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¿Quién defiende al rey?
He dicho en alguna ocasión que la derecha española de las últimas décadas, salvo minoritarias excepciones, nunca ha sido monárquica. La burguesía recibió a la república el 14 de abril de 1931 casi con alivio y durante los años siguientes no movió un dedo para restaurar la monarquía. Claro que había nostálgicos, pero su número era tan insignificante que a efectos del análisis que me propongo hacer hoy no resulta significativo.
Después vino el golpe de Estado -el alzamiento nacional como se le llamó durante algún tiempo- y en las filas "nacionales" no se observó ningún signo que recordara al régimen monárquico. Los generales sublevados no mencionaron en ningún momento al rey, ni por sus cabezas pasó ni por asomo la idea de reinstaurar la monárquica. La guerra transcurrió por completo de espaldas a la idea de que Alfonso XIII o alguno de sus descendientes regresará a España para ocupar la jefatura del Estado. Desde el primer momento el régimen franquista dio la espalda al rey en el exilio y a la familia real, por no decir que los ninguneó de forma ostentosa. Se hablaba de la nueva España y en ese concepto de corte fascista no cabían los reyes. El espacio estaba ocupado por otras ideas, en cierto modo antagónicas a las que representa la realeza.
Durante los años de la dictadura,
en los que se vivieron varios intentos de derrocamiento del franquismo, ninguno de ellos tuvo
connotaciones monárquicas, no sólo los que procedieron de las filas de la izquierda, tampoco los que contaron con el apoyo de la derecha demócrata. Franco, eso sí, fue preparando poco a poco el
terreno para que un rey, el que él decidiera, le sucediera después de su
muerte. Al final logró su objetivo, aunque no exactamente como lo había soñado,
sino el que resultó del pacto constituyente entre los españoles.
Digo todo esto, porque ahora, cuando algunas voces de la izquierda radical aprovechan la situación creada por los escándalos reales para plantear precipitada e intempestivamente un cambio de régimen, unas derechas, que nunca fueron monárquicas, sino todo lo contrario, aprovechan la situación para cerrar filas en torno a una institución que jamás han defendido y que, si de ellos hubiera dependido, nunca habría regresado a España. Muchos de ellos la aceptaron porque en cierta medida era un legado del dictador, pero está claro que hubieran preferido un sistema parecido al que gobernó España durante la dictadura.
Que ahora se hayan convertido en monárquicos acérrimos no es más que otro de los movimientos oportunistas que los conservadores practican últimamente, sólo con el objetivo de desgastar al gobierno progresista. Lo que sucede es que una vez más se equivocan de estrategia, porque Pedro Sánchez y sus ministros socialistas están manejando la difícil situación con moderación “institucional”, anteponiendo la estabilidad de la nación a cualquier otra consideración. La Constitución está ahí, funciona correctamente y la monarquía parlamentaria figura inscrita en ella.
La izquierda radical haría muy bien en moderar su discurso y no dar a la derecha pretextos para que sus representantes se conviertan en falsos adalides de un sistema que, hoy por hoy, por esperpénticos que hayan sido los tejemanejes del anterior monarca, goza del suficiente arraigo popular como para continuar ahí. Que uno de sus representantes, aunque sea nada más y nada menos que el monarca que estuvo al frente de la jejatura del Estado durante la transición, esté bajo sospecha de corrupción no es pretexto para cargar contra la institución en su conjunto. Los jueces en su momento dirán lo que tengan que decir. Y mientras tanto que cada uno conteste a la pregunta que yo hago en el título de este artículo.