13 de septiembre de 2021

Los pueblos se vacían (y no hay quien lo remedie)

Ya he confesado aquí en varias ocasiones que a veces me meto en jardines que no debiera, pero es que últimamente ando muy preocupado con lo del despoblamiento acelerado en algunas zonas del interior de España. No lo estoy sólo por el hecho en sí, también porque he llegado a la conclusión de que ni el gobierno central ni las autonomías ni los ayuntamientos saben cómo meterle el diente al problema y, lo que todavía es peor, tengo la sensación de que solucionarlo les importa un bledo. Algunas manifestaciones callejeras ruidosas, unas cuantas discusiones en el Congreso de los Diputados y determinadas peticiones en los medios de comunicación para que se mejoren las infraestructuras, pero ninguna respuesta que permita abrigar la esperanza de que la huida de la población rural a las ciudades se vaya a frenar algún día. El interior del país se está vaciando a pasos agigantados y, como las provincias afectadas aportan pocos diputados al conjunto del parlamento, se trata de un problema que no está en la agenda de los partidos políticos. De ninguno.

Yo tengo una teoría, que me atrevo a traer aquí, la de que la distribución de la población en España en algunas regiones es insostenible. Los diez mil municipios existentes en la actualidad tienen su origen en una agricultura precaria que se está transformando muy deprisa, aquella de los minifundios, de la carencia de tecnología y de la economía basada en la subsistencia. Todo ello afortunadamente ya no existe, o está en vías de desaparición, pero la población sigue viviendo en los mismos núcleos urbanos que aparecieron a lo largo de los siglos para dar cabida a los ciudadanos que trabajaban en aquellas condiciones. Por tanto, nada tiene de particular que estos pueblos se vayan quedando vacíos poco a poco, hasta convertirse en inviables.

Si aceptamos lo anterior, habrá que concluir que lo que hay que hacer es cambiar el modelo de sostenibilidad y no empeñarse en mantener con parches lo que no tiene futuro. Las pequeñas industrias en los pueblos, las iniciativas para atraer capitales mediante cesiones de suelo u otras zanahorias de esta especie no tienen ningún futuro, porque la inercia económica irá desplazando estas empresas hacia lugares más competitivos en costes, como son las pequeñas o grandes ciudades. Sin embargo, a nadie le gusta que su pueblo desaparezca y tampoco nadie está dispuesto a que el rico legado patrimonial repartido a lo largo y ancho de la España rural vaya a desaparecer por dejadez. Se trata de nuestra Historia, individual y colectiva.

¿Qué hacer entonces? En mi opinión, no hay más que una salida, la de la “concentración urbana”, es decir la puesta en marcha de medidas dirigidas a promover entidades municipales con una población que asegure la sostenibilidad de los servicios médicos, escolares, de seguridad, de hostelería, etc. Se me dirá que eso es precisamente lo que persiguen las comarcas, compartir recursos, pero la comarcalización no resuelve el problema de la diseminación poblacional y, por tanto, no evita la huida de los jóvenes a las ciudades. Hay poblaciones en España con tamaño adecuado para subsistir y para absorber más población y hay otras que no soportarán mucho tiempo la paulatina despoblación.

¿Significa esto que los pueblos que no se conviertan en núcleos de “concentración urbana” tienen que desaparecer? A esa pregunta yo contestaría que algunos sí -los que carezcan de valor turístico o recreativo- y otros no -los que estén dotados de atractivos para los visitantes o residentes. Lo que sucede es que para lograr esto hace falta, en primer lugar, un plan director de infraestructuras poblacionales y, en segundo, las correspondientes dotaciones económicas, dos asuntos que pasan necesariamente por los despachos de los políticos y que terminan en manos de la iniciativa privada. Si los políticos allanan el terreno, el dinero acudirá para la construcción de nuevas infraestructuras y de nuevas viviendas y para la promoción del potencial turístico.

Ya decía arriba que a veces me meto en jardines intrincados. Pero es que esto no puede seguir así, con la amenaza de que los diez mil municipios que tiene España en la actualidad queden reducidos a cuatro mil en muy pocos años y nadie haga nada. O se coge el toro por los cuernos o pobres pueblos de nuestro interior.

4 comentarios:

  1. ¡Con lo que siempre me gustó a mí vivir en un pueblecito! Hoy la aldea donde vivo la habitamos en su mayor parte sesentones para arriba, y los jóvenes que ves son los hijos y los nietos cuando vienen a visitarnos.

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  2. Si en tu aldea se mantiene el mínimo de servicios que permiten vivir civilizadamente, miel sobre hojuelas. Lo malo es observar como en pueblos donde siempre hubo médico ya no hay, donde se van cerrando las escuelas y donde no hay ni Internet ni siquiera cobertura telefónica.

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    1. Ni servicio de bancos o cajeros automáticos. Que el dinero también se necesita.
      Angel

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  3. Sacto, que hubiera dicho mi admirado Forges. Ni cajeros automáticos.

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