A mí todo este largo proceso preelectoral, electoral y postelectoral -y vuelta a empezar porque el circo todavía no ha terminado-, además de ponerme de los nervios al oír tanta estupidez, incoherencia y falsedad, me ha llevado a meditar sobre la fina línea que separa a las llamadas derechas de las denominadas izquierdas, a la moderación del extremismo y a la seriedad del cachondeo, sutil barrera que empieza a costarme algunas veces trabajo distinguir. Ya sé que habrá quien al leer lo que acabo de escribir se preguntará que cómo es posible que un chico como yo pueda confundir el culo con las témporas o el tocino con la velocidad, pero es que lo que está sucediendo le deja a uno tan confuso que termina entendiendo muy poco de posiciones ideológicas, de intenciones programáticas o de qué persigue cada uno.
Si de verdad las llamadas fuerzas progresistas hubieran querido sacar al país de la crisis económica, social e institucional que padece, hace tiempo que habrían podido alcanzar un acuerdo. Pero no ha sido así, porque en realidad sus pretensiones eran tan mundanas como las que achacan a la derecha. Los conservadores por su parte, si de verdad hubieran temido, como tantas veces repiten, la llegada de populismos o extremismos que pudieran arruinar los logros económicos de los que presumen, hubieran mantenido una actitud distinta, menos exclusivista y más abierta hacia otras opciones. Pero se han limitado a solicitar adhesión incondicional a los socialistas y, al no conseguirla, a esperar tiempos mejores.
Refugiarse en que el número de votos no da de sí es como culpar a las nubes de la lluvia. Claro que no dan de sí si no se mueve ficha, si no se cede, si no se está dispuesto a renunciar a parte de lo tuyo y aceptar algo de lo de los demás. De la misma forma que no dan sí si tu objetivo no es atajar los problemas de la sociedad, sino gobernar sin obstrucciones y hacer y deshacer a tu antojo. Como tampoco si estás mirando el ombligo de tu partido y el de los tuyos y das la espalda a los problemas de la sociedad.
Si no fuera porque a pesar de la confusión mental que me embarga mantengo un mínimo sentido de eso que se llama responsabilidad ciudadana, en las próximas elecciones iba a votar en mi nombre Rita la Cantaora. Pero no: voy a acudir a las urnas, y voy a votar lo mismo que voté en diciembre, porque nada de lo que ha ocurrido desde entonces me ha hecho cambiar de idea, nada me indica que otras opciones sean mejores de la que entonces elegí.
Ya sé que no va a servir de nada, porque si alguien ha ganado con todo este espectáculo circense ha sido el señor Rajoy, que impasible el ademán e impávido como un don Tancredo en mitad del coso, ha soslayado tempestades a la espera de que los vientos amainen. Que a nadie le quepa la menor duda de que tras las nuevas elecciones los partidos de derechas se unirán para formar un bloque monolítico, porque el intento de Ciudadanos de romper moldes y apoyar la transversalidad que le ofrecía el PSOE no ha sido posible y, constatado el fracaso, volverán a sus cauces naturales, donde el PP lo espera como a un hijo pródigo.
La izquierda española se ha instalado en el peligroso deporte de quítate tú para que me ponga yo, un ejercicio de irresponsabilidad y de falta de madurez que pagará muy caro. En estos momentos, la lucha entre los dos grandes partidos progresistas es enconada, casi personal, porque los insultos y las descalificaciones nunca han estado tan fuera de norma en unas formaciones que se supone que persiguen objetivos similares. La ocasión la han tenido a tiro, pero las maniobras egoístas y engañosas de algunos han malogrado la oportunidad. Yo tenía un amigo, muy castizo él, que ante situaciones como ésta decía: "ándate con el bolo colgando y se lo comerán las hormigas".
Supongo que en estos momentos habrá quien se esté frotando las manos. ¡Qué más quería la derecha de toda la vida que este fracaso de la izquierda! Los que han venido a redimir el mundo se lo han puesto a huevo.
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