Cuando hace unos años aparecieron los entonces llamados partidos emergentes (¡qué pronto pierden su significado los adjetivos ocurrentes!), por todas partes se oía aquello de que le había llegado la hora final al bipartidismo. Recuerdo que entonces me mostré en este blog algo escéptico respecto a tal predicción, porque me resultaba muy difícil aceptar que un Partido Popular, heredero del conservadurismo español de los siglos XIX y XX, y un PSOE, representante en España de la izquierda socialdemócrata de corte europeo, pudieran desaparecer del mapa y dar paso a los recién llegados –Ciudadanos y Podemos-, al fin y al cabo escisiones coyunturales de los ya existentes.
Más adelante, cuando estos últimos empezaron a disputar el voto a los anteriores y a ganar posiciones electorales con cierta rapidez, me entraron dudas. Quizá- empecé a pensar- hubiera llegado el momento de los pactos, y por consiguiente de los bloques, y se estuviera acabando el de los partidos hegemónicos. Unas dudas, lo confieso, que me venían y se me iban a rachas, porque en el fondo no veía que el multipartidismo pudiera tener futuro en una sociedad tan polarizada como la nuestra. Una cosa es aparecer en escena para llamar la atención a los de siempre porque sus trayectorias cada vez se apartaban más de sus esencias programáticas y otra muy distinta sustituirlos del todo. Lo primero –alertar a los dos grandes partidos- ya se ha hecho; lo segundo –disputarles la hegemonía- está por ver.
Como en definitiva los que al final eligen el reparto de escaños son los electores, lo que sucedió en aquel momento -y quizá todavía esté sucediendo aunque con menos intensidad- es que una parte del electorado tradicional de los dos grandes partidos de implantación nacional se sintió defraudado y buscó alternativas. Sin embargo otros muchos votantes del PSOE y del PP, convencidos de que las desviaciones se corrigen mejor desde dentro que desde fuera, permanecieron fieles a las siglas que siempre habían defendido, en la confianza de que se produjera la catarsis necesaria. Resultado, una fragmentación de los partidos en cuatro bloques, una dispersión del voto que por su inoperancia convence a cada vez menos.
Después de haber contemplado la catarsis del PSOE y estar asistiendo ahora al intento de depuración interna del PP, tengo la sensación de que la tendencia centrifuga del electorado ha remitido o está en proceso de remisión. Creo que una gran parte de los que en su momento dieron la espalda a sus siglas de siempre están reconsiderando su intención de voto, o porque han comprobado que la dispersión de escaños perjudica a las ideas que defienden o porque observan cambios renovadores y por tanto esperanzadores en sus partidos de origen. Dan por bien empleada la deserción coyuntural a la que se vieron obligados en un momento determinado, pero prefieren estar seguros de que su voto no se pierde en la inoperante fragmentación a la que aquella dio lugar.
¿Volvemos al bipartidismo, a dos partidos nacionales de gran implantación territorial? Es pronto para asegurarlo con contundencia. De lo que sí estoy seguro es de que algo está cambiando en la percepción de los votantes.
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