Algo se mueve en el ámbito de lo que hace unos años se dio en llamar el espíritu del 15 de mayo, que luego se convirtió en Podemos y en otras formaciones más o menos afines. Como afecta al entorno del mundo progresista, estoy muy atento a sus consecuencias, porque, aunque toda propuesta política cuente en principio con mi respeto, podría convertirse en mucho ruido y pocas nueces o, lo que todavía sería peor, perjudicar al conjunto de la izquierda. Me estoy refiriendo a la reunión en Valencia, hace unas semanas, de Yolanda Díaz con otras líderes cercanas a la formación morada.
La primera idea que me viene a la cabeza es que los pilares sobre los que se fundó Podemos se tambalean, no amenazando derrumbe, pero sí pidiendo cambios estructurales para apuntalarlos. Tengo la sensación de que una parte de sus simpatizantes ha terminado reconociendo que en política es necesario pisar el suelo y no levitar en la utopía. Pablo Iglesias es de estos últimos y ya no está en primera fila, circunstancia que propicia que las cosas en ese partido se revisen. No obstante, como todavía siguen dentro algunos de los que pertenecieron a su entorno más inmediato, otros han decidido cambiar de estilo para evitar ataduras con una manera de actuar que no acababa de convencerlos.
Aunque quizá la iniciativa no vaya
sólo de revisión programática, sino también de oportunidades personales. Las cinco políticas
que se sentaron en el escenario de Valencia se han ganado a lo largo del tiempo un buen prestigio,
unas más que otras, pero todas han tenido la oportunidad de darse a conocer
ante la opinión pública. Han logrado una notoriedad que quizá les haya hecho pensar que tienen allanado el terreno para dar un salto y convertirse en
cabecera de una nueva cartelera política. Porque saben, además, que juntas valen más que separadas.
Llegado a este punto, me pregunto si esto es bueno o malo para el lado progresista del espectro político español, porque, aunque parece que introduce un matiz de sensatez y moderación a las formas que hasta ahora proponía Unidas Podemos, pudiera entrar en abierto conflicto con la socialdemocracia representada por el PSOE, un partido que, a pesar de sus altibajos a lo largo de los últimos años, ha demostrado capacidad de permanencia en los primeros puestos de la política española. Por eso digo que, si la iniciativa surge para sumar, bienvenida sea; pero si lo hace para intentar desbancar, apaga y vámonos, porque el entorno progresista está muy escarmentado de amenazas de sorpasso.
A la derecha no le ha gustado lo de Valencia, hasta ahí podíamos llegar. Ya han experimentado que la izquierda es capaz de gobernar en coalición y no debe de dejarlos muy tranquilos que surja una nueva formación política progresista, con nombres muy conocidos y con una distribución geográfica muy extendida. Si a ello le unimos que está liderada por mujeres, con el consiguiente tirón del voto femenino, no es de extrañar que Pablo Casado tildara en su momento a la reunión de Valencia de aquelarre, es decir, de reunión de brujas. Cuando descalifica es que algo teme.
Es pronto para saber hasta dónde llegará la iniciativa de estas cinco líderes, porque todavía queda mucha legislatura por delante. Yo confío que suponga un giro desde la radicalidad hacia el realismo político, en el que las prisas no caben. Si es así, yo me alegraré, porque significará que el lado izquierdo del parlamento esté ocupado, además de por el partido socialista, por una formación a su izquierda, pero sin que se produzcan grandes disonancias entre los mensajes de las dos, como ocurría con el Podemos que lideraba Pablo Iglesias.
Porque, no hay que olvidarlo,
para que la izquierda repita legislatura y no de paso a la ultraderecha de la mano de la derecha, el PSOE tendrá que seguir contando necesariamente con todos los que se consideran progresistas. Guste más o guste menos.