Pablo Iglesias sigue hablando más de sillones que de programas. Por cierto, de sillones que nunca tuvo. Susana Díaz lo acaba de expresar con precisión: hay que ser muy artista para vender como cesión en las negociaciones lo que nunca se ha tenido, en este caso la vicepresidencia de un gobierno de coalición. Renunciar a ello ahora es tan gratuito como lo fue entonces proponerlo como condición para una posible alianza. El señor Iglesias por su cuenta y riesgo hizo lo segundo y con el mismo desparpajo acaba de renunciar a su cargo virtual, para, según explicó a la prensa, facilitar un acuerdo con el partido socialista. Artista o malabarista, que no son oficios incompatibles.
Pedro Sánchez sigue insistiendo en que la cuadratura del círculo es posible. Su solución, que antes denominaba de la transversalidad y ahora del 199 -en alusión al número de diputados que la apoyarían-, no es bien vista ni por Podemos ni por Ciudadanos, partidos que esgrimen razones de absoluta incompatibilidad ideológica. Una evidencia difícil de rebatir, lo reconozca o no el líder del PSOE. Conseguir un denominador común entre dos programas tan dispares, que sirva como eje político de un gobierno a lo largo de toda una legislatura, es poco menos que imposible.
La gran novedad que nos anunciaron ese día consiste en que todas las partes involucradas en el acuerdo que propone Pedro Sánchez han aceptado reunirse conjuntamente. Hasta ahora los vetos de Iglesias y Rivera hacían imposibles este encuentro, que si bien tiene en esta rifa muchas papeletas para que resulte un fracaso, al menos posee la virtud de abrir una pequeña esperanza de compromiso. Muy difícil, por supuesto, pero en política a veces lo imposible se convierte en viable.
A mí, personalmente, este nuevo paso en el largo proceso que llevamos meses padeciendo me hace sospechar que aquí hay gato encerrado o, dicho con otro lugar no menos común, alguien esconde una carta en la manga. Y teniendo en cuenta que quien hasta ahora ha movido los naipes en esta partida ha sido Pedro Sánchez, me inclino a pensar que en cualquier momento el líder socialista nos sorprenda con una propuesta que obligue a los otros dos a aceptar la convivencia política, o al menos los ponga en la tesitura de pensárselo dos veces antes de rechazarla.
Si alguien me preguntara que por qué saco esta impresión, no tendría más remedio que contestarle que por reducción al absurdo. Desde mi punto de vista, no es posible mantener una posición tan pertinaz y continuada en la defensa de una determinada solución política si no se cuenta con algún resorte oculto. Lo que se ve a simple vista no permite abrigar la menor esperanza en que el acuerdo se logre. Por tanto, algo debe de haber escondido para esgrimir tanto optimismo.
Algunas de las explicaciones que se dan a este empeño continuado, las que se basan en la necesidad que tiene Pedro Sánchez de mantenerse a flote en la política activa contra los vientos y las tempestades procedentes de su propio partido, me parecen excesivamente simplistas. Si eso fuera cierto, el riesgo que estaría asumiendo sería enorme, porque si al final su proyecto fracasa la caída resultará inevitable e irrecuperable.
Estemos atentos, porque si mi sospecha se cumple no tardaremos en conocer la carta que Pedro Sánchez guarda en la manga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Cualquier comentario a favor o en contra o que complemente lo que he escrito en esta entrada, será siempre bien recibido y agradecido.