2 de julio de 2016

Referendo de independencia o cambio de la Constitución

Decía el otro día, a propósito del Brexit, que a mí no acaban de gustarme los referendos vinculantes cuando se utilizan para dilucidar determinadas controversias.  No se trata de que considere que no son procedimientos democráticos, sino que, dependiendo de cuáles sean las discrepancias a dirimir, existen en mi opinión otros métodos más adecuados. En política no siempre la respuesta es blanco o negro, sino que en muchas ocasiones -la mayoría- existe toda una gama de tonalidades grises.

Si no me falla la memoria, a lo largo de mi vida he participado  en tres referendos. El primero fue para aprobar la llamada Ley para la Reforma Política, mediante la cual España pasaría de manera ordenada de la dictadura franquista a la democracia parlamentaria. Adolfo Suárez proponía un SÍ o un No, que podrían traducirse en quiere usted vivir en libertad o prefiere seguir bajo un régimen dictatorial. No cabían interpretaciones intermedias. Como todo el mundo sabe triunfó el SÍ.

El segundo –consecuencia del anterior- se convocó  para dar el Sí o el No a la constitución que había redactado un grupo de políticos que representaba el amplio espectro político español de aquel momento. Ganó el Sí y no hubo más que hablar, sobre todo si se tiene en cuenta que la ley fundamental incluye herramientas para su posterior modificación cuando se considere necesario. Si hubiera triunfado el NO, hubiera sido preciso redactar un nuevo texto constitucional y repetir el referendo, pero en ningún caso nos hubiéramos quedado sin carta magna.

El tercero, y muy controvertido, fue el de la OTAN, convocado por Felipe González para comprobar si los ciudadanos apoyaban su cambio de criterio respecto a la entrada de España en la organización atlántica. El resultado apoyó su tesis y desde entonces pertenecemos a ella. Ahora bien, si en un momento determinado la sociedad, a través de sus instituciones democráticas,  considerara  de forma mayoritaria que a nuestro país le conviene salir de la alianza, no habría nada que lo impidiera. Se trataba en aquel momento de conseguir un respaldo moral, más que de tomar una decisión irreversible.

Pero el Brexit ha sido otra cosa.  Entre salir o no de la Unión Europea hubiera cabido un sinfín de posibilidades intermedias, que si se hubieran discutido democráticamente en la Cámara de los Comunes, es muy probable que alguna hubiera logrado el consenso necesario para ser aprobada y posteriormente sometida a la consideración de los socios europeos. Sin embargo, el NO rotundo del referendo ha dejado al cincuenta por ciento de la población sin capacidad de reacción, eso sin tener en cuenta otras consideraciones, que no entran en el propósito de mi reflexión de hoy.

Supongo que a estas alturas, a ninguno de mis amigos se les escapa que con estos circunloquios quería llegar al eufemísticamente denominado “derecho a decidir de los pueblos de España”.  Los que defienden los referendos como herramientas democráticas imprescindibles para la toma de estas decisiones, olvidan que además del SÍ o el NO existen otras alternativas, otros tipos de relaciones entre las partes, alguna de las cuales posiblemente dejara suficientemente satisfechos tanto a los del SÍ como a los del NO a la permanencia en España. Las excepciones, ya se sabe.

Alguien se ha puesto a pensar en qué situación quedaría en Cataluña ese cincuenta por ciento de ciudadanos que quiere seguir siendo español si triunfara el voto del otro cincuenta que quiere irse. O, por el contrario, qué pasaría con el cincuenta por ciento independentista si triunfaran los españolistas. Tanto en un caso como en otro, una auténtica debacle social, un permanente foco de inestabilidad, una situación de conflicto insoportable. Pero es que, además, se habría dado un paso irreversible.

Pues bien, a eso de discutir alternativas que satisfaga a todos, no sólo a los catalanes, también al resto de los españoles, es a lo que algunos se refieren como reforma de la Constitución para resolver el problema de la vertebración del Estado. ¿Tan difícil es entenderlo?

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