Estamos asistiendo en España en las últimas semanas a una larga secuencia de ataques a homosexuales, a miembros del colectivo LGTBI, de tanta crueldad y sadismo que cuesta aceptar que estén ocurriendo dentro de nuestras fronteras. No voy aquí a enumerarlos ni a entrar en sus detalles, porque de todos son muy conocidos. Pero sí voy a intentar analizar sus posibles causas, entre las que no me cabe la menor duda que figura el repetido mensaje de la ultraderecha contra cualquier manifestación en las relaciones sentimentales que se aparte de la ortodoxia judeo-cristiana. Ahora, cuando la bicha que han alimentado con sus ataques verbales se ha salido de los límites de las simples palabras y ha pasado descaradamente a picar con su veneno, me ha venido a la memoria aquel viejo proverbio: las palabras las carga el diablo.
España, les guste o no a los homófobos, es un país tolerante. Yo me siento orgulloso de ello, como de que nos hayamos dotado de unas leyes avanzadas que regulan este tipo de relaciones. No somos los únicos en el mundo, por supuesto, pero sí estamos entre los países pioneros, a los que poco a poco se va sumando el mundo civilizado, es decir, el mundo desarrollado. Sin embargo, entre nosotros permanece todavía el rescoldo de la Inquisición, aunque ahora sus manifestaciones se prodiguen fuera de las esferas religiosas oficiales. Son los restos de unas llamas medievales, de una religión que durante siglos decidió imponer su credo a sangre y fuego, nunca mejor dicho.
La ultraderecha niega su responsabilidad y amenaza con acudir a los tribunales. Y la derecha, esa que teme el “sorpasso” por su diestra, justifica a los primeros con palabras y argumentos más o menos tímidos y ambivalentes. Gobiernan juntos en muchos lugares y no pueden aceptar que sus compañeros de viaje sean acusados de provocar con sus palabras situaciones de violencia como las que, un día sí y otro también, estamos contemplando con estupor.
Me he preguntado muchas veces qué pasará por la cabeza de los homófobos cuando hablan o actúan contra los homosexuales; y he llegado a la conclusión de en el fondo de sus mentes subyace un problema de inseguridad. Si no albergaran ninguna duda respecto a su propia identidad sexual, es muy posible que entendieran o al menos aceptaran que puede haber distintos tipos de relaciones o predilecciones afectivas. Pero su propia inseguridad los lleva a necesitar expresar a bombo y platillo su rechazo homófobo, para que de esa manera quede claro que ellos no lo son. La psicología debería ahondar en este estudio. Es muy posible que nos lleváramos grandes sorpresas.
Lo que resulta patético es observar los argumentos que la ultraderecha utiliza para justificar los casos de violencia homófoba de las últimas semanas. Dicen que hay demasiados emigrantes ilegales dentro de nuestras fronteras, una estulticia con lo cual creen conseguir dos objetivos, por un lado quedarse al margen de la brutalidad, del salvajismo y del odio, y por otro culpar a uno más de los colectivos de sus desvelos de ser los promotores de una violencia que ni en sus propias filas se entiende. Pero como vivimos tiempos de miente y esconde la mano, así nos va.
En cualquier caso, tengo la seguridad de que, por mucho que la reacción homófoba se resista, esta sociedad seguirá adelante con su tolerancia y con sus leyes de protección de las minorías. Habrá frenadas, incluso algún pequeño retroceso, pero el resultado final será positivo. Porque no hay nada que a los hombres de bien los haga más felices que considerarse miembros de una sociedad libre y respetuosa.
P.D. Cuando ya había escrito estas líneas, llegó la noticia de que el ataque al chico del barrio de Malasaña de Madrid fue fingido. Una anécdota lamentable que no quita un ápice de gravedad a la ristra de ataques a los homosexuales. Una cosa es la categoría y otra la anécdota. Por eso, no he dudado ni un minuto en pulsar el "Intro".
Muy triste
ResponderEliminarFernando, tristísimo y lamentable.
EliminarAfortunadamente España es hoy un país muy tolerante, pero no siempre lo fue. No hay que remontarse a la Inquisición; sólo echar la vista atrás, sobre todo si se tiene bastantes años. Personalmente reconozco haber tenido una idea poco respetuosa de los LGTBI cuando no se les llamaba así y haber contado chistes de maricas y haber reído cuando me los contaban. ¿Avergonzarme de ello? No, cada cosa hay que juzgarla en el contexto del su tiempo. Al contrario, hay que sentir orgullo de haber evolucionado hacia posiciones más justas y más racionales. Hay personas que no han evolucionado. Hay que hacérselo ver y no aceptar nunca una vuelta atrás.
ResponderEliminarAlfredo, de acuero por completo. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Nos educaron muy mal. Afortunadamente, la sociedad en su conjunto ha evolucionado.
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