Dentro de muy poco, menos de dos meses, tendremos unas nuevas elecciones generales en España. La batalla ha empezado ya hace tiempo, pero pudiera considerarse que tras la última Sesión de Control del Gobierno, convertida por la bancada conservadora en un auténtico mitin electoral, se ha levantado definitivamente el banderín de salida. Los electores meditamos nuestras preferencias y los políticos se afanan en pregonar las cualidades que los envuelven y en echar por tierra las que adornan a sus rivales. En definitiva, nada que no hayamos visto antes tantas veces desde que la democracia existe.
Sin embargo, sí hay cosas diferentes, novedades dignas de tener en cuenta a las que me gustaría dedicar en estas páginas un poco de atención. Es posible que se trate sólo de ligeros matices –al fin y al cabo en el acontecer político poca variedad cabe-, pero al menos a mí me merece la pena fijarme en ellos.
La principal diferencia con respecto a comicios anteriores es la irrupción en escena de dos nuevos partidos, Ciudadanos y Podemos, que vienen a quebrar en cierto modo la tranquilidad y el sosiego en el que hasta ahora estaban instalados los dos partidos de la alternancia tradicional, el PP y el PSOE. Aunque las nuevas formaciones ya no resulten una novedad para los votantes españoles, porque han estado presentes en varias elecciones de carácter europeo, autonómico y local, esta vez debutarán a nivel nacional: los dos presentan sus respectivos candidatos a presidir el gobierno de la nación.
La presencia de estos partidos, a los que, superado un cierto desconcierto inicial como consecuencia de su rápido ascenso en las encuestas primero y en los resultados electorales después, los españoles ya conocemos mejor, introduce un importante grado de incertidumbre en la previsión que se haga con respeto a los próximos resultados. Simplificando mucho, podría decirse que uno de ellos, Podemos, ha dividido aún más a la izquierda, y que el otro, Ciudadanos, supone una escisión de la hasta ahora monolítica derecha.
He dicho simplificando, porque en realidad las cosas son bastante más complejas que suponer a estos partidos simples cuñas incrustadas en el espectro político. Podemos aglutina la rebeldía de ciertos sectores del electorado de izquierdas contra la que consideran inoperancia de los partidos progresistas existentes hasta ahora, hasta el punto de que puede acabar con la presencia de Izquierda Unida en el Parlamento, además de captar votos del PSOE. Mientras que Ciudadanos es un partido de corte conservador, que utiliza en sus mensajes un estilo moderado y tranquilizador, muy alejado del triunfalismo del PP y por tanto atractivo para un gran sector de la derecha de nuestro país y quizá para una parte del electorado de la izquierda moderada.
Con este panorama, parece claro que después de las próximas elecciones no van a repetirse mayorías absolutas. La lucha ahora está en conseguir el máximo número de escaños en el Congreso, para que después la aritmética parlamentaria decida quien ha de ser el próximo presidente del gobierno. Porque, no lo olvidemos, nuestro sistema es parlamentario, lo que significa que son los diputados que nosotros elijamos los que después investirán al que haya de presidir el consejo de ministros. Recuerdo esto, porque con el sistema actual no funciona eso de que debe gobernar la lista más votada, que algunos intentan defender como si se tratara de un axioma incuestionable.
Es cierto que hasta ahora en España, a lo largo de esta etapa democrática, siempre ha gobernado el partido más votado, o porque había conseguido mayoría absoluta o porque contaba con suficientes apoyos para gobernar. Pero esto es precisamente algo que puede cambiar tras las próximas elecciones. Las opciones que se abren son varias. El PP, que según algunas encuestas –no todas- pudiera resultar la lista más votada, sólo podría gobernar si lo apoyara Ciudadanos, la única de las alianzas a las que desde mi punto de vista puede aspirar. Al PSOE sin embargo, dada su posición centrada, le cabrían dos opciones, gobernar con el apoyo de Ciudadanos o con el de Podemos, algo parecido a lo que sucede con Ciudadanos, que podría acceder al poder de la mano del PSOE o de la del PP. Por último, Podemos sólo podría gobernar si lo apoyara el PSOE. En todo caso, cualquiera de las opciones necesitaría que la suma de diputados superara la mitad más uno de los escaños del congreso.
A partir de aquí se pueden hacer las conjeturas que se quiera. Todo va a depender del apoyo de los ciudadanos que reciba cada partido, con independencia de la posición relativa que obtenga en la llegada a meta. El primero, el más votado, no podrá cantar victoria si no consigue las alianzas necesarias, porque el segundo, con el respaldo del tercero o del cuarto, le puede arrebatar el triunfo. De ahí que cada uno de ellos sólo quiera hablar de victoria relativa –la absoluta parece imposible- y no conteste a las preguntas sobre posibles acuerdos poselectorales.
Aunque hasta el rabo todo es toro, a medida que avance la campaña quizá podamos ir deshojando la margarita, haciéndonos una idea de qué pude pasar después de las elecciones. De momento una cosa parece clara, que tanto el PSOE como el PP cuentan con el apoyo de sus incondicionales, los primeros con los votos del electorado de la izquierda moderada, a la que no le gustan las aventuras inciertas, y los segundos con los de la derecha de toda la vida, que no confía en políticas moderadas.
