Hace varios días que no escribo una palabra en el blog, no porque no me haya alcanzado la inspiración durante este tiempo, sino como consecuencia de que cuando en alguna ocasión ha hecho acto de presencia yo no estaba trabajando. Una molesta indisposición, diagnosticada como infección de vías respiratorias altas, me ha tenido fuera de combate durante algo más de una semana, sin fuerzas tan siquiera para levantar la tapa de mi portátil, a pesar de que las ansias por expresar alguna idea me consumieran. Pero ha llegado el momento.
Durante estos días, aprovechando los intervalos en los que la fiebre me daba alguna tregua, he leído –mejor diría devorado- el ensayo de carácter autobiográfico, escrito por Juan Luis Cebríán, Primera página. No se me escapa que me estoy refiriendo a un libro redactado por una persona muy controvertida, que suscita malévolos odios o platónicos amores, según el caso y el color del cristal con que se mire. Pero aun así me voy a permitir recomendar su lectura a mis amigos, incluso, si se me permite, con cierta insistencia. Puede que después, cuando lo acaben, sus fobias o sus filias se hayan acrecentado todavía más; o también es posible, por qué no, que alguno mude su percepción inicial. Pero su lectura a nadie, estoy convencido, lo dejará indiferente.
Confiesa el autor, en el primer párrafo de su prólogo a la obra, que escribir la propia biografía es uno de los actos más genuinamente narcisistas que puedan imaginarse. No le falta razón, porque el escrito entero es una oda a su contribución intelectual, y también material, a la construcción del régimen de libertades que gozamos desde la aprobación de la Constitución del 78. Pero yo no sería capaz de hacerle ningún reproche a su humana vanidad, porque la fortaleza del relato y la sólida construcción de los testimonios que utiliza disuelven en cierto modo los aspectos personalistas, en una marea de acontecimientos en los que cada uno de los protagonistas, entre ellos Cebrián, pierde importancia frente a la totalidad del elenco.
A mí me ha parecido un rotundo repaso a esa parte de la historia contemporánea de España, de la que los de mi generación (la misma del autor) hemos sido en cierto modo protagonistas o al menos figurantes. Es cierto que no hay en la narración pormenores que no se conozcan de antemano, pero sí infinidad de claves para entender aquella parte tan compleja del devenir colectivo de los españoles que conocemos como transición. Es la visión de alguien que tuvo el privilegio de contemplar la representación entre bambalinas y que incluso en algunos momentos se vio obligado a salir al escenario e interpretar su propio personaje a cara de perro.
También es la historia de El País. Las leyendas urbanas de uno y otro signo han desdibujado la verdadera importancia de un periódico en el que educaron su opinión millones de españoles de la generación de la transición, mientras que otros cuantos, también en gran número, lo convertían en diana de sus ataques. Sin embargo, ni la mayoría de los primeros ni casi ninguno de los segundos conoce con detalle la estructura accionarial que dio lugar a su nacimiento ni tampoco el verdadero alcance de los proyectos editoriales que guiaba a los fundadores. Cebrián, en este libro, disecciona el origen, clarifica las intenciones y relata la andadura, trufada de zancadillas y traiciones, de un periódico que por derecho propio está inscrito en la lista de los más influyentes del mundo occidental.
Lo repito. Recomiendo su lectura, imprescindible para tener una idea más precisa de lo que nos ha sucedido a los españoles como colectivo durante los últimos cincuenta años. Después que cada cual continúe si quiere con sus amores o con sus desamores. Por lo menos dispondrá de mayor y mejor criterio.
Lo leeré. Gracias por la información.
ResponderEliminarAngel
Y después lo comentaremos. Un abrazo.
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