reto que les ha lanzado el gobierno central. Todavía confío en una salida negociada, en una vuelta a la sensatez de los que, en mi opinión, midieron muy mal sus fuerzas, desestimaron las del Estado y se metieron en un callejón sin salida, en una auténtica ratonera política. Si ahora, ante la tozuda realidad de los hechos, frenan la deriva, el president acude al Senado, desestima la proclamación de la independencia y anuncia la convocatoria de elecciones autonómicas anticipadas, es posible que entremos en una nueva etapa, siempre que a cambio no se aplique el 155.

Pero que nadie se engañe, porque en este caso habremos salido de momento de una insoportable encrucijada pero no habremos resuelto definitivamente el problema. Para esto último hace falta un nuevo pacto, una revisión de la Constitución, un nuevo modelo de  organización territorial del Estado; y para ello es requisito imprescindible que las dos partes estén dispuestas a pactar, situación que no parece darse en ninguna. Los independentistas irredentos seguirán a la espera de que el temporal amaine para continuar con sus maniobras separatistas y los centralistas sin visión de futuro no cejarán en aquello de que todos somos iguales, planteamientos de máximos los dos que impiden cualquier negociación.

La pregunta que hay que hacerse es: ¿queremos resolver el problema de una vez por todas, cediendo en aquello que se pueda ceder dentro del mantenimiento de la unidad de España; o preferimos victorias a corto y que los que vengan detrás arreglen los problemas que les toque vivir en su momento? Si la respuesta es la primera, sólo hay una solución, un nuevo pacto, un nuevo contrato. Si la respuesta es la segunda, atengámonos una vez más a las consecuencias de cerrar las heridas en falso.

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