El otro día, cuando paseaba por las calles de un recóndito pueblo del Maestrazgo turolense con unos amigos y siguiendo atentamente las explicaciones de un tan amable como espontáneo guía local, una de mis acompañantes le preguntó a este último que a quién pertenecía una casa de elegante arquitectura rural que acabábamos de dejar atrás.
-A unos catalanes –contestó el interrogado-.
-¡Uy! ¡Catalanes! –exclamó mi amiga componiendo en su cara un gesto de contrariedad, no sé si porque no le gustaba que por allí hubiera catalanes o porque de haberlos no se merecieran una casa tan bonita como aquella.
Un día antes, mientras visitábamos una iglesia del siglo XIII en otro pueblo de la zona, nuestra guía, también local y tan amable como el anterior, nos explicó que los anarquistas la habían incendiado durante la guerra civil. Uno de mis amigos intervino entonces y dijo: mi padre contaba que las columnas anarquistas catalanas que vinieron aquí durante la guerra causaron verdaderos estragos y que podían haberse quedado en su casa.
Yo entonces intervine: ya sabes que esta zona estaba plagada de anarquistas; para quemar iglesias no hacía falta que viniera nadie de fuera.
Mi amigo me sonrió con complicidad y añadió: sí, sí, ya lo sé; pero mi padre prefería echarle la culpa a los catalanes.
Son dos anécdotas inscritas en la intrascendencia, que me dan pie para entrar en la reflexión de hoy. Que me perdonen los anónimos aludidos si leen estas líneas y que no me guarden rencor por la maldad cometida al citarlos.
Estoy convencido de que el anticatalanismo soterrado, sutil a veces y casi siempre aderezado con algunas gotas de jocosidad, está presente en nuestra sociedad mucho más de lo que suele admitirse. Este sentimiento no es de ahora, cuando las actitudes de los separatistas han levantado ampollas en la conciencia de muchos españoles. Es antiguo y en algunos casos atávico. Unamuno decía que los separadores son más peligrosos para la unidad de España que los separatistas, una reflexión que comparto. Meter a todos los catalanes en un mismo saco de carácter peyorativo es ejercer de separador, es empujarlos hacia fuera, es crear un clima de desconfianza, es, en definitiva, fomentar el independentismo.
Dicen las encuestas que el número de independentistas ha crecido durante los últimos años. Si fuera así, no creo que la causa haya sido el descubrimiento repentino de las bondades que la independencia pueda traerles, sino la paulatina percepción de una incomprensión hacia ellos cada vez más extendida en el resto de España. Las últimas tensiones han traído como consecuencia que muchos españoles se hayan apuntado a esta fobia indiscriminada, la que no distingue entre catalanes que quieren la independencia y catalanes que desean permanecer dentro de España. Y así nos va.
Entre las causas del aumento de independentistas te has olvidado del adoctrinamiento escolar y de los medios públicos de comunicación, véase TV3 por ejemplo.
ResponderEliminarAngel