3 de agosto de 2020

No se vaya a olvidar usted de insultar, señoría

Las vacaciones de verano tienen el inconveniente de que, al interrumpirse la rutina diaria durante un breve periodo de tiempo, corremos el riesgo de que al regresar a lo cotidiano se nos hayan olvidado ciertos habitos. Pablo Casado, cuando vuelva de las suyas, quizá no recuerde como usar los ingeniosos epítetos con los que se explaya cuando se refiere al presidente del gobierno, lo que puede significar que, al carecer de argumentos políticos, se quede con la mente en blanco. Tan acostumbrado está al insulto desmedido y a la injuria procaz que, si se le olvidara la enrevesada terminología que utiliza en las tribunas, parlamentarias y no parlamentarias, nos privaría a los demás de la oportunidad de aprender por su boca la cantidad de sinónimos que puede tener cualquier improperio de los contenidos en el amplio diccionario español.

Cuando puedo, veo en directo las sesiones parlamentarias de control al gobierno, un procedimiento que se instauró en la época de Felipe González, supongo que con la sana intención de permitirle a los líderes de la oposición desahogar el ánimo durante sus intervenciones. Lo que sucede es que como cada uno lo hace como quiere y puede, el actual presidente del PP ha elegido el ataque personal a su rival, según dicen las malas lenguas porque no tiene otra cosa que decir. Pero yo no creo que sea ese el motivo. Supongo que se trata de una costumbre adquirida en sus años mozos y tan arraigada en su subconsciente que le hace sentirse feliz. El otro día, Adriana Lastra, la portavoz del PSOE, le leyó la retahíla de injurias que había salido por su boca; y no creo exagerar si digo que conté más de treinta. Por eso, yo, que no puedo escribir sin consultar constantemente el diccionario de sinónimos para no incurrir en redundancias, cada vez que oigo al señor Casado hablar me quedo maravillado ante tanta riqueza lingüística.

El otro día, cuando Santiago Abascal, el líder de Vox, anunció que iba a promover un voto de censura con carácter retardado –lo presentará en septiembre o en octubre- contra Pedro Sánchez, pensé que tal iniciativa, por ridícula, risible e ingenua que parezca, eclipsaría las intervenciones del presidente del PP, su compañero de andanzas por las ultramontanas veredas de la desmesura. Pero no, porque la oratoria de éste, una  relación de injurias hiladas con algunos artículos -determinados o indeterminados- y ciertas preposiciones, y adornada con adjetivos superlativos para darle mayor énfasis al relato, apagó por completo el efímero resplandor del otro. Es que, pensé, todavía hay clases.

Pero estos discursos no fueron los únicos que destacaron en esta última sesión de control, porque Gabriel Rufián, un hombre de ideas políticas que no comparto en absoluto, pero en el que reconozco un agudo ingenio parlamentario, en una de sus intervenciones, al filo de las tres y media de la tarde, anunció que iba a ser breve porque, si la oposición muerde cuando no tiene hambre, qué será capaz de hacer cuando la humana necesidad apremie. No entrecomillo estas palabras, porque no son textuales. Pero aseguro que la intención de su mordaz comentario fue el que se desprende de mi traducción.

Menos mal que Pedro Sánchez, en un momento de las varias intervenciones de ese día, aseguró que esta legislatura iba a ser larga y fructífera, por lo que me queda la esperanza de que, si a al presidente del PP no se le olvida durante las vacaciones la costumbre de insultar, todavía tenga la oportunidad de oírle su variada jerga faltona durante unos cuantos años más.

Siempre es bueno, cuando a uno le gusta escribir, ampliar el léxico. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cualquier comentario a favor o en contra o que complemente lo que he escrito en esta entrada, será siempre bien recibido y agradecido.