11 de abril de 2016

Ética o legalidad. Los papeles de Panamá

Con este nuevo affaire de los papeles de Panamá, el enésimo capítulo del culebrón protagonizado por la corrupción galopante que nos devora, se ha puesto de moda distinguir entre lo ético -entendiendo el concepto como sinónimo de moral- y lo legal, es decir, conforme a la ley o prescrito por ella. Son tantos a los que he oído en estos últimos días perorar sobre esta distinción –uno de ellos el ministro de Hacienda-, que me he puesto a cabilar sobre el propósito que pudieran encerrar tales discursos, sospechando, porque soy muy mal pensado, que signifiquen una defensa enmascarada de los corruptos.

El señor Montoro, tras explicar a los españoles que invertir a través de empresas offshore no tiene en principio que suponer una ilegalidad, añadía: hombre, muy ético, muy ético, ¿verdad?, no es. Y lo decía mirando a la cámara, directamente a los ojos de los que lo contemplaban, con cierto gesto de complicidad. No sé a los demás, pero a mí su mensaje me dejó perplejo, quizá porque venía precisamente del gestor de la hacienda pública, del máximo responsable de vigilar que se cumpla aquello de que “Hacienda somos todos”.

Si los contribuyentes tuvieran como norma de conducta sólo la ética, y no existieran unas leyes que los obligaran a pagar impuestos y, por consiguiente, unas penas por incumplimiento de las obligaciones fiscales, aquí no pagaba ni el Tato. Estoy completamente seguro de que cualquier ciudadano encontraría disculpas, es posible que incluso de carácter moral, que aliviaran sus remordimientos de conciencia por no contribuir a lo que es responsabilidad de todos.

Lo que están haciendo los que manejan sus finanzas a través de paraísos fiscales son delitos de carácter económico, porque están dejando de contribuir a la hacienda pública como hacemos los demás y, sin embargo, se benefician de las prestaciones del Estado que sufragamos los contribuyentes. Si además faltan a la ética, que el cielo los juzgue. Pero aquí quienes tienen que juzgarlos son los jueces. El señor Montoro lo sabe, de manera que no se puede permitir ser tolerante con esta epidemia de sinvergüenzas, de corruptos, muchos de ellos patriotas “de toda la vida”, porque ya sabemos que para algunos el patriotismo no son las obligaciones con la sociedad, sino una cierta entelequia de difusa imagen.

Decía al principio que sospecho que la digresión sobre la ética-legalidad no sea más que una cortina de humo para proteger a los corruptos. Paños calientes que le vienen muy bien a los poderosos de toda la vida, o a los de nuevo cuño, que de todo hay en lo de Panamá, algunos de los cuales, como acabamos de saber, llevan lustros defraudando al fisco, es decir, robándonos a todos. A mí que falten a la ética me trae sin cuidado. Pero no les puedo perdonar que nos roben.

Ojo al dato, señores, como decía el conocido periodista. Estemos al tanto del binomio ética-legalidad, tan manoseado en los últimos días, porque no me extrañaría nada que toda esta caterva de corruptos que figuran en la lista de Panamá y en otras varias se fueran de rositas. Cosas más difíciles de creer se están viendo con demasiada frecuencia en los últimos tiempos.

Yo de momento, y no sólo porque pretenda ser ético, voy a ponerme ahora mismo a hacer la declaración de hacienda.

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