Cada vez que oigo decir que la corrupción se encuentra en todas partes –lo que deberíamos traducir por no hay partido que se libre de esta lacra- tengo la sospecha de que estoy oyendo a alguien que defiende la corrupción de los suyos. Me resulta curioso observar como algunos dirigentes del Partido Popular, mediante la disipación de responsabilidades entre muchos, utilizando la vieja técnica del ventilador bien colocado para esparcir la mierda cuanto más lejos mejor, intentan disimular o incluso justificar los incontables casos (yo ya he perdido la cuenta y creo que no soy el único) que afectan al PP. Aunque es cierto que no hay quien habiendo gobernado no haya sido agraciado con la presencia de corruptos en sus filas, no lo es menos que hasta en esto de la sinvergonzonería existen clases. La cantidad y sobre todo la calidad de los casos que en estos momentos tachonan la imagen del PP nada tienen que ver con el choriceo o la mangancia de vía estrecha que se observa o ha podido observarse en otras formaciones. Lo de los conservadores tiene carácter institucional –sistémico dicen algunos-, porque parte de la misma médula de su organización y apoya su modus operandi en las propias estructuras del partido.
Por eso, sin negar en absoluto que sea necesario y obligado combatir con energía y sin cuartel la corrupción en todas partes por igual, vengan los desmanes del partido que vengan, considero que lo que le está sucediendo al de Rajoy bate todos los records y merece una reflexión. Tres tesoreros, algún exministro, varios presidentes de comunidad autónoma, unos cuantos presidentes de diputación y alcaldes de ciudades importantes, todos ellos imputados; y el propio presidente del Gobierno llamado a declarar como testigo en la vista del caso Gürtel. Eso sin contar a los que ya están en la cárcel y sin olvidar las sospechas fundamentadas de la propia Unidad Central Operativa de la Guardia Civil sobre otros altos cargos del PP, actuales o de épocas relativamente recientes, casos que irán saliendo a relucir en las próximas semanas, porque a la maquinaria del Estado, una vez puesta en marcha, no hay quien la pare.
Es cierto que no hay quien la pare, aunque muchos sean los intentos de detenerla, tanto de índole jurídica como policial. Las presiones desde el gobierno a la fiscalía son hechos probados, fraude que ha merecido la reprobación por el Congreso de los Diputados -es decir por la soberanía nacional- del ministro de Justicia, del fiscal general del Estado y del fiscal jefe Anticorrupción, una situación esperpéntica donde las haya. Es posible que ni siquiera en las llamadas repúblicas bananeras se permitiera que tan altos cargos continuaran en sus puestos ni un día más. Pero España es diferente, o al menos lo es la que reside en la mente del presidente del Gobierno, que nos tiene acostumbrados a la impasividad cuando de los suyos se trata. Él es uno de los que cuando le mencionan la corrupción en su partido contesta que corrupción hay en todas partes. Y con ese intento de repartir responsabilidades liquida la cuestión, como si lo primero justificara lo segundo.
Esta situación, la del extraño maridaje entre los líderes del partido popular y sus corruptos, está provocando un sentimiento de impunidad muy peligroso para el prestigio de España y sus instituciones, por muy beneficioso que lo sea para los populares. En realidad lo que está sucediendo es que intentan taponar las fugas del vapor de la corrupción con parches esperpénticos, y sabido es que las calderas sin válvulas de escape terminan explotando. Esto naturalmente lo saben los dirigentes del PP, pero da la sensación de que prefieran practicar aquello de pan para hoy y hambre para mañana. Al fin y al cabo el presente existe y el futuro siempre será impredecible.
Sí: corruptos hay en todas partes y hay que acabar con ellos. Pero no todas las corrupciones responden al mismo modelo.
Postdata: Cuando acabo de terminar la redacción de lo anterior, me llega la noticia de que el fiscal jefe Anticorrupción posee el 25% de una empresa en el paraíso fiscal de Panamá, sospechosa situación que ya afectó hace meses a un ministro de Rajoy, al que éste defendió a capa y espada hasta que se vio obligado a dimitir. Lo dicho.