Decía el otro día que aún es pronto para hacer conjeturas con respecto a la composición del Congreso que resulte tras las próximas elecciones generales. Sin embargo, las piezas sobre el tablero han empezado a moverse muy deprisa, hasta el punto de que quizá pudiera atreverme a aventurar alguna hipótesis, aunque no sea más que para hacer un ejercicio de profecía.
Mariano Rajoy, que se ha pasado la legislatura ensimismado e inmerso en esa actitud displicente que le caracteriza, como un don Tancredo en mitad del ruedo que ignorara los pitones del morlaco, parece como si de repente hubiera salido de su aletargamiento y quisiera recuperar el tiempo perdido. Desde hace unos días se le puede ver a todas horas en los medios de comunicación, algunos afines a sus pretensiones electorales, como TVE, y otros no tanto, como el programa matutino de la SER que dirige la veterana periodista Pepa Bueno, intervención que tuve ocasión de oír hace unos días en directo. Además, un cierre de legislatura en el Congreso de los Diputados, convertido en mitin electoral por su partido, y una declaración institucional para salir al paso del galopante desafío independentista catalán, bajo el eslogan “mientras yo esté aquí” Cataluña no se separará de España. Todo un alarde de comunicación, auténtico “sprint final” de un corredor de fondo convertido en velocista por arte de birlibirloque.
Quizá en otra ocasión me decida a valorar estas actuaciones, a comentar la desfachatez con la que el gobierno está utilizando los medios de comunicación públicos y a examinar la falta de sentido de Estado que implica arrogarse la defensa de la unidad de España en primera persona. ¡Nada más y nada menos! Pero hoy sólo pretendo centrarme en los hechos y en sus posibles consecuencias electorales, porque me gusten o no sus métodos, el Presidente del Gobierno se ha decidido a dar la batalla mediática, utilizando todas las bazas que le ofrece la coyuntura, sin tapujos ni disimulos. Y eso es algo que a estas alturas de la contienda electoral puede producirle buenos réditos electorales.
Mientras tanto Ciudadanos se afianza como una segunda fuerza conservadora en España, a la que el PP critican sin levantar demasiado la voz, además de enviarle descarados guiños con pretensiones poselectorales. Para los populares está claro que si Albert Rivera quita votos a su partido, al fin y al cabo todo se queda en casa. Pero si además se los quita al PSOE, miel sobre hojuelas.
El partido socialista, que encarna en España la izquierda moderada de corte socialdemócrata, se encuentra incrustrado entre una posible alianza conservadora, por un lado, y una izquierda desordenada, inexperta y utópica, por el otro. Los socialistas, con este panorama, son conscientes de que para gobernar necesitarían una mayoría abultada, un número de escaños que les diera fuerza para liderar una oferta alternativa al PP. Podemos, a medida que pasa el tiempo, pierde fuelle, entre otras cosa porque no acaba de encontrar un discurso constructivo. En política, como en otros aspectos de la vida, es fácil criticar lo existente, pero no tanto plantear alternativas. Cuesta poco erigirse como el único partido capaz de acabar con los problemas estructurales del país, pero ese es un mensaje que cada vez convencerá a menos, si no va acompañado de propuestas viables y realistas.
Como consecuencia de todo lo anterior, la derecha, aunque con un ligero deslizamiento en su conjunto hacia el centro, continúa manteniendo posiciones suficientes para seguir gobernando. Mientras que el partido socialista, el único capaz de constituir una alternativa de gobierno, aunque también mantiene posiciones relativas, no va a encontrar apoyos suficientes a su izquierda. Pero esto es algo bien sabido en nuestro país, muchos de cuyos votantes progresistas olvidan con frecuencia quién es el verdadero rival a batir en las urnas y se dedican a fomentar divisiones, muchas veces esperpénticas. Ignoran por completo eso que se ha dado en llamar el voto útil.
Pero queda mucho tiempo todavía hasta las próximas elecciones, de manera que mis impresiones de hoy quizá puedan variar mañana.
Mariano Rajoy, que se ha pasado la legislatura ensimismado e inmerso en esa actitud displicente que le caracteriza, como un don Tancredo en mitad del ruedo que ignorara los pitones del morlaco, parece como si de repente hubiera salido de su aletargamiento y quisiera recuperar el tiempo perdido. Desde hace unos días se le puede ver a todas horas en los medios de comunicación, algunos afines a sus pretensiones electorales, como TVE, y otros no tanto, como el programa matutino de la SER que dirige la veterana periodista Pepa Bueno, intervención que tuve ocasión de oír hace unos días en directo. Además, un cierre de legislatura en el Congreso de los Diputados, convertido en mitin electoral por su partido, y una declaración institucional para salir al paso del galopante desafío independentista catalán, bajo el eslogan “mientras yo esté aquí” Cataluña no se separará de España. Todo un alarde de comunicación, auténtico “sprint final” de un corredor de fondo convertido en velocista por arte de birlibirloque.
Quizá en otra ocasión me decida a valorar estas actuaciones, a comentar la desfachatez con la que el gobierno está utilizando los medios de comunicación públicos y a examinar la falta de sentido de Estado que implica arrogarse la defensa de la unidad de España en primera persona. ¡Nada más y nada menos! Pero hoy sólo pretendo centrarme en los hechos y en sus posibles consecuencias electorales, porque me gusten o no sus métodos, el Presidente del Gobierno se ha decidido a dar la batalla mediática, utilizando todas las bazas que le ofrece la coyuntura, sin tapujos ni disimulos. Y eso es algo que a estas alturas de la contienda electoral puede producirle buenos réditos electorales.
Mientras tanto Ciudadanos se afianza como una segunda fuerza conservadora en España, a la que el PP critican sin levantar demasiado la voz, además de enviarle descarados guiños con pretensiones poselectorales. Para los populares está claro que si Albert Rivera quita votos a su partido, al fin y al cabo todo se queda en casa. Pero si además se los quita al PSOE, miel sobre hojuelas.
El partido socialista, que encarna en España la izquierda moderada de corte socialdemócrata, se encuentra incrustrado entre una posible alianza conservadora, por un lado, y una izquierda desordenada, inexperta y utópica, por el otro. Los socialistas, con este panorama, son conscientes de que para gobernar necesitarían una mayoría abultada, un número de escaños que les diera fuerza para liderar una oferta alternativa al PP. Podemos, a medida que pasa el tiempo, pierde fuelle, entre otras cosa porque no acaba de encontrar un discurso constructivo. En política, como en otros aspectos de la vida, es fácil criticar lo existente, pero no tanto plantear alternativas. Cuesta poco erigirse como el único partido capaz de acabar con los problemas estructurales del país, pero ese es un mensaje que cada vez convencerá a menos, si no va acompañado de propuestas viables y realistas.
Como consecuencia de todo lo anterior, la derecha, aunque con un ligero deslizamiento en su conjunto hacia el centro, continúa manteniendo posiciones suficientes para seguir gobernando. Mientras que el partido socialista, el único capaz de constituir una alternativa de gobierno, aunque también mantiene posiciones relativas, no va a encontrar apoyos suficientes a su izquierda. Pero esto es algo bien sabido en nuestro país, muchos de cuyos votantes progresistas olvidan con frecuencia quién es el verdadero rival a batir en las urnas y se dedican a fomentar divisiones, muchas veces esperpénticas. Ignoran por completo eso que se ha dado en llamar el voto útil.
Pero queda mucho tiempo todavía hasta las próximas elecciones, de manera que mis impresiones de hoy quizá puedan variar mañana.