14 de octubre de 2017

Yo sí brindo con cava catalán

Las espadas –dialécticas, que no otras- continúan en alto, pero parece que algún paso se hubiera dado hacia la cordura. Al menos, los dirigentes del movimiento separatista en Cataluña han proclamado -es cierto que sin demasiada concreción- una especie de tregua que, por muy ambiguos que sean los términos que la sustentan, no debería ser desestimada por la otra parte. Podría tratarse de una oportunidad para que se inicie un proceso de dialogo que conduzca a un acuerdo definitivo entre las reivindicaciones soberanistas y el mantenimiento de la unidad de España. Podría dar lugar al inicio de una revisión de la Constitución que dejara satisfechos, si no a todos, a casi todos.

Pero mucho me temo que no haya voluntad de entendimiento por ninguna de las dos partes, que no sea más que un alto en el camino para tomar nuevos impulsos en la deriva del separatismo irredento por un lado y en la de la incomprensión centralista por el otro. Es cierto que hay voces en las dos posiciones que piden templanza, que solicitan diálogo. Pero no lo es menos que se trata de minorías frente a la ingente multitud que no admite algo distinto a derrotar al enemigo. Lamentable situación que, en vez de llevar a unos y a otros hacia sus objetivos, los aparta cada vez más de alcanzarlos. Los unos jamás conseguirán imponer sus teorías rupturistas y los otros nunca lograrán aplacar las reivindicaciones de una parte de los catalanes. Y el problema continuará minando cada vez más la fortaleza de nuestro país.

Oí el otro día decir a alguien que frente al pesimismo de la razón debe alzarse el optimismo de la voluntad. La razón me advierte de que podemos estar en un punto de no retorno, en una situación en la que sea imposible reconstruir los platos rotos; y la voluntad me anima a confiar en que todavía haya tiempo para frenar el desatino. Por eso creo que, ante la débil oportunidad que se abrió el otro día con el paripé que se representó en el parlamento catalán –no me duelen prendas al expresarlo así-, el gobierno central, con la debida cautela, debería escuchar primero, para dialogar después y, si fuera posible, acordar una solución que satisfaga a todos. La noticia de que el PP y el PSOE han decidido iniciar una revisión de la Carta Magna a propuesta de los socialistas induce a confiar en una solución pactada. Ojalá no me equivoque.

Pero, mientras tanto, los unos y los otros deberían abstenerse de consignas provocadoras, de movimientos callejeros y de populismo barato. Los enemigos de Cataluña no son los españoles, aunque haya una parte que siga sin entender sus reivindicaciones, por prejuicios o por ignorancia. Y los enemigos de España no son los catalanes, por muy exaltados que se muestren ahora algunos círculos independentistas, desde mi punto de vista con más ruido que nueces. Hay que intentar entenderse, poner los acentos en la concordia y en los aspectos positivos de la convivencia, y abandonar la dialéctica de la confrontación, de la hostilidad.

Desde mi óptica particular, sólo así saldremos de esta lamentable situación que tanto daño nos está haciendo a todos, a catalanes y a españoles en general.

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