Le oí decir en una ocasión a cierta persona, cuando discutíamos amigablemente acerca de la inmigración procedente del tercer mundo o sobre la homosexualidad o sobre el racismo -no recuerdo exactamente el tema pero por ahí iban las cosas-, que reconocía que en esos asuntos sus opiniones se basaban en prejuicios. Tan rotunda afirmación me dejó sorprendido, ya que por lo general estas actitudes irracionales suelen pasarle desapercibidas a quien las padece. Están tan incorporadas al intelecto, que consideran que forman parte de sus razonamientos habituales, de sus juicios razonados.
Si nos atenemos a la etimología de la palabra, un prejuicio es un juicio previo al conocimiento de los hechos, una opinión que no se sustenta en realidades conocidas. Quien prejuzga no juzga, simplemente emite un veredicto sobre algo que desconoce. Ahora bien, si quien prejuzga es consciente de que lo está haciendo, transciende la categoría del prejuicio para entrar de lleno en la del dogmatismo, es decir, en la de los que no reconocen el error y manipulan la realidad para poder mantener la creencia previa.
Compliquemos un poco más las cosas y hablemos, aunque sea muy de pasada, de la superstición, de la aceptación de creencias muertas e injustificables que resisten las evidencias en contra. El supersticioso sabe que pasar por debajo de una escalera no le va a causar ningún perjuicio (salvo que se le caiga encima), pero se niega a hacerlo por lo que pudiera suceder. Los lectores habituales de su horóscopo no ignoran que carece de total credibilidad, pero a pesar de todo lo consultan cuando pueden por aquello de vaya usted a saber si tendrá razón.
En un magnífico ensayo escrito por el filósofo español José Antonio Marina, La inteligencia fracasada, he tropezado con una razonada reflexión sobre estas tres “fracasos de la inteligencia”, a la que quizá no habría prestado demasiada atención si no fuera porque el citado pensador considera que, cuando se dan todos juntos, en una misma persona, nos encontramos en la antesala del fanático. Digo en la antesala y no en la sala, porque en opinión de Marina harían falta dos condiciones añadidas para llegar a esta última categoría, la defensa de la verdad absoluta y la llamada a la acción, es decir, la salvaguardia radical de las ideas propias, sin autocrítica y sin dar cuartel a las de los rivales, y el uso de la violencia, en mayor o menor escala.
Pero quedémonos en la antesala y dejemos para otra ocasión la sala. Existen tantos supersticiosos, muchos de los cuales además confiesan sus prejuicios, que me preocupa que nos encontremos rodeados por un número elevado de potenciales fanáticos. Asusta pensar que de las fobias, pasando por las supersticiones, se pueda llegar al dogmatismo con tanta facilidad, simplemente reconociendo que uno sustenta sus opiniones en prejuicios. Porque los pasos siguientes, los que conducen al fanatismo, podrían estar a la vuelta de la esquina.
El mejor antídoto para evitar este peligroso deslizamiento sobre los fracasos de la inteligencia que cita Marina es, desde mi humilde punto de vista, el escepticismo, la revisión constante de las ideas preconcebidas, el cuestionamiento razonado de las bases sobre las que sustentamos nuestro ideario.
Sólo sin ataduras intelectuales se puede ser libre. Otra cosa es que algunos se sientan confortables en la negación de la evidencia, es decir, felices en la esclavitud intelectual. Sarna con gusto no pica.
Un Blog que, con ésta, ha alcanzado ya las doscientas entradas tiempo ha que dejó de ser incipiente, para establecerse de pleno derecho en la categoría de consolidado, y presupone de su autor la cons-tancia, la permanente inquietud y reflexión sobre temas candentes y la decidida voluntad de com-partir sus ideas, “echándolas del alma”. ¡Enhorabuena!, y gracias.
ResponderEliminarEl tema de esta entrada número 200, daría para muchas más reflexiones que las que en tan breve espacio se pueden apuntar. ¿Hay alguien ajeno a todos esos tres fracasos de la inteligencia? Para empezar, la propia naturaleza nos pre-configura de una manera determinada y diferente, sin que en ello nuestra inteligente intervención haya podido llegar a influir. Pensamos y sentimos, también, de una determinada manera, al margen de toda nuestra inteligencia y voluntad. ¿No es eso pre-juzgar? Y, ¿puede alguien decir, con sinceridad, que no es íntimamente dogmático cuando cree haber llega-do a una conclusión sobre algo que considera verdadera y acertada?
Conozco a muy pocos que, de verdad, vivan en la “duda metódica” a fin de alejarse de todo pre-juicio y todo dogmatismo. ¿Se podría?
De todas formas, gracias de nuevo por traer a nuestra reflexión estos temas.
En primer lugar, gracias por el comentario inicial. Opiniones tan amables ayudan a que me mantenga en la brecha.
ResponderEliminarRespecto al segundo párrafo, debería haber empezado el artículo diciendo aquello de que el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Efectivamente no hay quien no tenga algún prejuicio ni quien, aun sin ser consciente, no dogmatice de vez en cuando. Dar una opinión por escrito, como hago yo, aunque se advierta de la subjetividad de la misma, significa en cierto modo dogmatizar. Pero si no hay opinión no hay debate.
Lo que sí intento, aunque no sé si lo consigo, es plantear "dudas metódicas", las mismas que muchas veces me planteo yo.
Gracias una vez más por los comentarios e esta entrada, efectivamente la número doscientos.