La violencia machista en la pareja ha existido desde tiempos inmemoriales. No se trata de un fenómeno exclusivo de nuestros días, sino que, por el contrario, sus orígenes son tan antiguos como la humanidad. La fuerza bruta, sin lugar a dudas, está entre las causas de la lacra que nos atenaza, pero limitarnos a señalar este dato, sin profundizar en otros relacionados con el problema, sería renunciar a entender qué hay que hacer para erradicarla de la faz de la tierra. Sólo si se entienden las causas se encontrarán las medidas adecuadas para evitar la situación de desamparo y humillación en la que se encuentran tantas mujeres.
Si en la mentalidad masculina no se hubiera fomentado a lo largo del tiempo la creencia en la supremacía intelectual del hombre con respecto a la mujer, la superioridad muscular no sería determinante. Los maltratadores no actúan porque sean más fuertes, sino porque se creen con pleno derecho a utilizar la fuerza contra sus parejas. Consideran que las mujeres les deben sumisión, están convencidos de que su papel en la vida no puede nunca eclipsar el rol del varón. La violencia no es consecuencia directa de la fortaleza física, sino de mentalidades mal formadas, de la herencia educacional de muchos hombres.
La causa principal del problema, por tanto, es cultural. Santo Tomás de Aquino, el doctor angélico y santo patrón de las universidades y centros de estudio, dijo: La mujer necesita del varón no sólo para engendrar, como ocurre en los demás animales, sino incluso para gobernarse, porque el varón es más perfecto en razón y más fuerte en virtud. (Summa contra gentiles). Lo escribió, es cierto, en el siglo XIII, pero su filosofía y sus enseñanzas siguen siendo un referente en el mundo católico.
El Código Civil que rigió en España hasta 1975 decía: El marido debe proteger a la mujer y ésta obedecer al marido. Afortunadamente estas últimas leyes ya no están vigentes, pero lo estuvieron durante tanto tiempo que a nadie debe sorprender que dejaran su impronta machista, que incrustaran en la mente de muchos hombres el mensaje de que uno debe proteger y la otra obedecer, un falso equilibrio que siempre se rompe por la parte más débil, la de los derechos de la mujer.
Me he limitado a traer a este texto dos citas, una de origen religioso y otra de procedencia legislativa -no quiero extenderme en referencias, que podrían ser muchas y muy variadas-, para indicar que el machismo, la crencia en la supremacía del hombre sobre la mujer, es algo ancestral, grabado a lo largo de los siglos en el pensamiento de los varones, predicado por santos de la iglesia y promulgado por leyes civiles. La solución por tanto pasa por acabar drásticamente con esa herencia cultural y sustituirla por el mensaje de la equiparación absoluta de derechos entre hombres y mujeres, de la igualdad de sus capacidades intelectuales, en todos los ámbitos de la vida, sin excepción.
En mi opinión, las políticas de protección a la mujer y de aumento de las penas a los maltratadores son necesarias, pero no suficientes. Es preciso iniciar una inmensa reconversión cultural de las mentes masculinas (a veces también las de aquellas mujeres que aceptan la supremacía del hombre sobre ellas como algo natural), empezando en las escuelas y terminando en cualquiera de los ámbitos sociales.
Sólo si cambia la mentalidad de los hombres con respecto a los derehos de las mujeres, exclusivamente si se acepta sin reparos la igualdad intelectual entre los dos sexos, se conseguirá erradicar, de una vez por todas, la violencia machista.