Hace tiempo que quería hablar de este asunto. Sin embargo, no me he atrevido hasta ahora por temor a que alguno se diera por aludidoy me llamara aguafiestas. Pero como eso de viajar por cuenta de las comunidades o del IMSERSO es algo ya muy extendido, he llegado a la conclusión que los efectos de mi opinión quedarán muy diluidos y no me traerán ni enemistades ni animadversiones. Por eso diré que yo siempre he considerado que no hay nada más antisocial que el actual planteamiento de los viajes subvencionados.
Estos viajes, que suponen una reducción en el coste con respecto a los que organizan los turoperadores turísticos, sólo están, como digo, al alcance de los que cuentan con una cierta capacidad adquisitiva, porque gratis no son. Para apuntarse en alguna de estas excursiones es preciso contar con un cierto presupuesto, del que no todo el mundo dispone. Por tanto, no son actividades lúdicas o recreativas o culturales puestas al alcance de los que de otra manera no pueden viajar, sino un sistema para que los que siempre lo han hecho a costa de sus bolsillos lo hagan ahora arañando los impuestos de todos. Ni más ni menos.
En principio no tendría nada que objetar. Pero cuando lo analizo con más detalle, cuando observo que la mayoría de los que utilizan estas facilidades se benefician de un dinero que podría destinarse a programas sociales que sí estuvieran al alcance de cualquiera sin necesidad de contar con un presupuesto inicial, me entran las dudas de la conveniencia de mantenerlos, sobre todo de que continúen bajo la etiqueta de prestaciones sociales, porque a mí no me lo parecen.
Algunos dicen que gracias al IMSERSO o a las comunidades se mantienen abiertos hoteles que fuera de temporada cerrarían. Es cierto, no lo voy a negar, pero ese es un problema que se debería solucionar por otros medios, posiblemente menos costosos. En cualquier caso, no es esa la intención de los que planearon este tipo de actividades, sino simplemente una derivada. Lo importante aquí es que unas capas sociales de rentas medias y altas se ven favorecidas por unas subvenciones, que, en mi opinión, poco tienen de sociales. Pero además detraen un dinero que con otro planteamiento, o quizá otros controles, sí podrían llegar a los ciudadanos de rentas bajas.
He conocido empresarios de alto nivel y a profesionales de gran capacidad económica que se apuntan a estos viajes sólo para que el hotel les salga más barato. Después lo hacen todo por su cuenta, desde el desplazamiento, las comidas y las visitas. Ni siquiera conocen a sus guías, porque ni falta que les hace, lo que supone una situación extraña, sobre todo si se tiene en cuenta lo más importante, que se trata de un dinero que supuestamente está destinado a programas de carácter social.
Dicho esto, que cada uno haga de su capa un sayo. No seré yo quien a estas alturas de mi vida me meta a abogado de pleitos pobres. Simplemente, como es una situación que me llama la atención, tenía que decirlo.
Es que soy así de pejiguero.