10 de julio de 2016

Cortados y tostadas con manteca colorada. Así está nuestra hostelería

Creo que fue Arias Cañete, el ínclito ex ministro de varios gobiernos del PP, quien soltó lo de “aquellos camareros que teníamos, que te ponían un cortado, un no sé qué, mi tostada con crema, la mía con manteca colorada”. Teniendo en cuenta que su queja en aquel momento iba dirigida contra los cientos de hispanoamericanos que por entonces trabajaban en la hostelería de nuestro país, yo no voy a sumarme a su xenófoba lamentación. Simplemente la he escogido para encabezar mi propia reflexión sobre la falta de profesionalidad que exhiben algunos de los trabajadores del gremio, en este caso españoles, a lo largo y ancho de nuestras costas.

Ayer cené con mis hijos en un conocido restaurante de Chiclana de la Frontera, situado en el corazón de Novo Sancti Petri y propiedad de un renombrado empresario local del ramo. Por razones que se entenderán a continuación con facilidad, no voy a dar el nombre ni del establecimiento ni de su dueño, aunque los que conocen aquellos pagos no tardarán en localizarlo. Si es así, les recomiendo que si acuden a él pongan mucho cuidado, no vaya a sucederles lo que nos pasó a nosotros.

Durante casi dos horas, entre las diez y las doce aproximadamente, tuvimos que soportar la falta de organización de los camareros, que aparecían de tres en tres o desaparecían por completo sin retirar los platos sucios. Cuando le reclamabas atención a alguno que pasará por allí, te contestaba que eso se lo pidiéramos a su compañero, al que, como ya he dicho, no era fácil de localizar entre los que por allí vagaban como almas en pena. Desorden, desatención y malos modos, por resumir en pocas palabras. Por tanto, no sólo falta de profesionalidad en los camareros, además una incompetente gestión de los recursos disponibles.

Cuando ya habíamos terminado con los que podrían considerarse platos principales, le tocaba el turno a los postres. Nadie aparecía, por mucho que protestáramos a los que pasaban por nuestro lado. Hasta que, hartos de tanta desconsideración, decidimos reclamar la presencia del encargado, si es que alguno de aquellos camareros ostentaba esa nada despreciable dignidad laboral. Por fin, uno de los muchos que habían mal atendido nuestra mesa a lo largo de la cena, se acercó de mala gana, para justificar el mal servicio con la frase “es que estamos desbordados”. La mitad de las mesas del restaurante permanecían vacías, por lo que me hice cruces pensando en qué podría haber sucedido si hubiera habido un lleno total.

Como ni sus palabras ni sus modales me parecieron adecuados, le pedí que en vez de postre nos trajera la “Hoja de reclamaciones”. Algo sorprendido por mi petición, dudó al principio. Después se retiró con cara de ofendido; y más tarde, quizá a los diez minutos de haber desaparecido, trajo una especie de bloc con los impresos que le había solicitado. Lo rellené y, cuando me disponía a separar las hojas correspondientes al reclamante, a la entidad y a la administración, me di cuenta de que me había colocado una cartulina debajo de la primera copia, de tal forma que las otras dos no se habían calcado. Picaresca donde las haya.

Pero lo peor estaba por venir, porque cuando le reproché su actitud, montó en cólera, gritando que nos marcháramos inmediatamente de allí, al mismo tiempo que empezaba a dar puñetazos sobre la mesa, fuera de sí, como un auténtico basilisco. Cuando alguno de la mesa se puso de píe para hacer frente a la agresión física que parecía avecinarse, el energúmeno se achantó, bajó la cabeza y se retiró a paso más que ligero.

Lo que viene a continuación carece de importancia. Alguien, que según me dijeron estaba emparentado con el dueño del local, y que hasta entonces no había dado señales de vida, aunque evidentemente fuera consciente de los desmanes de su empleado, se acercó a mí, no para pedir disculpas en nombre del restaurante, sino para quitar la cartulina que había puesto el otro y explicarme cómo había que rellenar el impreso. Y ahí acabó el desagradable espectáculo.

Lo malo es que, como desconfío de la eficacia de este tipo de reclamaciones, dudo entre presentar o no el impreso en el organismo correspondiente, aunque un elemental sentido de dignidad personal me empuje a ello. Cuando lo haga, suceda lo que suceda lo contaré en este blog.

Por cierto, la calidad de la comida fue excelente. Lo cortés no quita lo valiente.

4 comentarios:

  1. Querido Luis: podrías haber aprovechado la famosa cita del Sr. Cañete para decirle lo que él dijo al camarero, con la oportuna presencia de las comas que tanto te gustan: " la mía con manteca colorada, cerdo, y a mí uno de boquerones en vinagre...". Así que si llamaba "cerdo" a los "nuestros" imagínate lo que les hubiese llamado a los de "tu" restaurante.
    Un abrazo.
    Angel

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  2. Ángel, la cita de Arias Cañete que entrcomillo la he sacado de las hemerotecas. La que tu comentas me parece excesivamente grosera y clasista para ser cierta. Aunque, vaya usted a saber.

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    1. Luis, te dejo el enlace con el vídeo para que veas que el Sr.Comisario puso la coma donde te lo transcribí.
      https://www.youtube.com/watch?v=nBf66NPPS0Y
      Lo que no sé es a quien llamaba cerdo en aquel momento.
      Un saludo.
      Angel

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    2. Tienes razón. Supongo que lo que falta es la preposición DE (manteca colorada de cerdo. Un abrazo

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