Me decía el otro día un buen amigo que lo peor de envejecer no es observar el deterioro paulatino de tu cuerpo y de tu espíritu, sino comprobar al mismo tiempo cómo tu entorno también va envejeciendo. Si uno viviera aislado de los demás y no tuviera otra referencia que su propia existencia, es posible que aceptara con mayor resignación cómo le flaquean las fuerzas, cómo le falla la memoria y cómo le disminuye la resistencia ante las adversidades. Pero como vivimos rodeados por personas que han compartido contigo infancia, juventud y madurez, y descubrimos en ellas a diario que ya no son lo que eran antes, que ya no pueden acompañarte como lo hacían en otras etapas de esta gran aventura que es la existencia, no podemos ignorar, aunque queramos, que la vejez ha llegado y que las cosas ya no son como eran en otros tiempos.
Sin embargo, no es mi estilo la lamentación, sino todo lo contrario, de manera que pondré sordina al discurso. Siempre he sido optimista, porque siempre he creído que el mejor antídoto contra las depresiones es la animosidad. Recrearse en los aspectos negativos de la vida es a mi entender lo peor que se puede hacer si se pretende ser feliz, porque por lo general el pesimismo se retroalimenta de nostalgia y de desaliento, y como consecuencia contribuye a empeorar las causas objetivas de cualquier situación molesta. De manera que, como la vejez es una de esas situaciones, no voy a permitir que sus fauces me devoren.
Yo no soy de los que tienen como lema “morir con las botas puestas”, porque me parece que bajo esa idea se esconde una especie de intento de ignorar la realidad. Por el contrario, creo que lo mejor que se puede hacer es ir cambiando de botas poco a poco, es decir modificando los paradigmas a medida que los años van pasando. Nunca he entendido a los sesentones que van al gimnasio a levantar pesas, ni a los setentones que exhiben michelines en las playas creyéndose Adonis, ni las camisas estampadas con margaritas y aco iris en los ochentones. Creo que a cada edad le corresponde un modelo de vida y que en la vejez hay que adaptar usos y costumbres, lo que no significa amuermarse, sino actualizarse. Quizá aquí me valiera el conocido refrán de “los mismos perros con distintos collares”.
Pero es que además la vejez, aunque parezca mentira, tiene algunas ventajas. En caso de incendio te desalojan primero; si tropiezas y te caes en la calle, en vez de provocar carcajadas acuden a levantarte; en los autobuses te ceden el asiento; en las colas te dejan pasar delante. Qué más se puede pedir. Nos quejamos sin razón. Todavía me acuerdo de una gracieta de mi juventud: la ventaja de cumplir los cuarenta es que ya no te movilizan para ir a la guerra.
De ahí la reflexión de mi amigo respecto a que la vejez se podría soportar bastante bien si no fuera porque tu entorno también envejece. Esa sí que es una realidad de la que no puedes huir, porque te rodea por todas partes, porque por mucho que intentes ignorarla es un espejo de tu propia realidad. Aquellos que te acompañaban en los viajes, ya no lo hacen porque no pueden con las maletas ni soportan las colas en los aeropuertos; y tus amigos de parrandas, francachelas y jaranas están a dieta por aquello del colesterol. Incluso hay veces que ni siquiera queda como recurso la rememoración de las vivencias compartidas, porque la memoria no responde. Esa sí que es una constatación inequícoca de que uno se ha hecho viejo
Aun así, siempre quedará el recurso de pensar que la alternativa a cumplir años es peor. A mí me vale, aunque no estoy muy seguro de que le valga a todos.
Tal vez lo mejor sea ir deseando en cada fase de la vida las cosas que ésta te pueda dar y no más. Eso sí, poniendo de nuestra parte todo lo posible para que esas cosas puedan llegar.
ResponderEliminarAlfredo, buen consejo.
ResponderEliminarLuis, muy buena tu utopía de “En caso de incendio te desalojan primero; si tropiezas y te caes en la calle, en vez de provocar carcajadas acuden a levantarte; en los autobuses te ceden el asiento; en las colas te dejan pasar delante”.
ResponderEliminarCreo que no coges (en Méjico “tomas”) el autobús en Madrid, ni haces ninguna cola.
Y además imagino que dada tu buena forma si alguna joven te cede el asiento en ese autobús (que no coges) seguro que te molestarías un poco.
Lo de la cola ni lo pienses que van a dejar colarte por abuelito.
De incendios y caídas no tengo experiencia y por tanto no puedo opinar.
Angel
Puede ser que yo tenga unas experiencias distintas de las tuyas. Por cierto, todas en Madrid. Aunque de incendios tampoco ninguna.
ResponderEliminarLo bueno de cumplir años es que para ser feliz te conformas cada vez con menos: simplemente encontrándote bien de salud ya es un buen motivo para ser dichoso.
ResponderEliminarEso es a lo que yo llama adaptación al medio o, mejor dicho, a la edad.
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