Pero, ¿serán esas bases de incondicionales suficientes para mantenerlos en las dos primeras posiciones? A estas alturas es muy difícil asegurarlo.
Sin embargo, sí hay cosas diferentes, novedades dignas de tener en cuenta a las que me gustaría dedicar en estas páginas un poco de atención. Es posible que se trate sólo de ligeros matices –al fin y al cabo en el acontecer político poca variedad cabe-, pero al menos a mí me merece la pena fijarme en ellos.
La principal diferencia con respecto a comicios anteriores es la irrupción en escena de dos nuevos partidos, Ciudadanos y Podemos, que vienen a quebrar en cierto modo la tranquilidad y el sosiego en el que hasta ahora estaban instalados los dos partidos de la alternancia tradicional, el PP y el PSOE. Aunque las nuevas formaciones ya no resulten una novedad para los votantes españoles, porque han estado presentes en varias elecciones de carácter europeo, autonómico y local, esta vez debutarán a nivel nacional: los dos presentan sus respectivos candidatos a presidir el gobierno de la nación.
La presencia de estos partidos, a los que, superado un cierto desconcierto inicial como consecuencia de su rápido ascenso en las encuestas primero y en los resultados electorales después, los españoles ya conocemos mejor, introduce un importante grado de incertidumbre en la previsión que se haga con respeto a los próximos resultados. Simplificando mucho, podría decirse que uno de ellos, Podemos, ha dividido aún más a la izquierda, y que el otro, Ciudadanos, supone una escisión de la hasta ahora monolítica derecha.
He dicho simplificando, porque en realidad las cosas son bastante más complejas que suponer a estos partidos simples cuñas incrustadas en el espectro político. Podemos aglutina la rebeldía de ciertos sectores del electorado de izquierdas contra la que consideran inoperancia de los partidos progresistas existentes hasta ahora, hasta el punto de que puede acabar con la presencia de Izquierda Unida en el Parlamento, además de captar votos del PSOE. Mientras que Ciudadanos es un partido de corte conservador, que utiliza en sus mensajes un estilo moderado y tranquilizador, muy alejado del triunfalismo del PP y por tanto atractivo para un gran sector de la derecha de nuestro país y quizá para una parte del electorado de la izquierda moderada.
Con este panorama, parece claro que después de las próximas elecciones no van a repetirse mayorías absolutas. La lucha ahora está en conseguir el máximo número de escaños en el Congreso, para que después la aritmética parlamentaria decida quien ha de ser el próximo presidente del gobierno. Porque, no lo olvidemos, nuestro sistema es parlamentario, lo que significa que son los diputados que nosotros elijamos los que después investirán al que haya de presidir el consejo de ministros. Recuerdo esto, porque con el sistema actual no funciona eso de que debe gobernar la lista más votada, que algunos intentan defender como si se tratara de un axioma incuestionable.
Es cierto que hasta ahora en España, a lo largo de esta etapa democrática, siempre ha gobernado el partido más votado, o porque había conseguido mayoría absoluta o porque contaba con suficientes apoyos para gobernar. Pero esto es precisamente algo que puede cambiar tras las próximas elecciones. Las opciones que se abren son varias. El PP, que según algunas encuestas –no todas- pudiera resultar la lista más votada, sólo podría gobernar si lo apoyara Ciudadanos, la única de las alianzas a las que desde mi punto de vista puede aspirar. Al PSOE sin embargo, dada su posición centrada, le cabrían dos opciones, gobernar con el apoyo de Ciudadanos o con el de Podemos, algo parecido a lo que sucede con Ciudadanos, que podría acceder al poder de la mano del PSOE o de la del PP. Por último, Podemos sólo podría gobernar si lo apoyara el PSOE. En todo caso, cualquiera de las opciones necesitaría que la suma de diputados superara la mitad más uno de los escaños del congreso.
A partir de aquí se pueden hacer las conjeturas que se quiera. Todo va a depender del apoyo de los ciudadanos que reciba cada partido, con independencia de la posición relativa que obtenga en la llegada a meta. El primero, el más votado, no podrá cantar victoria si no consigue las alianzas necesarias, porque el segundo, con el respaldo del tercero o del cuarto, le puede arrebatar el triunfo. De ahí que cada uno de ellos sólo quiera hablar de victoria relativa –la absoluta parece imposible- y no conteste a las preguntas sobre posibles acuerdos poselectorales.
Aunque hasta el rabo todo es toro, a medida que avance la campaña quizá podamos ir deshojando la margarita, haciéndonos una idea de qué pude pasar después de las elecciones. De momento una cosa parece clara, que tanto el PSOE como el PP cuentan con el apoyo de sus incondicionales, los primeros con los votos del electorado de la izquierda moderada, a la que no le gustan las aventuras inciertas, y los segundos con los de la derecha de toda la vida, que no confía en políticas moderadas.
Pero, ¿serán esas bases de incondicionales suficientes para mantenerlos en las dos primeras posiciones? A estas alturas es muy difícil asegurarlo.
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