2 de febrero de 2017

Inmaduro e irreflexivo. El mundo por montera

Lamento reincidir en el tema Trump, pero es que lo que parecía al principio una pesadilla, de esas que uno sabe que pronto se acabará porque no es más que un sueño, se está convirtiendo en inquietud, en  intranquilidad y en desasosiego para una gran parte de la humanidad. A la vista de sus primeras medidas como presidente del país más poderoso del planeta, el mundo entero, incluida Europa y por tanto España, está en alerta máxima.

El estilo de gobierno del presidente Trump es inmaduro e irreflexivo. Los epítetos los he extraído del editorial de un periódico, porque me ha parecido que reflejan a la perfección las características de las primeras andaduras presidenciales del flamante magnate, reconvertido en el más alto mandatario de su país. Inmaduro, porque da la sensación de que estuviera improvisando con la terquedad propia de un niño caprichoso, sin atenerse a ninguna elaboración programática ni a los cánones que rigen la política internacional. Irreflexivo, en cuanto a que parece que sus actuaciones fueran por delante de cualquier planteamiento intelectual previo. Primero actúo y luego ya veremos qué sucede, podría ser su lema.

Estamos acostumbrados a que los medios de comunicación nos muestren en imágenes las firmas de los tratados internacionales o de los acuerdos de cierta relevancia entre países o instituciones. Suelen ser actos protocolarios, en los que los firmantes, sentados uno al lado del otro, intercambian estilográficas, se suceden en la rúbrica de los documentos y, a continuación, estrechan sus manos mirando a las cámaras con expresión de aquí queda esto. Pero no suele ser normal tener la oportunidad de contemplar en las pantallas la estampación de la rúbrica de un mandatario en el documento de un decreto. Mejor dicho, no lo era, porque Trump está convertiendo estos rituales en auténticos espectáculos mediáticos, en los que aparece con gesto retador, expresión fruncida y pulgar en alto, rodeado por unos cuantos asesores circunspectos. Algo así como si quisiera transmitir al mundo que está dispuesto a ponerse la opinión pública internacional por montera y confirmar al mismo tiempo a sus seguidores que a él no le va a temblar el pulso. Un esperpento teatral, una representación grotesca que incitaría a la risa si no estuviéramos hablando del presidente de los Estados Unidos.

Si por políticamente correctos se entienden las ideas, el lenguaje y el comportamiento con los que se procura minimizar la posibilidad de ofender a grupos étnicos, culturales o religiosos, qué duda cabe que el señor Trump no debió de cursar esta asignatura. O puede ser que la cursara y decidiera hacer lo contrario de lo que recomendaban sus profesores, por eso de que él tiene su propia escala de valores y le importan muy poco las de los demás. La prohibición de entrar en los Estados Unidos a los ciudadanos procedentes de siete países de mayoría musulmana es un auténtico espantajo, una medida ineficaz desde el punto de vista de la lucha antiterrorista, que lesiona además los legítimos intereses de muchos ciudadanos y que predispone en contra, no sólo a los estados afectados, también a muchos otros, islámicos o no, que consideran la medida una auténtica aberración. Una decisión que traerá muchas más desventajas que ventajas a la nación americana y por tanto a muchas otras.

Lo del muro fronterizo con Méjico, de nada más y nada menos que 3.180 kilómetros de longitud, resulta ridículo por su inutilidad. El narcotráfico encontrará nuevas rutas -ya existen en la actualidad- y la inmigración sorteará los obstáculos que se le pongan por delante, de la misma forma que en Europa la procedente de África cruza el Mediterráneo jugándose la vida, porque al hambre no lo detienen ni muros ni mares. Pero mientras tanto, el presidente Trump estará cosechando la animadversión de una nación fronteriza poblada por más de 120 millones de habitantes, así como la de tantas otras que se sienten solidarias con Méjico.

Veremos a ver en qué acaba todo esto. Sólo los ciudadanos de los Estados Unidos, apoyándose en su constitución, en sus leyes y en su sacrosanta libertad de expresión, pueden detener la vorágine de desatinos que nos amenaza a todos. Démosle a la dinámica política su oportunidad y démosle también tiempo al tiempo.

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