Si la educación secundaria debe ser extensiva o intensiva es un viejo dilema que no me parece que los educadores profesionales hayan sido capaces de dilucidar hasta el momento. La duda que siempre ha existido respecto a si los jóvenes deberían, antes de ir a la universidad, formarse en pocas materias y con gran profundidad o en muchas pero con menor intensidad prevalece, o al menos yo no he visto hasta ahora una propuesta que trate de conciliar estas dos alternativas. Los planes de estudio se suceden, por cierto con tanta frecuencia como los gobiernos o los ministros del ramo cambian, pero las modificaciones en los contenidos se refieren más a temas secundarios que al que a mí me parece el más importante, si la educación de nuestros escolares debe ser generalista o especializada.
Una serie de circunstancias personales me están llevando en los últimos años a repasar lección a lección y curso a curso lo que en mis tiempos se llamaba Bachillerato, el periodo de la enseñanza que abarcaba desde primero, que se cursaba a los 11 años de edad, hasta sexto, a los 16. Después venía el Preuniversitario, y de ahí se pasaba a la universidad. Ahora, como digo, aunque con distintos nombres que entonces, estoy revisando aquellos años escolares, y en estos momentos concretamente me ocupa tercero de ESO, equivalente al quinto de Bachillerato de mi época escolar.
A partir de esta experiencia debo decir que las cosas han cambiado muy poco desde entonces. A los alumnos de secundaria se les exige prácticamente lo mismo que se nos exigía a nosotros, con pequeñas modificaciones respecto a metodología, pero con idéntico contenido. En aquellas materias que podrían considerarse de cultura general (Historia y Geografía), quizá el nivel de exigencia haya descendido, y ahora no sea necesario conocer al dedillo ríos y afluentes, reyes y dinastías. Pero en las asignaturas nodales (Matemáticas y Lengua) todo sigue igual.
Existe una corriente de pensamiento entre algunos pedagogos que defiende una educación más encaminada a crear hábitos de estudio e impartir técnicas de razonamiento que a formar eruditos. Según éstos pensadores, esa formación educaría a los alumnos de tal manera que luego fueran capaces de enfrentarse, con éxito asegurado, a las materias que se les pusiera por delante. Formaría mentes en vez de enciclopedistas. Otorgaría las herramientas necesarias para, además de facilitar la elección de la ruta educativa más conveniente para cada alumno, aumentar su rendimiento académico en etapas posteriores. No me parece un disparate, ni mucho menos, aunque desde mi punto de vista deberían alternarse estas técnicas con la formación convencional. Se puede aprender a estudiar y al mismo tiempo ir estudiando.
Me decía el otro día un amigo, a propósito de una conversación sobre este tema, que Silicon Valley, el santuario de la alta tecnología internacional, está poblado de paquistaníes e indios, altamente especializados en la fabricación de chips, pero que posiblemente no sepan dónde nace o dónde desemboca el río Indo o quién fue Rabindranath Tagore. ¿Es eso lo que queremos para nuestros futuros profesionales? Yo creo que no; pero tampoco que conozcan la lista completa de los reyes godos y luego no sean capaces de leer un libro a lo largo de su vida, entre otras cosa porque nadie se haya preocupado, durante los años escolares, de fomentar en ellos el interés por la lectura.
Poco han cambiado las cosas en España en los últimos años en el aspecto educativo y las modificaciones que se han hecho han sido más de carácter político que pedagógico. Es lamentable observar los vaivenes que se dan respecto a determinadas asignaturas (Religión, Educación para la Ciudadanía) y lo poco que se ha avanzado en metodología. Pero claro, en éste como en tantos otros aspectos de la cosa pública los que deciden son los políticos de turno y no los especialistas. El último ejemplo nos lo ha dado el señor Wert, que después de dejar patas arriba los planes de enseñanza del país a todos los niveles ha preferido emigrar al extranjero para dedicarse a otros menesteres, por supuesto también políticos. En materia de educación simplemente pasaba por allí.
Con esta reflexión no pretendo hacer una crítica negativa, ni mucho menos, del estado de la enseñanza en España. Las cosas funcionan, con mayor o menor eficacia. Lo que trato de decir es que cómo es posible que, al cabo de tantos años como han pasado desde que yo estudiaba el Bachillerato, las cosa hayan cambiado tan poco.
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